Por Mariano Berges
Profesor de filosofía
En estos momentos del trumpismo-putinismo, dos imperialismos tienen atemorizados al mundo europeo que, de la noche a la mañana, ha entrado en una vorágine guerrera ante un temor, inexistente hasta ahora, de que Rusia…
…podría atacar a la UE. La histeria ha llegado al extremo de invitar a los ciudadanos de la UE a tener preparado un kit de supervivencia personal para un mínimo de los tres primeros días en un hipotético ataque bélico. La guerra de Ucrania, aún sin desentrañar sus auténticas causas que provienen de la estructura territorial y política de la antigua URSS, ha sido la espita que ha disparado este ardor guerrero en la UE, que ha llegado a hablar de invertir una cantidad monstruosa de 800.000 millones de euros para ponerse en pie de guerra, aunque para jugar a pacifistas lo llamemos estrategia de defensa.
Cuando leemos sobre esta cuestión del rearme, podemos observar dos bandos: los partidarios del rearme y los pacifistas. También podríamos llamarlos realistas e ingenuos. Pero la verdad no es absoluta y además de relativa es poliédrica. Como diría el clásico, la situación es confusa, profusa y difusa. Yo estoy convencido de que, al menos en España, la mayor parte de la ciudadanía está por la paz, que tan bien le ha sentado a la España democrática, especialmente desde su entrada en Europa en el año 1986. Por eso mismo, ese nominalismo que el presidente Sánchez intenta establecer de hablar de seguridad en lugar de rearme, no es ninguna tontería. Porque no es lo mismo seguridad que rearme, ni defensa que guerra. Independientemente de que el presidente español sepa perfectamente que quien lleve al parlamento una inversión monstruosa para comprar armas o vaya en plan guerrero, que se despida de su futuro político. Porque la clave electoral de cualquier acción política es siempre causa motriz de su acción.
Ignoro la psicología social de otros países, pero España no aprobaría hoy la entrada en un conflicto armado. ¡Buen siglo XX hemos padecido! Por lo tanto, me parece inteligente hablar de seguridad y no de rearme, y de defensa y no de guerra. Además, la UE necesita, antes que comprar o producir armamento en magnitudes planetarias, tomar una serie de decisiones que van desde depurar algunos conceptos teóricos hasta establecer una tipología de armamento común y/o complementario entre todos los países de la UE, y adoptar de una vez para siempre estructuras de mando, militares y civiles, únicas y comunes a toda la UE. Aparte de responder un interrogante mayúsculo previo, ¿qué hacemos con la OTAN? Porque en esto tiene razón el autócrata Trump, Europa ha tenido gratis el paraguas de la OTAN financiado por EEUU. Eso sí, con un montón de hipotecas que no vienen al caso. ¿Vamos a inventar la OTAN 2 sin los EEUU? No sería ninguna tontería que la UE diese un paso de gigante, aprovechando la situación geoestratégica actual en el mundo, y caminase hacia su sueño inicial de la configuración de los Estados Unidos de Europa. Pero eso es política con mayúsculas. Podría ser una oportunidad de oro. En un artículo reciente, Habermas decía que una fuerza militar disuasoria en la UE podría aprobarse solo con un paso adelante en la integración europea.
Pero me quedo con mal gusto de boca si solo uso argumentos de tipo práctico. Si seguimos la lógica de los realistas armamentistas nunca habrá paz. Y armarse en cantidades industriales y sin previos en línea con la integración europea, es seguir esa lógica. Claro que hay que hablar de todo, pero antes que de guerra hay que hablar de política, de diplomacia y de muchas cuestiones relacionadas con la defensa europea que tengan ese doble uso tecnológico, militar y civil: todos los trenes con ancho europeo, vías rápidas que conecten toda la UE, digitalización empresarial de doble uso, estructura de mando unificado, complementariedad técnica entre todos los países… En fin, puede aprovecharse el momento antieuropeo del imperialismo ruso-estadounidense para hacer una Europa más integrada y fuerte. Porque, en el fondo, se trata de eso, de abortar la integración europea, de que esa civilización ilustrada y defensora de los derechos humanos no se imponga al capitalismo cutre de Trump y el imperialismo trasnochado de un espía que aún sueña con reinventar la URSS.
A riesgo de repetirme, hay que recurrir a Kant y su obra Sobre la paz perpetua, en la que el origen de las relaciones humanas, de la política humana y del derecho humano no es la supuesta necesidad de la guerra, sino el ideal de la paz. Porque, aunque la realidad de nuestro mundo es brutal, debemos someternos a leyes cuyo ideal sea la paz, porque solo así conseguiremos que esta siga siendo posible, a pesar de todo. Según la advertencia de Kant, el destino de una humanidad que no se mantenga fiel al ideal de la paz será inevitablemente la destrucción. Y estamos hablando en el siglo XVIII.
Más filosofía (y más política y más diplomacia) y menos rearme.
(Publicado en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN)