Por Don Quitero
Proveniente de campos como las artes plásticas y el teatro (director de ‘Grupo 29’), el zaragozano Pedro Avellaned, nacido nada más comenzar la guerra civil española, inicia casi de forma paralela sus actividades en el cine amateur (en el pequeño formato de 8 milímetros) y en la fotografía profesional.
Coetáneo de realizadores aragoneses como José Luis Pomarón, Fernando Manrique, Miguel Ferrer, Luis Pedro Pellejero, Miguel Vidal, José Allueva, Antonio Artero, José Antonio Maenza, Alejo Lorén, José María Sesé o, entre otros, Alberto Sánchez Millán, el cine de Avellaned se caracteriza por sus cualidades formales y por el detallismo en la dirección de actores, uno de los más compactos desde un punto de vista cultural y estético. Sus imágenes no tienen tanto valor por lo que narran sino, sobre todo, por lo que pueden significar o expresar. El fondo y la forma. En sus películas ha estado presente un ambiente irreal, sórdido, que les da un matiz angustioso, extraño, turbio. El subtítulo de uno de sus cortometrajes es elocuente: “De entre todas las debilidades humanas, la primera que hay que matar es el amor”.
Sus cuidados textos, su tratamiento riguroso en los montajes de sonido, su cuidado en la construcción de secuencias, su eficaz selección musical (a veces, la música precede a la imagen y esta es organizada de acuerdo con aquella), su elegante labor de fotografía (Rafael Navarro, otro gran fotógrafo, ha sido un habitual colaborador) se pueden apreciar en todos y cada uno de sus cortos y mediometrajes independientes que ha filmado desde la década de 1960, tanto documentales como de ficción, un corpus que desprende un profundo interés por lo humano como representación de algo que les trasciende y con hallazgos de narración muy valiosos. Ahí están, para demostrarlo, ‘La gitana’, ‘Crónica de un amor’, ‘Palabras a sangre y fuego’, ‘Romeo y Julieta en los infiernos’, ‘Tiempo de metal’, ‘Los actos terribles’, ‘Play back’, ‘Violeta sangre’, ‘Sin poder de síntesis’, ‘Antonin Artaud, mensajes revolucionarios’…
Como actor, Pedro Avellaned ha intervenido en películas de Pomarón –‘Ese mundo maravilloso’ (1965)-, José Antonio Duce –‘Culpable para un delito’ (1966)-, Antonio Isasi Isasmendi -‘El aire de un crimen’ (1988)- o José María Forqué –la serie ‘Miguel Servet’ (1992)-. Ya en pleno siglo veintiuno, Pedro Avellaned sigue agrandando su filmografía como realizador en títulos como ‘El pálido reflejo de la Luna’, ‘Dulces aguas amargas’, ‘Pánico’, ‘Laberinto para un caballo’ o ‘Julia no habla’. Estos tres últimos trabajos (de 2012, 2013 y 2015, respectivamente) son los que ha programado la filmoteca de Zaragoza para iniciar el año, con especial relevancia para el mediometraje documental sobre la pintora y grabadora Julia Dorado, una de las artistas indispensables del informalismo aragonés.
El año también ha empezado con el ciclo ‘Aragón negro’. Más de cien actividades y varios centenares de participantes han sido los protagonistas de la tercera edición de este festival dirigido por Juan Bolea. El certamen se ha convertido, junto con los celebrados en Gijón, Getafe o Barcelona, en parte del circuito de citas con este género clásico y, a la par, en alza. La cita aragonesa contó con la presencia de premiados escritores nacionales como Luis Alberto de Cuenca, Fernando Marías, Alberto Pasamontes, Carlos Zanón y Alberto Vázquez-Figueroa. Este último, además, fue galardonado con el premio honrífico del festival, así como Carmen Conde, que recibió el trofeo Trama por su novela ‘Para morir siempre hay tiempo’, en la que una escritora frustrada se ve envuelta en una red de contrabando de arte y espionaje.
La literatura, el cómic, la fotografía, el teatro o, por supuesto, el cine giraron alrededor del género negro con presentaciones de libros, coloquios, conferencias, exposiciones, mesas redondas (y cuadradas) y, claro está, proyecciones. Así, la filmoteca que dirige Leandro Martínez se ha sumado al evento con la programación de la serie alemana ‘Dreileben’ (2011), compuesta por los capítulos de largometraje ‘Un minuto de oscuridad’, de Christoph Hochhäusler; ‘No me sigas’, de Dominik Graf, y ‘Algo mejor que la muerte’, de Christian Petzold.
