Por José María Bardavío
Godard compone primerísimos planos muy largos para deslizar a los espectadores por el suculento cuerpo de Charlotte y sus curvas amenísimas.
Nacionalidad: Francia. Título original: ‘Une femme mariée’. Año: 1964. Producción: Philippe Dussart (Anouchka Films y Orsay Films). Dirección: Jean-Luc Godard. Guion: Jean-Luc Godard. Fotografía: Raoul Coutard (blanco y negro). Música: Temas de Ludwig Van Beethoven y Claude Nougaro. Montaje: Agnés Guillemot y Françoise Collin. Narrador: Jean-Luc Godard. Intérpretes: Macha Méril, Bernard Noél, Philippe Leroy, Roger Leenhardt, Rita Maiden, Chris Tophe, Margaret Le
1 Et Godard… crée la femme
Godard compone primerísimos planos muy largos para deslizar a los espectadores por el suculento cuerpo de Charlotte y sus curvas amenísimas. La cámara de Godard trocea, absorbe y reinventa el cuerpo de Charlotte (en recuerdo quizá de Et Dieu… crée la femmede Vadim (1956)) mediante sensuales iluminaciones y dulces barridos de cámara que transforman la visión de la piel en sensaciones táctiles: La lente convierte en ánfora las caderas, esculpe sensualidad apolínea en la barbilla, el hombro en cascada, el trasero en cúspide y el escote en tobogán.
Pero ¡ojo! ese festival de jugosas peripecias epidérmicas es en realidad la contrarréplica del deambular de Charlotte por las calles, las terrazas y las plazas de París mientras es modificada (sin ella notarlo ni saberlo) por esos carteles publicitarios que la hacen caer en las incontables trampas del consumo ciudadano.
Lo que la cámara de Godard hace con el cuerpo de Charlotte lo hace la TV, las revistas de modas, los carteles publicitarios, la publicidad masiva que empezaba a inundar preocupantemente al país y al consciente/inconsciente de Charlotte. Godard convierte el cuerpo de Charlotte en fragmentos fetichizados, (en mercancía), mientras que la publicidad convierte la mercancía prescindible (las cosas) en imprescindibles, lo inútil en necesario, el deseo de poseer, en necesidad suprema. La publicidad instala la necesidad de comprar en el deseo del ciudadano convirtiéndole en alienado. Mientras Godard desnuda a Charlotte para mostrar la belleza ontológica y primigenia de su cuerpo femenino, la publicidad pretende taparla, hacerla desaparecer, bajo las infinitas ofertas de objetos y cosas vertidas sobre ella para ser convertida también en mercancía.
La fotografía elegante y sensualista del cuerpo troceado de la joven dama es la contrarréplica de los signos urbanos publicitarios que también la trocean para vestirla a su antojo: las medias, el sujetador, las cremas, el champú, la valla del jardín, el jardín, los marcos de las puertas, las contraventanas, los miles de componentes de la casa que habita Charlotte con su marido y su hijo.
Así pues de eso es de lo que va la estupenda película de Godard, del rapto de la persona (¡de Paris!) por las implacables exigencias consumistas que la Publicidad impone disfrazada de Progreso convirtiendo la Verdad en Mentira, lo Verdadero en Falso, lo Imprescindible en Prescindible.
Todo lo que cree amar Charlotte, incluido su amante, está estructurado y regido por la necesidad de un desear creado en el consciente y en el inconsciente por el grandísimo aparato dominador, el gran señor llamado Capital. Charlotte, Pierre y Robert ritualizan unas vivencias, unas maneras y formas del amor que más que amor son mercancía disfrazada de amor. Lo que Charlotte hace y dice con el marido es intercambiable con lo que dice y hace con el amante. Es como si no hubiera abrazo posible sin, por decir un nombre augusto, Chanel Nº 5. Bueno, quizá sí, pero si así fuera sería un amor insulso, poco intenso, amateur, naif, espontáneo, primitivo, superado. Y Horrible.
2 La cuestión del título
Hay obras de literatura y cine con explosivo trampa bajo el título. El famoso Ernest (nombre propio) y earnest (adjetivo, serio) homófonas en la genial The importance of being Earnest(1895) de Oscar Wilde. En As You Like it (Como gustéis) (1604) de Shakespeare bajo el fragor del maquillaje y los disfraces amada es amado y amado puede que sea –o no-amada: Como gustéis, o sea, chico o chica. Abundantes explosivos trampa pueden hallarse en el teatro clásico español. Pero es en La femme mariée (1964) en donde la censura francesa de los primeros años sesenta se lanzó al cuello de “La” como si el artículo fuera un corderito maniatado y la censura una manada de lobos hambrientos, convirtiendo a mordiscos “La” en “Une” para dejer claro que Une femme mariée era una película sobre una tal Charlotte y sobre nadie más que no fuera Charlotte.
