El patrullero de la filmo: La vieja ‘nueva ola’ checa

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Por Don Quiterio

     La década de 1960 tiene en la cinematografía mundial un potente movimiento de renovación y de rejuvenecimiento, una corriente contestataria y provocativa, y el ‘free cinema’ británico (Reisz, Richardson, Anderson, Clayton, Schlesinger), la ‘nouvelle vague’ francesa (Godard, Truffaut, Chabrol, Resnais, Rivette, Rohmer, Varda, Demy),…

    …el ‘cinema novo’ brasileño (Rocha, Guerra, Diegues, Pereira dos Santos) y la ‘nuberu bagu’ japonesa (Oshima, Hani, Teshigara, Imamura, Yoshida) son los estiletes que marcan, de algún modo, la ruptura al contar con una amplia cobertura mediática con la que se producen largometrajes de ficción de nuevo cuño y con costes mínimos, un cine joven, libre, que trae consigo un viento de libertad que se opone, con la impertinencia de la juventud, a las ideologías dominantes y rompe radicalmente con su tradición nacional de “calidad”, consistente en confeccionar una puesta en escena rutinaria y en perfeccionar una imagen estandarizada. Este cine nuevo reivindica una obra personal en su contenido y en su forma, una revolución que abre las puertas al cine moderno, para lo mejor y también para lo peor.

    Otras cinematografías también tienen su importancia en este período rompedor. Así, movimientos de renovación y de rejuvenecimiento suceden igualmente en Italia (Olmi, Bertolucci, los hermanos Taviani, Scola, Ferreri, Bellochio), Alemania (Kluge, Schlöndorf, Fleischmann, Straub, Fassbinder, Herzog), Suiza (Tanner, Soutter), Bélgica (Delvaux), Suecia (Widerberg), la antigua Yugoslavia (Makarejev, Pavlovic), Hungría (Kósa, Gaál, Kovács, Jancsó), Rusia (Tarkowski, Mikhalkov), Armenia (Paradjanov), Georgia (Iosseliani), Polonia (Wajda, Polanski), Argentina (Solanas), Senegal (Sembene), Canadá (Lefebvre, Carle), Estados Unidos (Clarke, Mekas, Warhol, Cassavetes) o España (Saura, Erice, Guerín, Eceiza).

    Junto a todos estos movimientos, uno de los más importantes se produce en el cine checo de la primavera de Praga, la llamada ‘nova vlná’, cuyos principales representantes son los jóvenes Milos Forman, Vera Chytilová, Jirí Menzel, Jan Nemec, Evald Schorm, Jaromil Jires, Juraj Herz, Ivan Passer, Jaroslav Papousek, Karel Kachyna, Zbynek Brynych, Ján Kádar y, entre otros, Vojtech Jasný. Este último, sin ir más lejos, rueda en 1957 ‘Las noches de septiembre’, descripción desenvuelta de la vida militar, y confirma con brillantez sus cualidades en ‘La historia que nunca ocurrió’ (1963), pintoresca fantasía cromática acerca de un gato maravilloso que confiere a las personas el color de su verdadero carácter. Su labor es el preludio del despertar de una nueva generación de cineastas, formados en la escuela de cine de Praga (FAMU).

