Por Miguel Añanos
Ya al amanecer se te funde el alma con el cuerpo mientras tus insomnes miembros tratan de despegarse de las empapadas sábanas. ¡Arriba!, que el día promete: veintiocho grados a las seis de la mañana.
Un largo mes sin dormir hace que acabes mezclando deseos con realidades y pasado con futuro. La visión se transforma en un vaho que la deforma hasta convertirla en un espejismo. Y luego están los insectos. Durante el día apenas son capaces de levantar el vuelo salvo para buscar la única sombra que parece existir: mi casa. Pero al llegar la noche reviven unas pocas horas para nutrirse de mi sangre, mis sudorosas sales y mi menguado ánimo.
No hay quien aguante aquí. Los más afortunados han dejado el barco y solo las ratas de tercera clase quedamos para mantenerlo a flote. Sintonizo Radio Zaragoza emitiendo desde Cambrils. Es asombrosa la vitalidad que despliegan a esta hora de la mañana cumpliendo con su misión de hacernos creer que estamos acompañados y que somos legión cuando solo quedamos cuatro. Son el tantán de las galeras.
La ducha no consigue refrescarme ni siquiera para calmar los habones del invertebrado festín nocturno.
Las calles desiertas se despiertan, vaporosas, dispuestas a acumular el calor del día para irlo devolviendo pausada y maquiavélicamente durante la noche de manera que no llegue nunca a refrescar. Empieza por derretir las suelas de los zapatos para irse transmitiendo, lenta e inexorablemente a través de las piernas al resto del cuerpo y alcanzar, por último, el cerebro. Allí pone en conexión neuronas que jamás debieron estar conectadas produciendo somnolencia, alucinaciones y, finalmente, un irrefrenable deseo de pulsar el botón nuclear.
Mis auriculares inalámbricos de última generación escupen las noticias: Varios incendios asolan el continente convirtiéndolo en cenizas; un parado de larga duración irrumpe en las oficinas de empleo armado hasta los dientes y provoca una masacre; tres crímenes machistas pasan discretamente a engrosar las estadísticas; el colapso del sistema de climatización del principal hospital de la ciudad dispara las defunciones puntualmente lamentadas por la ausente Consejera; el telepredicador que se hizo famoso anunciando el fin del mundo huye a un paraíso fiscal con los ahorros de centenares de adeptos… Y en Italia gana las elecciones un chihuahua llamado Filemón que heredó una fortuna de un viejo mafioso y así financió una campaña electoral ampliamente aclamada desde el clero.
Trato de apretar el paso sin ser consciente de que el calor que deja de transmitirse por el suelo lo produce mi propio cuerpo al acelerar. Y llego a la oficina donde saludo mecánicamente al vacío mostrador del conserje.
El jefe me dicta las instrucciones del día por videoconferencia desde el Caribe. El teletrabajo comienza por la cúpula.
Hoy tenemos que acometer un gigantesco atasco en la sección central de las alcantarillas producido por el desecho de centenares de miles de toallitas húmedas, condones en su mayoría sin usar, compresas, guantes de procedencia presuntamente delictiva y otros subproductos de la sociedad del bienestar unidos a la imprescindible materia orgánica que dota de adherencia a la informe masa. Para ello, debemos usar un traje aislante que, si bien nos protege del contacto con la contaminación, aumenta varios grados la temperatura ya de por sí extrema de los conductos subterráneos.
El procedimiento es absolutamente novedoso, pues ha sido desarrollado para la ocasión por una prestigiosa universidad privada local con nombre de santo que supervisará la operación desde su improvisada base en la templada montaña mediante un vídeo en tiempo real. A grandes rasgos, consiste en un gigantesco compresor de aire que, aplicado al turrón, lo catapultará hasta el río o, aún mejor, hasta la comunidad vecina. En las pruebas virtuales de los ordenadores del Centro de Desarrollo de Soluciones Imaginativas ubicado de forma provisional, como he dicho, en un climatizado resort en los Pirineos, ha tenido un comportamiento impecable y ha sido, en consecuencia, aprobado por las autoridades desde su sede estacional en Alcossebre.
El mamotreto se ubica en superficie y dispara aire hipercomprimido a través de un tubo de unos dos metros de diámetro que debe ajustarse a las tuberías de forma manual. No entraré en detalles de lo penoso e insalubre de semejante tarea, que culminamos con éxito y apenas unas secuelas psicológicas que fueron tratadas online por unos expertos desde el Atlántico norte.
Una vez implementado el cachivache, comenzó la larga operación de carga consistente, básicamente, en ir atrapando aire, prensarlo y almacenarlo a la espera de soltarlo todo de golpe. Evacuamos y precintamos la zona conforme a los protocolos establecidos e iniciamos la cuenta atrás. Hubimos de interrumpirla dos veces porque los pocos vecinos que quedaban, dando muestras de una falta de solidaridad solo equiparable a su inexistente confianza en las instituciones que nos gobiernan, mostraron su oposición por medio de unos “calvos” dirigidos por un anticapitalista que fue convenientemente neutralizado por la autoridad competente.
Diez, nueve, ocho… tres, dos uno, cerooooo! El sonido atronador fue acompañado de un considerable temblor de tierra. A los pocos segundos comenzaron a reventar secuencialmente los cristales de los edificios dando paso a una lluvia de detritus que salía impulsada a presión desde inodoros, grifos y bidés. Las tapas de las alcantarillas volaban amenazadoras por los aires y de los sumideros manaban toneladas de celulosa mechada con tropezones inidentificables.
Una marea oscura se hizo dueña de las calles y, en su camino hacia el río, engulló vehículos, comercios y lugares de culto. Los pocos ciudadanos que contemplaban alucinados el espectáculo de géiseres hediondos consiguieron ponerse a salvo en las alturas, a excepción del antisistema que dirigía la protesta que, incapaz de subirse a tiempo los pantalones, fue arrastrado al destino que sin duda merecía entre improperios y vaticinios que acabaron quedando ahogados por el ensordecedor caos y por la creciente lejanía del desdichado emisor.
Pocas huellas quedaban al día siguiente del suceso. La maquinaria de la contrata municipal fue concienzuda en su tarea de limpieza, los seguros se hicieron cargo de una riada calificada de ordinaria y la única víctima nunca fue contabilizada, pues sus restos no fueron recuperados y su familia jamás reclamó investigación alguna, harta como estaba del personaje. La Universidad disolvió apresuradamente el máster de Soluciones Imaginativas, no sin antes licenciar cum laude a sus integrantes para no tener que devolverles el importe de la matrícula y las autoridades pidieron otra de gambas en los correspondientes chiringuitos costeros convertidos en sedes de gestión de crisis.
La Comunidad vecina, receptora final del regalo, calló cómplicemente en un ejercicio de “Avui per tu, demà per mi” y los productos vertidos acabaron siendo disueltos e incorporados al pozo sin fondo de la naturaleza sin que trascendieran quejas de los millones de organismos afectados.
El Ronaldo de Obregón rezaba en portada: Exitosa operación de desatasco de las tuberías. Las subvenciones a la prensa, aprobadas por fin.
Y así, una noche más, satisfecho del trabajo realizado,me retiré a mi sudorosa vigilia nocturna, armado con un ventilador, un bote de relec y una raqueta matabichos eléctrica que compré de vuelta en el bazar chino de la esquina.