Para dejarlo todavía más claro la película debería titularse Journal d’une femme mariée(Diario de una mujer casada). Y amputaron planos y secuencias por aquí y por allá como sucedió en la escena en la que oímos unas tijeras cortando supuestamente los pelos del pubis de la protagonista mientras Charlotte mira hacia abajo. Pero la gravedad de lo explícito fue superado –creían los censores- por la indecencia de las dudas de Charlotte al no saber bien quién es el padre del hijo que está gestando en su vientre materno. Los métodos anticonceptivos, la píldora, el diafragma, se discuten allí con naturalidad (en la visita al ginecólogo) cuando nunca antes se había hablado de contraceptivos en película alguna. El caso es que la vasta acción de la censura fue interpretada por el gran público como un ataque al Cine de Godard. Y las salas se llenaron para ver lo que el inteligente y revolucionario director opinaba sobre el gran tabú de la sexualidad. Ysobre todo sobre el consumo absurdo que empezaba a asolar con sus novedosas y tecnificadas garras a París y al país.
3 Charlotte en la alfombra mágica
A Charlotte le despierta el sonido del teléfono en la mesilla. Antes de descolgar, sin tener que mirar al otro lado de la cama sabe que Pierre, su marido, ya se ha ido a trabajar. Habla un rato con Robert y luego quedan para verse en un discreto cine de barrio. <<Estaré sentado por las filas de atrás>>- aclara cariñosamente antes de colgar.
En la secuencia siguiente, Charlotte está dándose un baño en una bañera empotrada. Las paredes están cubiertas de mármol jaspeado a juego con la lámina de piedra que cubre el único lado visible de la bañera. Como la toma está ubicada a la altura del pretil, de Charlotte solo vemos la parte alta de la espalda, el brazo derecho y las rodillas sobresaliendo por encima del agua. Detrás del esbelto cuello de la joven dama, vemos un enorme frasco de gel proclamando que –estando como estamos en mil novecientos sesenta y cuatro – unsíntoma objetal, un monumento, al fervor consumista que se ha apoderado de la voluntad de la preciosa Charlotte.
Llama la atención el curioso modo en el que la bañista se adjudica unas fascinantes palmaditas en el cuerpo lejos de lo que suele hacer todo el mundo para conseguir asearse. Como si Charlotte estuviera actuando en un espectáculo de mimo y exhibiendo una calculada distinción para el disfrute de su propio yo. Más que bañarse se autoproclama, se autoadora, se autogoza en la inmensa pequeñez de la bañera y en la inmensidad de un yo al servicio exclusivo de sí misma. Como si Charlotte extirpara del animal proteico de la gestualidad a los parásitos de la vulgaridad soldados en la piel de los gestos más cotidianos. Quizá sería adecuado recordar ahora que la actriz y escritora, Macha Méril, nacida en 1940, se llama en realidad Maria Magdalena Vladimirovna Gagarina y es hija de un príncipe ruso y de una aristócrata ukraniana que abandonaron su territorio de origen por causas de sobra conocidas. Como si Charlotte quisiera reemplazar el baño convencional por una batería de gestos procedentes de un código secreto, aprendido en alguna revista de moda, para convertir la epidermis en perfecta e inigualable.
Y es que Charlotte ha ido haciendo suyos los idearios y patrones consumistas de la sociedad francesa de los sesenta. Consejos sutilmente impuestos que la convertirán –aseguran- enperfecta. De ahí las consultas a las novísimas revistas de moda convertidas en el comecocos perfecto. Sin querer saber Charlotte que la búsqueda de la banalidad a ultranza incluye un consumir consumiéndose y un tocar puerto final en el reino de la alienación.
Desde la bañera Charlotte oye el repiqueteo del teléfono, y la voz de la niñera hablando con alguien y luego un atronador:
-¡Es para usted!
-¡Diga que ya he salido!
Vemos ahora las piernas de Charlotte entrando por la parte alta del plano posándose en la alfombrilla de rizo al pie de la bañera.
-¡Es su marido!
La mano derecha empuñando una toalla a rayas.
-¿Qué quiere?
-Dice que le llama para despertarla, como le prometió. Pregunta si va a comer con él. Dice que tendrá que ser deprisa porque solo tiene media hora.
-Dígale que iré a buscarlo esta tarde. Y que un beso.