    El inicio de la década de 1960, en efecto, supone la aparición de estos jóvenes realizadores que, de una manera u otra, rompen con los esquemas tradicionales anteriores, el academismo y el realismo socialista, y de quienes la filmoteca de Zaragoza ofrece un ciclo necesario donde los haya. Una muestra que bien sirve, como imantada brújula, para no perderse por los intrincados vericuetos de la realidad checoslovaca oculta tras el velo de la desinformación, con la programación de ‘Pedro, el negro’ (Forman, 1964), ‘Diamantes de la noche’ (Nemec, 1964), ‘Los amores de una rubia’ (Forman, 1966), ‘Sobre la fiesta y los invitados’ (Nemec, 1966), ‘Iluminación íntima’ (Passer, 1965), ‘Las margaritas’ (Chytilová, 1966), ‘Trenes rigurosamente vigilados’ (Menzel, 1966), ‘El regreso del hijo pródigo’ (Schorm, 1967), ‘El baile de los bomberos’ (Forman, 1967), ‘La broma’ (Jires, 1968), ‘Alondras en el alambre’ (Menzel, 1969), ‘Todos mis compatriotas’ (Jasný, 1969), ‘El incinerador de cadáveres’ (Herz, 1969) y ‘Perlitas en el fondo’ (1965), este último filme como toda una declaración de intenciones al tratarse de un largometraje colectivo, cuyos cinco episodios están dirigidos respectivamente por Chytilová, Nemec, Menzel, Jires y Schorm, cada uno de los cuales adapta un relato de Bohumil Hrabal en una búsqueda de la cotidianeidad vital de un grupo humano.

    Estas obras y estos autores prueban la fecunda vitalidad de esta nueva generación. El óscar al mejor filme extranjero obtenido en 1966 por Janos Kadar y Elmar Klos con ‘La tienda de la calle Mayor’ significa un reconocimiento internacional de los valores de esta generación. Al año siguiente, para redondear, Jirí Menzel consigue otro óscar para el cine checo por sus ‘Trenes rigurosamente vigilados’, un magnífico filme ambientado durante la segunda guerra mundial sobre un joven funcionario de ferrocarriles de una pequeña estación que está obsesionado por su timidez. Tras intentar suicidarse, entra en contacto con una organización antinazi y ello le brinda la oportunidad de mantener sus primeras relaciones sexuales y la posibilidad de convertirse en un héroe de la resistencia si consigue hacer explotar un tren cargado de municiones para los alemanes.

    Adaptación de una novela de Bohumil Hrabal, que colabora igualmente en el guion, ‘Trenes rigurosamente vigilados’ es una comedia rica en implicaciones morales y metafísicas, y combina tragedia y farsa, erotismo y sátira, naturalismo y absurdo. Es, al mismo tiempo, una fábula sobre la pérdida de la inocencia con su humor agridulce, su amor por el detallismo y su humanismo. Se trata, al fin y al cabo, de una sensible reflexión sobre la difícil transición de la adolescencia a la edad adulta, un “despertar a la primavera” que se verá trágicamente interrumpido. Después de este éxito, Menzel realiza ‘Alondras en el alambre’, una divertida sátira del régimen comunista que se basa igualmente en un texto de Hrabal.

    Vera Chytilová dirige en ‘Las margaritas’ una agresiva farsa feminista, delirante y perturbadora, absurda y grotesca, protagonizada por dos adolescentes perversamente ingenuas, desinhibidas y estrafalarias, que conviven en un piso de modo caprichoso y anárquico. En su decisión de vivir despreocupadamente, explotan a viejos verdes que, creyendo conquistarlas, no hacen sino pagarles opíparos banquetes en lujosos restaurantes, mientras ellas no paran de reírse de manera fresca y subversiva en sus alocadas relaciones con el sexo masculino. La película recorre sus andanzas y travesuras en unas escapadas que incluyen un incendio, los alimentos fálicos (salchichas, pepinillos, huevos, plátanos) o los robos. Sin argumento propiamente dicho, el filme resulta algo superficial, pero siempre fresco y arrebatado, divertido y provocador, al tiempo que su ánimo experimental se hace evidente en el viraje de colores, los insertos en plano de detalle sobre objetos o la asociación entre sonido, música e imágenes.