De este último, precisamente, la filmoteca ha iniciado una retrospectiva en la que se verán, aparte del episodio del tríptico citado, ‘La seguridad interior’ (2001), ‘Fantasmas’ (2005), ‘Yella’ (2007), ‘Jerichow’ (2009), ‘Barbara’ (2012) y ‘Phoenix’ (2014), un conjunto de películas que han sido premiadas en diferentes cometidos tanto en el festival de Berlín como en la academia de cine alemán. Nacido en Hilden, cosecha de 1960, Petzold empieza a trabajar en el cine y la televisión como ayudante de realización con los directores Harun Farocki (quien le ayuda en sus primeras películas) y Hartmut Bitomsky. De todos estos trabajos, acaso sea el de ‘Barbara’ el más sugerente y complejo, de miradas, tiempos y silencios, una visión fría e intimista de las carencias de libertad de la Alemania del este en torno a una doctora que prepara su huida a occidente en el centro sanitario de un pueblo, pero allí conoce a un cirujano que se muestra confiado en su profesionalidad y eficiencia, algo que le hará replantearse sus más profundas decisiones.
Junto a la programación de los documentales dirigidos por Juan Felipe ‘Sara, una mujer de temple’ (2010) e ‘Indomables, una historia de mujeres libres’ (2011), dos relatos acerca de las luchas femeninas y la invisibilización a la que se someten por mantenerse al margen de las estructuras preestablecidas, la filmoteca también comienza dos ciclos apasionantes en torno a las llamadas “nuevas olas” de la década de 1960, dedicados, primero, al iraní Dariush Mehrjui y, en segundo lugar, a un grupo de cineastas checos en su búsqueda por hacer un cine más personal, al margen de la burocracia más conservadora: Milos Forman, Vera Chytilová, Jiri Menzel, Jean Nemec, Vojtech Jasny, Jan Kadar, Jaroslav Papousek, Jiri Trnka, Evald Schorm, Jaromil Jires, Juraj Herz, Ivan Passer…
Licenciado en periodismo por la universidad de California en Los Ángeles y miembro fundador –junto a Nasser Taqvai y Masoud Kimiai- del movimiento “nueva ola iraní”, Dariush Mehrjui es un cineasta a descubrir, camada de 1944, y del que la filmoteca ofrece, en riguroso estreno, títulos como ‘La vaca’ (1969), un drama simbólico sobre un aldeano y su apego casi mítico a este animal, según la novela homónima de Gholam Hosseyn Saedi; ‘El desierto’ (1990), onírico relato de compleja estructura narrativa en torno a la crisis de identidad de un intelectual; ‘Sara’ (1993), un grito por la dignidad de la mujer y su papel en una sociedad muy machista; ‘Leila’ (1996), un filme tan metafórico como intimista, acaso algo irregular; ‘El peral’ (1998), viaje mental a la adolescencia y al primer amor, y ‘Fantasmas’ (2014), la historia del embarazo de una criada según la obra de Ibsen ‘Play ghost’.
De la “nueva ola checa” se han programado ‘Pedro, el negro’, ‘Diamantes de la noche’, ‘Perlitas en el fondo’, ‘Los amores de una rubia’, ‘Sobre la fiesta y los invitados’, ‘Iluminación íntima’, ‘Las margaritas’, ‘Trenes rigurosamente vigilados’, ‘El regreso del hijo pródigo’, ‘El baile de los bomberos’, ‘La broma’, ‘Alondras en el alambre’, ‘Todos mis compatriotas’ y ‘El incinerador de cadáveres’, un conjunto de películas, realizadas entre 1964 y 1971, que abogan por el derecho a la innovación y abordan, muchas veces con una ironía a prueba de bombas y técnicas documentales heredadas del neorrealismo italiano, la vida cotidiana, los conflictos generacionales, la temática juvenil y la moral individual frente a las convenciones sociales. Cine checo de primer orden, del que volveré en la próxima reseña patrullera. Hasta entonces, pues.