Mientras rehúsa la invitación a comer con su marido, vemos la mano derecha de Charlotte sosteniendo unas tijeras (que ha debido coger del inmediato lavabo) para librarse con ellas de alguna nimiedad aparecida en las pantorrillas.
Estando Charlotte mucho más interesada en reunirse con Robert en el cine primero y en la cama después, que con su marido en el restaurante, la llamada telefónica rompe, cercena y aniquila la fantasía deliciosa del sentirse (mientras estimula su cuerpo con las palmaditas) en la íntima oscuridad del cine prohibido en el que ha quedado con su amante. Y que luego se irán a casa de él y se acostarán juntos, como así realmente sucederá. Esconderse allí con él, en el cine, para degustar la fruta prohibida de la gloriosa infidelidad que tantos beneficios cosméticos y sensoriales produce resulta sencillamente maravilloso.
Una infidelidad que como los sujetadores que anuncian sin descanso las revistas de moda, las calles y la tele, le aseguran convertirla en irresistiblemente perfecta. Ser infiel es la guinda, el air de temps del comecocos subliminal consumista-capitalista. No se dice abiertamente lo bueno de tener amante pero lo oyen bien las que tiene el oído afinado y las de peor oído también. No se trata para nada de los mensajes radicalmente anticonsumistas de la Contracultura (magistralmente expuestos por Bertolucci en The Dreamers (Soñadores) por ejemplo) sino exactamente lo contrario: de un dejarse arrastrar por el tsunami materialista del consumo hedonista como solución suprema.
El dialogo de Charlotte con la niñera incluye un malentendido que descubre con portentosa claridad freudiana el inconsciente de Charlotte:
Lo primero que dice la criada es: << Es para usted>>. Pero lo último que quiere Charlotte es hablar con Pierre, su marido. Y así lo corrobora el display de sensualidad del baño mismo en la bañera, en donde solo cabe el goce supremo del estar muy pronto con su amante. Pierre no existe, no cabe allí.
Precisamente por eso, al creer Charlotte que es Robert el que llama, se levanta al instante para ponerse al teléfono y aclarar algún detalle de la cita concertada entre los dos hace ahora unos veinte minutos. Jamás se hubiera levantado Charlotte de la bañera sabiendo que el que llama por teléfono es su marido. Y al darse cuenta del error (que no es Robert el que llama sino que es Pierre el que la reclama) relega automáticamente a la niñera el hablar con Pierre interrumpiendo el gesto de dirigirse hacia el teléfono envuelta en la toalla a rayas para, en su lugar, secarse las piernas sobre la preceptiva alfombrilla blanca al pie de la bañera. Y a continuación, vemos entrar en plano y mientras desiste en ponerse al teléfono (por la odiosa aparición de su marido) la mano derecha de Charlotte provista de unas tijeras para cortarse algo –un pelito- que parece ser ha crecido en la parte baja de las piernas. Primero en una, luego en la otra.
Lo cierto es que no se trata tanto de un quitarse nada de las piernas sino de un acto espontaneo riquísimo en material inconsciente que revela, como los actos fallidos, que lo que habita en el inconsciente de Charlotte es una profunda aversión hacia Pierre por haberle interrumpido la fantasía de estar en la bañera con Robert como anticipo de lo que vendrá luego. Lo que se quita de las piernas con la tijera es lo que quisiera quitarse de encima de su cuerpo y de su ser. Al tratarse de un objeto de gran contundencia cinematográfica simboliza muy a menudo las tijeras actividades bien perversas (como en To Kill a Mokingberd; Fatal Atraction; A Clockwork Orange, etc), que inciden aquí y ahora en la inspiración sádica del contenido destructivo (sádico y tanático) dirigido contra Pierre al destruir (con la llamada telefónica) la fantasía que mantenía en la bañera con Robert. La fantasía es muy fuerte porque se sostiene en el hecho de que va a convertirse muy pronto en realidad cuando se encuentren en el cine. La fantasía como delicioso aperitivo (como la estancia misma en la bañera) de la gran comilona y el festival de placer a disfrutar con Robert.
El inconsciente de Charlotte muestra su desengaño a través del encontrase (no hay casualidad alguna) con unas tijeras que en estos electrizados instantes muestran a la perfección las intenciones de Charlotte con unos pelos o pelitos del todo inexistentes. Es así cómo el inconsciente se venga de la aparición inesperada y no deseada de Pierre que le ha extirpado – del estar ya con su amante. El uso de la tijera (un perfecto puñal encubierto) describe y muestra el odio al marido a niveles muy inconscientes.