    Una película muy pop, en la línea de las españolas ‘Fata Morgana’ (Vicente Aranda, 1966) o la posterior ‘Un, dos, tres, al escondite inglés’ (Iván Zulueta, 1969), y que, al parecer, influye decisivamente en Jacques Rivette para su ‘Céline y Julie van en barco’ (1974).  Aunque los tanques soviéticos, en 1968, cortaron de cuajo las posibilidades del “milagro cinematográfico checo”, Chytilová permanece en el país, a diferencia de otros colegas suyos, pero pasa seis años sin poder rodar hasta que, en 1975, una carta personal al presidente Gustav Husak la libera a medias. Chytilová sufre los embates censores viéndose obligada, incluso, a firmar algunas de sus producciones con el nombre de su marido, Jaroslav Kucera. Y aunque sigue haciendo un cine cada vez con menor fortuna creativa, sus películas, en cualquier caso, son reconocidas por su innovación formal y experimentación visual con trasfondo feminista y revolucionario.

    Milos Forman conforma sus primeros contactos con el cine como ayudante de dirección de Martin Fric en ‘Déjame hacer a mí’ (1965) y como guionista de Alfréd Radok en ‘El abuelo automóvil’ (1967). Desde entonces hasta 1961 es guionista y realizador de los espectáculos ‘Laterna magika’, que combinan el cine y el teatro. Se da a conocer como director en 1963 con el documental ‘Concurso’, que recoge el ambiente de un cabaret juvenil. Pasa al filme de ficción con ‘Pedro, el negro’, en el que trata el tema de la juventud con gran sentido realista y un humor vagabundo y punzante de cierto trasfondo amargo, a través de una puesta en escena a mitad de camino entre los métodos del ‘cinéma-verité’ y las experiencias de Jacques Rozier. Con ‘Los amores de una rubia’ fabrica una comedia un tanto melancólica que mezcla la ligereza con la tristeza, lo frívolo con lo dramático, acerca de una chica que conoce a un joven pianista y pasa la noche con él, con una divertida secuencia en una sala de música. Y ‘El baile de los bomberos’, última película del director en su Checoslovaquia natal, es una potente comedia negra estructurada en episodios –la rifa, el concurso de belleza, el incendio- que se ofrece como una alegoría a la sociedad soviética y desarrolla con habilidad sus cuidadosas observaciones sobre el comportamiento de grupo en un entorno aislado.

    Jean Nemec obtiene un amplio consenso internacional con su primer largometraje, ‘Diamantes de la noche’, en torno a la odisea de dos muchachos huidos de un convoy que los transporta a un campo de concentración. Confirma sus dotes con un filme polémico, ‘Sobre la fiesta y los invitados’, una especie de gran juego sobre la supervivencia, en el que unos personajes son invitados a una comida e intentan dejar al margen las preocupaciones de toda índole. Un realizador que se afirma en ‘Los mártires del amor’ y ‘Madre e hijo’.

    Ivan Passer se inicia como ayudante de dirección al lado de Zbynek Brynych, Ladislav Helge y en ‘La historia que nunca ocurrió’ (1963), de Vojtech Jasný, una brillante y singular fantasía caleidoscópica, de danza y poesía, de música y circo. También colabora en los guiones de las películas de Milos Forman, junto con el guionista Jaroslav Papousek. Debuta como realizador con el episodio ‘Una deslucida tarde’ del mentado filme colectivo ‘Perlitas en el fondo’, pero que es separado del conjunto por el grupo productor. Su película ‘Iluminación íntima’ recuerda una suerte de Polanski y mezcla los sueños con las frustraciones, lo urbano con lo rural, la comedia con el drama, la alegría con la tristeza, para un relato acerca del encuentro entre dos antiguos compañeros propiciado por la celebración de un concierto en una ciudad de provincias. El humor agridulce disimula una profunda desesperación y una auténtica angustia en una galería de personajes muy característicos.

    Evald Schorm no tarda en sobresalir como realizador de cortometrajes y documentales. En 1964 rueda su primer largo de argumento, ‘Nuestro valor cotidiano’, que recoge la crisis de un joven obrero. Su segundo largometraje, ‘El regreso del hijo pródigo’, le revela como el cineasta más maduro y profundo de su generación, al que sigue ‘Cinco muchachas en torno a su cuello’ y ‘El bedel’. También protagoniza el papel de un marido en ‘Sobre la fiesta y los invitados’, de Nemec, y el de un sacerdote en ‘Hotel para extranjeros’, de Antonin Masa.

