Por Jesús Soria Caro
Simic, poeta de origen balcánico, nos ofrece en su creación siempre la posibilidad de sorprender en nuestra lectura una perspectiva que vaya más allá de nuestra mirada habitual de lo real.
Su creación es una poesía que asume la esencia del género, que es mirar la realidad desde otros ángulos diferentes, libres, insólitos, alejados de la lógica y de la perspectiva habitual.
Se desea así estar en un buzón, abrazando los deseos y las cartas de amor que alguien escribió:
Oh, quien estuviera dentro de un buzón
en una esquina de una calle cubierta de nieve
acurrucado a una carta
que envía amor y ardientes besos
para algún tipo afortunado de ahí afuera. (Simic, 2018: 109).
Se personifica al infinito, que bosteza, se toma una copa y tal vez filosofea que se mira en los espejos por la noche, en la oscuridad del cosmos en la que puede ver esa nada total que le devuelve el reflejo de su sueño de lo real. Tal vez tiene nostalgia de Pitágoras que intuyó su existencia en la correspondencia numérica del universo:
El infinito bosteza y sigue bostezando.
¿Tiene sueño?
¿Extrañará a Pitágoras?
¿A las velas de los tres navíos de Colón?
¿El sonido del oleaje le recuerda a sí mismo?
¿Alguna vez se sienta frente a una copa de vino
a filosofar?
¿Se asoma por la noche a los espejos?
¿Tiene una maleta llena de souvenirs
escondida en alguna parte?
¿Le gusta recostarse en una hamaca con el viento
susurrándole palabras de amor al odio?
¿Entra en iglesias vacías y enciende una única
vela en el altar?
¿Nos ve como una pareja de luciérnagas
jugando al escondite en un cementerio?
¿Nos encontrará apetitosos? (Simic, 2018: 113).
Hay espacio para una poesía de sabiduría, invitando a reflexionar sobre la necesidad de vencer la oscuridad no con la oposición o negación, sino trayendo la luz de la aceptación, el equilibrio introspectivo:
Se giró para susurrarle al oído
en una hora tranquila de la noche,
cuanto más feliz
sería si nada deseara.
Le urgió a parar de mortificarse
por los muchos altibajos de su vida
algunos aún recientes en su cabeza-
que lo habían llevado a un estado deplorable,
y a hacer las paces con todo
lo que ya no puede cambiarse,
-entenderse, o resolverse de forma apropiada-
como Dios y el propio destino,
y a dedicar los días restantes
a cuidar esa luz interior
que pueda permitirle caminar sin tropezar
mientras lo alcanza poco a poco la noche. (Simic, 2018; 131)
Insólito es que la noche escuche el secreto de quienes ascienden a las cumbres, de quienes cerca del abismo de la muerte saben lo que la vida desde la abulia provoca; que nos alejemos de su verdadero valor, haciendo que no apreciemos su belleza:
El cielo de la noche ama
a los hombres y mujeres que escalan montañas
para contarle secretos al oído.
Oh, las cosas que yo le diría
si tuviera que encontrarme
solo en un mar en un bote salvavidas. (Simic, 2018: 133)2
“La semana” adopta gestos humanos, un tatuaje que no mostrará al llegar el día siguiente, paseando su pesadilla que es un animal de abismos recorriendo el paisaje del tiempo. El sábado con la luz de la intensidad de los placeres y el domingo crucificada en su propia esencia de desaparición:
El lunes aparece con un tatuaje nuevo
que no nos mostrará y entonces llega el martes
paseando su última pesadilla con una correa
y el miércoles ciego como el sonido de la lluvia
contra una ventana y el jueves sorbiendo
café malo servido por una bonita camarera
y el viernes perdido en una confusión de tristes
y felices caras y el sábado lanzando destellos
como una máquina de pinball en la morgue
y el domingo crucificando con una cabeza de Cristo crucificado
que cuelga de perfil en el espejo de un aseo (Simic, 2018: 31)
“El aburrimiento” en un poema de título homónimo nos cuenta su biografía, define su interioridad dolorida, ansiada de nadedad, vaciada en la ausencia de todo sentido:
Yo soy el hijo de los domingos lluviosos.
Observé arrastrarse al tiempo
como una mosca herida
sobre la húmeda cristalera.
O bien esperé a que la rama
de un árbol dejara de temblar.
Mientras tanto Abuela tejía
haciendo un ovillo
que rodaba como un gatito a sus pies.
Yo sabía que cada reloj de la casa
se había detenido
y que aquel día duraría para siempre. (Simic, 2018: 33)
“En una nube” se nos cuenta que un bombero es observado pero que ella, la nube que flota sobre el hilo fino del infinito, no es advertida.
La mayor parte de los días estoy flotando.
También las noches.
Un pie delante del otro
sobre un hilo tan delgado
que una araña no podría distinguirlo del suyo,
paseo sin ser vista
sobre sus cabezas.
Ustedes que siempre están dispuestos
a aplaudir a un bombero
que salva a un niño de un edificio en llamas,
levanten la mirada de vez en cuando
e intenten admirar mi espectáculo. (Simic, 2018: 85).
La poesía libera nuestra mirada, nos saca de la lógica habitual de cómo entender el mundo. Es necesario encontrar esas otras perspectivas, las más insólitas, libres. Todo ese viento de creatividad es la fuerza de la poesía de Simic que derriba los muros de la realidad habitual, de sus miradas prisioneras de la lógica. El ejercicio poético en su obra nos ofrece un camino de ruptura, un ejercicio de libertad…
BIBLIOGRAFÍA
Simic, Charles (2018): Garabateado en la oscuridad, Valparaíso,