Por Don Quiterio
Existe en la comunidad aragonesa un puñado de cineastas contemporáneos que dan muestras, a la chita callando, de su enorme potencial. Acaso no son los más nombrados, ni los más mediáticos, pero en estas páginas de ‘El pollo urbano’ he ido dando, mes a mes, cuenta de todos ellos.
Me estoy refiriendo a nombres como los de Lorenzo Montull, José Manuel Fandos, Javier Estella, Ignacio Lasierra, Rosa Gimeno o Javier Macipe, entre otros ilustres ‘desconocidos’. Con sus aciertos y sus errores, estamos ante unos excelentes realizadores con un innegable gusto por la narrativa –ya sea en documental o en ficción- que ya quisieran muchos de los considerados cineastas mayores y que no saben, los pobres, ni manejar el tiempo cinematográfico, la praxis fílmica.
A la cabeza de este grupo se sitúa Javier Macipe, siempre con un estilo fresco y lleno de ingenio. Este cineasta zaragozano de origen ariñense (su primer trabajo lo rueda en esa localidad) sabe lo que se lleva entre manos y se adentra, título a título, en sus particulares interioridades e intimidades, con su estilo sobrio y preciso, dominando todos los elementos. Y lo que mejor domina es la luz, su luz, la que mejor resalta las cualidades de lo filmado. La luz que transmite emociones. Busca con determinación y encuentra siempre esa luz que le fascina, sea tenue o dramática, sea cálida o fría.
Muchas veces, por otra parte, se puede poner en cuestión la duración real o subjetiva de una obra cinematográfica. Un largometraje puede tener la virtud de hacerse corto y, de la misma manera, un cortometraje se puede convertir en algo muy largo. El tiempo sobre la pantalla resulta un concepto muy flexible y lo que importa de verdad no es el dato de los minutos consumidos, sino la adecuación entre las necesidades de lo que se cuenta y su desarrollo en imágenes. Esto lo podemos comprobar en el cortometraje ‘Os meninos do rio’.
Macipe, a lo largo de su trayectoria, siempre ha controlado este concepto, efectivamente, acaso porque le gusta el cine que mira a la realidad más que al cine que mira al cine. Con el cine que se dedica a mirar a otras películas, a imitar y repetir esquemas, se va empobreciendo el lenguaje. Y el lenguaje de este cineasta es su principal virtud, porque adecúa, esto es, las necesidades de lo que cuenta y su desarrollo fílmico, en unas imágenes que recuerdan la fluidez expositiva de un Rohmer o de un Kiarostami. Ya en su corto documental ‘Adiós, padresitos’, el zaragozano utiliza, con profundidad y sutileza, una narración al servicio de sus personajes, de cuanto les han ido sucediendo, de sus sospechas y certidumbres, arrolladores ante la cámara, tanto en cuanto utilizan sus imponentes figuras para agrandar sus pensamientos y acciones. Y se agradece.
Javier Macipe es un tipo de Zaragoza, camada del 87, contorneado en la escuela cubana de San Antonio de Baños, que amplía sus estudios de comunicación audiovisual por la universidad Complutense de Madrid, especializándose en dirección de actores, y pulido en un puñado de batallas evocativas y perdurables (‘No pienso dejar de llorar’, ‘Efímera’, ‘Cuídala bien’, ‘Vivir sin agua’, ‘¿Hablamos?’) antes de dirigir su primer largometraje de ficción, ‘Los inconvenientes de no ser dios’ (2015), realizado inmediatamente después del cortometraje ‘Os meninos do rio’, toda una experiencia para el espectador, donde el tiempo se detiene y se paladea un lenguaje cinematográfico sencillo y elaborado a la vez.
Macipe no abandona el trasfondo documental, la cercanía a la realidad. La historia de ‘Os meninos do rio’ busca el monólogo, la reflexión como punto de encuentro, de partida para sacar a pasear el espejo, para golpearlo y salir a andar más tranquilos. Un relato donde el cuerpo siempre hace presencia, también en el viaje, y también en la identidad desde lo personal, diferenciando lo privado de lo íntimo. Una historia diferente, íntima, sutil, de homenaje y mirada, tenue, siempre lúcida, de hallazgo y aproximación, de pregunta sin respuesta.
No suele suceder muchas veces, claro, pero en ocasiones te encuentras ante unas tramas sencillas, como la vida misma, desprovistas aparentemente de todo. Echar un vistazo, así a granel, y de repente, sin darte cuenta, llevas un buen rato anonadado, mirando la pantalla ante lo que estás presenciando. Macipe tiene el don de la sencillez compleja, va envolviéndote, poco a poco, como la vieja hila el copo. Esto sucede en ‘Os meninos do rio’, del que Macipe es también compositor de la música original, un cortometraje que parte de una pequeña historia de un barrio de Oporto –la Ribeira-, la sencilla historia de un chaval portugués que tiene miedo a tirarse al río Duero desde el imponente puente Luis I, a una altura de más de quince metros. Ese juego se convierte, al mismo tiempo, en una atracción para los turistas, aunque, en realidad, en el terror de ese chico a saltar al cauce existe el paralelismo con los temores adultos a enfrentarse a lo desconocido y a ir a contracorriente. Esa confrontación de dos mundos tan distintos, el de los niños, que proceden de un estrato económico bastante bajo, y el de los turistas, para los cuales estos adolescentes son un elemento más de ese atractivo pintoresco de la ciudad, la refleja el director para contar la realidad de esos niños, de sus situaciones familiares y personales que hay detrás de cada uno, sin idealizaciones ni estereotipos. Además, ‘Os meninos do rio’ es un verdadero homenaje a la ciudad de Oporto, ya que retrata no solo el lugar sino la vida de las gentes en torno a ese puente.
Al fin y al cabo, Macipe piensa las películas como artefactos o dispositivos que están más cerca de la agitación que del incienso catedralicio. Con algo de desafío, con algo de cimarrón y con algo de fajador que se mueve mejor a la contra, su ideario está desplegado en acciones fílmicas, en las formas de pensar del cine desde la grieta de la convención. El zaragozano vuelca certezas y dudas en ‘Os meninos do rio’, un descargo, o campo de pruebas, o galpón de alquimias, para un relato de título y contenido luminosos.
Al límite de los géneros de la ficción y el documental, ‘Os meninos do rio’ trata, en última instancia, de la existencia, y es un drama, una comedia, un desengaño en uno. La vida no es sino detalles acumulados, siempre nimios, pero que situados en un contexto, y del derecho, hacen llevadera la existencia. El cine de Macipe, más allá de una diversión o una creación intelectual, es una forma de vivir. Se apagan las luces en la sala y se ilumina la pantalla. Todo parece posible en ese momento.
‘Os meninos do rio’ está nominado al goya como mejor cortometraje de ficción, y sus rivales son ‘Cordelias’, de Gracia Querejeta; ‘El corredor’, de José Luis Montesinos; ‘El trueno rojo’, de Álvaro Ron, e ‘Inside the box’, de David Martín-Porras. ¡Suerte!