    Los trabajos de Jaromil Jires, Vojtèch Jasný y Juraj Herz, con sus aciertos y sus errores, terminan por configurar un apasionante ciclo sobre el cine checo de los años sesenta del siglo veinte programado por la filmoteca de Zaragoza. Así, en ‘La broma’, Jires adapta la novela homónima de Milan Kundera acerca de las ofensas y venganzas sentimentales. Jasný, por su parte, habla en ‘Todos mis compatriotas’ de los conflictos políticos, sociales y familiares en una zona rural, y, finalmente, Herz adapta la novela del mismo nombre de Ladislav Fuk, una comedia negra de terror que enlaza con el expresionismo alemán.

    Un nuevo cine que pronto evidencia dos tendencias: una inclinación que desarrolla su combate a través de la recreación de un universo absurdo, frecuentemente opresivo y angustioso, muy próximo a Kafka, Hrabal o Kundera, y cuyos mejores representantes serían Chytilová, Némec, Passer o Schorm; y otra línea que gusta de imágenes veraces, cotidianas, en ocasiones de naturaleza documental, a menudo con gente de la calle y actores no profesionales, sin renunciar a un posible tratamiento irónico, cáustico, que prefiere hacer la crítica a través de planteamientos intimistas, donde el individuo, frecuentemente joven –con sus problemas de adaptación, afectivos, sexuales, sociales-, y no el grupo abstracto, es lo importante.

    A esta tendencia carente de toda retórica pertenecen Forman, Menzel o Jires, entre otros que emigran a occidente después del 68. El nuevo cine checo pretende romper con la tendencia oficial, hecha del folclorismo, mensaje moralista, paternalista, o respetuoso con una autoridad indiscutible, promotor del conformismo e inmovilismo. Estas dos propuestas responden a un espíritu rupturista, rebelde, liberalizado, de no poca inspiración con la ‘nouvelle vague’ francesa, a las cuales, indirectamente, se afilian unos y otros. El estudioso Nacho García Morcillo da fe de la repercusión e importancia de esta nueva generación de realizadores que se va al garete en un abrir y cerrar de ojos: “Con el ascenso a la secretaría del partido comunista checoslovaco de Alexandr Dubcek, se extremó el aperturismo y los antidogmatismos, lo que supuso que las tropas del pacto de Varsovia irrumpiesen en la capital del estado en la conocida como primavera de Praga de 1968”.

    Unos acontecimientos, vuelvo a Morcillo, que “precipitaron la reinstauración de los valores y las leyes de antaño, la destitución en abril de 1969 de Dubcek al frente del gobierno, y la prohibición de parte de las propuestas culturales –entre ellas un buen número de películas- que se estaban realizando o estaban en visos de realizarse. La situación propició que algunos cineastas (Forman, Passer, Menzel, Schorm…) optaran por el exilio. Los que se quedaron tardaron tiempo en volver a ponerse tras la cámara y los que lo lograron tuvieron que adaptarse a la nueva situación o tuvieron que abusar de la parábola para presentar unos filmes con un mínimo de contenido crítico. La situación se agravó a inicios de la década de 1970, cuando una normativa oficial prohibió la exhibición de buena parte de las películas que los cineastas checos habían realizado a lo largo de los 60”.

    Una época, en fin, de cine fragmentario y azaroso, el anverso y reverso de la vieja moneda, el sonido de los pasos, el olor a tierra mojada, las casas abandonadas. Una suerte de factura pagada al asomarse a la vida que después no se tendrá, al sumergirse en la vida que después te ha de expulsar del paraíso. Y ahí se encuentra el testamento de una generación de cineastas checos que quiere cambiar el mundo y acaba refugiada en el exilio. Un destino y un precio. La vieja ‘nueva ola’ checa.

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