Por Carlos Calvo
Fotografías de Rafael Esteban
Mi fotógrafo Rafa y yo somos un equipo que cree en el amor, hacemos una llamada a los instintos, una bajada a la alegría, al abrazo. También a los infiernos si fuera menester, aunque seamos muy calurosos. Nos acercamos a la sala King Kong, lugar en el que se presenta una nueva edición –la cuarta- de ‘La mirada tabú’…
…una muestra cinematográfica organizada por Vicky Calavia, a quien mi fotógrafo, siempre tan versado, compara con la escritora latinoamericana Ana María Rodas, esa que lanzó a la calle, allá por los años setenta del siglo veinte, un libro titulado ‘Poemas de la izquierda erótica’ que incluía versos con preguntas retóricas de esta categoría: “De acuerdo, soy arrebatada, celosa, voluble y llena de lujuria. / ¿Qué esperaban? ¿Qué tuviera ojos, glándulas, cerebro, 33 años y que actuara como el ciprés de un cementerio?”.
Una gestora del hecho cultural que sirve tanto para un roto como para un descosido, no en vano también ha sido la anfitriona, como en tantos otros eventos, de un ciclo de cine versallesco llevado a cabo por Caixaforum, acaso, bromea mi fotógrafo, por lo bien que domina el francés en los despachos cortesanos. Ya sabemos los dos, con tabúes o sin ellos, que en los pasillos de la corte, como en ‘Las sillas’ de Ionesco, sobran banquetas, sobran tahúres, sobran trajinantes, sobra el milagro del pan y los peces.
Ahora, una vez más, la versallesca cabalga como un rayo y se (des)centra en lo tabú, como aquel homónimo norteamericano del cineasta alemán Murnau, en colaboración con Flaherty: un poema trágico de amor, sentimiento exaltado frente a una opresión injusta, superior y más fuerte que, con su implacable persecución, ponía fin a la felicidad de los protagonistas. El tema, recuerda mi fotógrafo, de la inútil lucha del hombre contra la fatalidad del destino, tan caro al romanticismo.
Al mismo tiempo, esta mirada hacia lo tabú sirvió para presentar ‘Tras la huella de Sade’, un libro coordinado y editado por el diseñador y artista Paco Rallo que reúne a quince escritores y veintidós artistas visuales, quienes comparten sus enfoques particulares sobre el ilustre transgresor universal. El propio Rallo junto a Manuel Pérez-Lizano (autor de uno de los ensayos) presentaron el volumen, y a continuación la actriz Geraldine Hill dio lectura a varias frases del marqués (fíjense en esa de que “las hipérboles solo se destruyen con otras hipérboles”) con la proyección de las ilustraciones que integran la publicación. Así se fue caldeando el ambiente, con los dibujos, ilustraciones o pinturas del propio Rallo, Fernando Vicente, Steve Gibson, Ángel Duerto, Sofía Santaclara, Oscar Barbery, Diego Fermín, Nacho Arantegui, Andrés Tena, Susana Blasco, Fernado Romero, Abdul Vas, Rubén Blanco, Jorge Fuembuena, Rubén Cárdenas, Miguel Mainar, Paco García Barcos o Laura Gimeno Lerín.
Siempre ha sido difícil incluir escenas sexuales en la narrativa. Es uno de los mayores retos que se le plantea al escritor, pero un reto perdido y una derrota casi segura para casi todos los escritores, con leves excepciones. Se puede introducir un poco más de sadismo, un poco más de masoquismo y un poco más de lo que sea, pero, en el fondo, propicia que los escritores se pongan o cursis o seudopoéticos, lo que suele ser un desastre, o bien casi obstétrico. Es decir, intentan ser muy objetivos y sobrios en las descripciones y entonces parece que uno se encuentra en el ginecólogo.
Con una introducción del propio Rallo, el libro dedicado a Sade, concluido en diciembre de 2015, cuando se habían cumplido doscientos setenta y cinco años de su nacimiento, recoge ensayos, relatos y poemas de diversos autores: Javier Barreiro, Manuel Sánchez Oms, Joan Ripollès, Pedro Paunero, Elifio Feliz de Vargas, Juan Villalba, Mario Hinojosa, José María Valtueña, María Paz Ruiz Gil, Fernando Guinard, Cristina Marín, Manuel Marteles o Jesús París. El marqués, afirma Rallo, debería dejar de ser un tabú después de doscientos años de su muerte: “Se le prejuzga sin conocerlo, por seres o sociedades poco ilustradas. Espero que esta publicación contribuya a su mejor comprensión, pensada para mentes adultas y curiosas con ansias de conocimiento, y que degusten y disfruten los relatos y las obras con sumo placer”.