A la interpretación freudiana de ese volcán pulsional provocado por la llamada telefónica, hay que añadir los niveles de significación en los que Godard instala a su personaje. Como si Pierre fuera una mala compra. Como si Charlotte no hubiera comprado bien lo que el Sistema le dice que adquiera y compre.
4 Le problème de la poitrine
En otra ocasión vemos a Charlotte sentada en el pretil de la bañera, apoyada en el lavabo, leyendo detenidamente una revista. El espejo duplica la imagen para insistir en la afición de Charlotte por las revistas de moda femenina. Le sorprende un artículo titulado <<Cómo tener un pecho a la moda>> Charlotte se levanta y, con una cinta métrica, se hace toda clase de mediciones ante el espejo: altura, anchura, proporciones, siguiendo al pie de la letra las indicaciones del artículo. No se trata tanto de una conducta obsesiva o neurótica, ni mucho menos, se trata de una conducta perfectamente normal, como si las frivolidades alrededor del consumo intensivo hubieran entrado a formar parte de la vida cotidiana de millones de Charlotte en la cultura francesa del momento:
<< Debe medirse al centímetro y comparar su retrato robot con el retrato ideal de un pecho bonito. Sí, hay un número áureo del pecho. Compárelo con el pecho ideal, el de la Venus de Milo. El pezón se sitúa sobre una línea horizontal que pasa un centímetro por debajo del medio brazo. Extienda el metro entre la axila y la hendidura del codo Charlotte lo hace; vuelve a hacerlo; vuelve a consultar en la revista las indicaciones por si se ha equivocado. Reste un centímetro y divida por dos. En cuanto al perímetro de su pecho debe de ser acorde al de su cintura. Mida la distancia desde la base del cuello hasta la punta del seno derecho (lo hace). Trace una segunda línea imaginaria desde la base del cuello hasta la punta del seno izquierdo. Y sigue y sigue la estimación comparativa>>.
Mientras que Nicola, el hijo de Charlotte, se le oye canturrear durante toda la secuencia mostrando lo que aprende en lugar de lo que debería aprender si su madre le dedicará más y mejor atención. El niño va advirtiendo insensiblemente las estupideces practicadas por su mamá, una consumista perfecta y atroz. Charlotte sigue y sigue trazando en el aire líneas imaginarias frente al espejo observada por los productos de belleza que descansan sobre el lavabo y los bellos motivos florales que cubren las paredes: la bella jungla de la alienación por donde Charlotte avanza dando bellos palos de ciego supuestamente gratificantes.
5 Charlotte invita a cenar a Roger, un cliente de Pierre.
Se trata, por cierto, del director de cine Roger Leenhardt admirado por la Nouvelle Vague. Godard, años más tarde, rompería su amistad con él por razones ideológicas que explicó convenientemente en “Cahiers du Cinema”.
Para mostrar el grado de papanatismo consumista de los protagonistas Godard pone en boca de sus personajes la propaganda publicitaria usada por algunas constructoras para vender viviendas supuestamente paradisiacas:
-(Roger Leenhardt) No me imaginaba una casa así con un ambiente tan inesperado y a solo veinte minutos de París.
-(Pierre) Sí, aún quedan lugares que el tiempo no ha marchitado: ¡Vivir lejos del tumulto de la capital es como un sueño increíble!
-(Charlotte) Sobre todo porque aquí se respira el mismo ritmo de la naturaleza que respiraban nuestros antepasados.
-(Pierre) Esta urbanización se llama “Evasión” y expresa la voluntad de construir edificios a escala humana.
-(Charlotte) Todas las habitaciones dan a un jardín que desciende suavemente hacia el Sena y tiene en frente el magnífico parque de Marly.
-(Pierre) Eso es acercar la naturaleza a la condición humana ¿No le parece?
-(Charlotte) Aquí vivimos cada día momentos excepcionales que todo el mundo pensaba que ya no existían.
-(Pierre) Los ocho ventanales de madera dan al césped… y pasear, al atardecer, por el jardín depara una auténtica y profunda alegría de vivir.
-(Charlotte) Aquí todo es de calidad. ¿Ha visto lo elegante de esa fachada que combina piedra tallada, mosaico y caoba barnizada…?
-(Pierre) Después le mostrará un baño. Tiene una grifería con selector termostático y el secado en el que toda mujer adora entretenerse (Pierre besa gentilmente a Charlotte que está sirviendo un té) ¿Ha visto mi nuevo televisor?
-(Roger Leenhardt señalando al aparato de televisión) ¡Ah! un Teleavia.
-(Pierre) Si, efectivamente, la técnica de la aviación al servicio de la televisión.