Y qué mejor lugar de presentación que en ‘King Kong’, la sala de conciertos con el nombre de la campeona indiscutible de todas las películas de monstruos. Una versión, recuerden, de la fábula de la bella y la bestia protagonizada por un simio, cuya historia (sin final feliz, ay) se desarrolla a la manera del antiquísimo conflicto entre la ciudad y la naturaleza. Si el majestuoso esplendor de la película primitiva de Cooper y Schoedsak está destinado a perdurar, porque el gran gorila preferirá sacrificar la propia vida a hacer daño a su prisionera y amada, el universo de Sade ha sido foco de inspiración para infinidad de gente de las artes y las letras. El impacto de sus escritos, en efecto, dejaron huella en numerosos artistas visuales: de Delacroix a Man Ray (¡esa instantánea de una mujer desnuda, atada con una correa del cuello a los tobillos, y tumbada en el suelo!), pasando por Picasso y por otros autores menos ilustres, como el terrible Alfred Kubin. También su influjo en los cineastas es incuestionable: ahí están, para demostrarlo, nuestros queridos Luis Buñuel. Jesús Franco o Pier Paolo Pasolini.
Recuerda mi fotógrafo la versión cinematográfica que hizo el cineasta italiano de ‘Las 120 jornadas de Sodoma’, original literario en el que se acumula un catálogo bastante exhaustivo de posturas y combinaciones y sevicias y crueldades: ahora tres, luego siete o veintidós, ahora con frailes, luego con monjas, y así hasta que a uno lo rinde un acceso de narcolepsia. Acaso para alborotar a una sociedad pacata, Pasolini realiza en ‘Saló’ –así tituló su libre adaptación fílmica- uno de los mayores escándalos de la historia del cine y un durísimo ajuste de cuentas con el fascismo.
El marqués de Sade demuestra lo altamente creador de lo pernicioso, execrable y bajuno de la vida civil. De la fecundidad de la ciénaga, lo delecto y apasionante de la pecaminosidad humana, hervidero de sensaciones inéditas y originales. Las malas artes también son artes que nos merecen atención, estudio y desarrollo. Sade, Leautreamont, Apollinaire y muchos más jalonan la más alta cultura occidental, en la que la degeneración se convierte en categoría y calidad. Algo así sucede con el libro ‘Tras la huella de Sade’, un homenaje al libertino francés que dio nombre a lo “sado”. El libertino dieciochesco que alborotaba los salones parisinos fue una creación de los dueños de la sociedad. Y los aristócratas, claro, morían como moscas por enfermedades venéreas.
Más de doscientos años después de su muerte, Sade sigue suscitando opiniones enfrentadas y un tanto violentas. Algunos le acusan, pese a sus pocas o muchas virtudes revolucionarias, de hablar de la liberación del cuerpo y del erotismo para ocultar el comportamiento de un asesino que fue capaz de secuestrar hombres, mujeres y niños para torturarlos en un castillo con la finalidad de disfrutar de dichos crímenes. Otros sostienen que fue un chivo expiatorio para gobiernos de muy diverso pelaje, y por encima de todo una víctima de su suegra, la antipática presidenta de Montreuil.
¿Desde cuándo las leyes son igual para todos si fueron redactadas en beneficio de unos, los menos, para perjuicio de otros, los más? ¿Acaso no siguen reformándolas a su antojo en todos los órdenes de la vida: penal, laboral, administrativo? Acrecentado el control de nuestros cuerpos en un tiempo y un espacio perpetuamente vigilados con objeto de dificultar las posibles respuestas por el aumento del malestar que generan las nuevas relaciones sociales. Lo dijo nada menos que un marqués cuando finalizaba el siglo dieciocho: “¿Es justa una ley que obliga al que nada tiene el respeto de los derechos del hombre que lo tiene todo? La respuesta es no”. Era, claro está, Sade.
¿Quién fue, en realidad, Sade? El “divino marqués” –como lo bautizan Breton y los surrealistas- agota, en su compulsión del deseo, la parte física de las relaciones sexuales y descubre para el sicoanálisis la idea del dolor ajeno como motor de la sexualidad. Con Sade da comienzo el mundo moderno. Si queremos ser sadianos, y Paco Rallo lo es en un sentido moderno, no debemos olvidar, como bien nos recuerda el buen marqués, que “las hipérboles solo se destruyen con otras hipérboles”. A Rafa, mi fotógrafo, le gusta mucho la frase.