Por Don Quiterio
La decimocuarta edición de los Premios Simón del cine aragonés, con María José Moreno a los mandos, tuvo un protagonista absoluto en el filme del zaragozano Javier Macipe ‘La estrella azul’, premiado con ocho galardones: mejor película, dirección, guion, producción, actuación, montaje, sonido y maquillaje.
Los responsables de cada una de estas disciplinas fueron recogiendo, uno tras otro, las estatuillas correspondientes: Amelia Hernández, Nacho Blasco, Irene Tudela, Guille Mata, Carlos Estella, Pepe Lorente y, por supuesto, el propio director. Es ‘La estrella azul’ el debut en el largometraje de ficción de Macipe, el viaje que el quijotesco Mauricio Aznar, líder de la banda de rock zaragozana Más Birras, hace a Argentina huyendo de sus adicciones a finales del siglo veinte.
Y allí explora las raíces del folclore latino al conocer al anciano músico Carlos Carabajal. Y rompe con su propio molde para una búsqueda personal más ambiciosa en lo humano que en lo comercial. Con su tupé, cazadora de cuero, pantalones vaqueros y puntiagudas botas, conoce allí una familia indígena mientras descubre los secretos de la chacarera, una danza y canto ejecutados tradicionalmente con guitarra, violín y bombo legüero. Un Quijote en bicicleta que tomó prestado el principio de Cervantes: “Retirarse no es huir”. Y la historia de Mauricio, con su poesía apegada a la tierra, es la de un idealista de la música que, como don Quijote, perdió su apuesta, pero, como el ingenioso hidalgo, pudo decir: “Yo sé quién soy”. Atención a esa maravillosa escena en la taberna Antigua Casa Paricio en donde la música se materializa mágicamente.
El documental de arte ‘Bartolomé Bermejo, el despertar de un genio’, dirigido por el zaragozano José Manuel Herráiz, se llevó dos estatuillas: al mejor largometraje de no ficción y a la mejor dirección de fotografía, debida también al propio realizador. Aborda la figura de este pintor gótico (nace en 1440 y fallece sesenta años después), muy activo en tierras aragonesas en ese siglo quince, sobre todo en Daroca y Zaragoza. La película traslada al espectador al París de principios del siglo veinte, cuando sale a la luz una tabla gótica que despierta admiración en expertos por su calidad. Este artista olvidado, pues, recupera cinco siglos más tarde todo su esplendor y de ello hablan los bustos parlantes de Joan Molina, Peggy Fogelman o Judith Berg-Sobré.
El mejor cortometraje, ‘Las cucarachas’, lo ha realizado la zaragozana Ainhoa Aldanondo, que también escribe y actúa, formada en ballet clásico en el estudio de María de Ávila y en interpretación en la escuela madrileña Corazza. De inicios en las tablas (Pilar Laveaga la ficha para el Teatro de la Ribera), Aldanondo participa en un papel en la película de Paula Ortiz ‘De tu ventana a la mía’ y hace otro pequeño en el filme de Wes Anderson ‘Asteroid City’. Es pareja del actor Eduard Fernández, uno de los intérpretes de su corto, rodado en parte en la taberna Vinos Chueca, en Casetas.
Y en la pedrea resultaron ganadores los efectos visuales de Jara Benito, Javier Llovería y Leticia Gómez por ‘Puedes tú solito’, la dirección artística de Arkady Gil por ‘Libros, el legado de Alantansí’ y la música de Jesús Aparicio por ‘Tamarite Mágic Oh!’. Por su parte, ‘Menudas piezas’, de Nacho García Velilla, se llevó los galardones a la mejor actriz, Alexandra Jiménez, y al de Aragón Turismo, de nuevo cuño. Cuenta la película de Velilla la historia real de Enrique Sánchez, el maestro jubilado que llevó a los alumnos de un colegio de un barrio humilde de Zaragoza a ganar el campeonato nacional de ajedrez, y lo hace en tono de comedia romántica desaprovechada. Porque solo con los sentimientos (da igual de dónde salgan) se hace pan malo. El espectáculo es la norma. Y poco más.
El filme de la zaragozana Paula Ortiz ‘La virgen roja’ se llevó un exiguo premio, el de mejor vestuario para Arantxa Ezquerro, y fue una de las grandes decepciones de la gala. Pero acaso una decepción merecida porque su película, basada en la historia real de Hildegart Rodríguez (de la que Fernando Fernán-Gómez ya hiciera una versión) deja mucho que desear. Entre el drama histórico y el cine político, entre el romance y el thriller que por momentos coquetea con el terror, el filme naufraga a la hora de representar complejidades humanas, porque todo lo fía a los efectismos del envoltorio, Todo el cuidado estético resulta vacuo. Y así, la puesta en escena, de una caligrafía tan estilizada y pulcra que nos recuerda a un episodio de la serie ‘Amar en tiempos revueltos’, no está a la altura de la intensidad dramática del relato. La cosmética para camuflar carencias, en fin. Y arreando con el galardón a la indumentaria o así.
Lo que no se entiende es que una película como ‘Los destellos’, de la zaragozana Pilar Palomero, se fuera de vacío en los premios de su tierra. Una gran película ninguneada por los miembros de la Academia, que le dieron la espalda, y una de las mejores de la historia del cine aragonés (signifique lo que signifique), adaptación del relato ‘Un corazón demasiado grande’, de la escritora Eider Rodríguez. Estamos ante el drama familiar de una mujer que acepta cuidar a su exmarido enfermo, a pesar de llevar quince años separados. Una mujer decidida pero vulnerable que vive a las afueras de una ciudad de provincias y regresa junto al hombre que amó para cuidarle en sus últimos días, antes de morir. La protagonista comunica el dolor y la humanidad de una madre que, empujada por su hija, devuelve a su vida a su antigua pareja para que no muera solo como un perro. Una mujer que debe detenerse y no dar la espalda a alguien que no pide, pero necesita, su ayuda. Una ficción que profundiza en la complejidad y lo misterioso de las relaciones humanas para reflexionar sobre el paso del tiempo, las huellas que dejamos (esos destellos del título) y cómo la cercanía de la muerte nos coloca ante la vida de una manera diferente y nos invita a mirar el presente desde otro lugar, con generosidad y bondad. Al fin y al cabo, el filme es un recordatorio de la finitud para que seamos más conscientes del milagro de vivir, de estar aquí ahora mismo. Y lo hace Palomero con poesía, aunque los de la academia no se enteren. Porque tiene material suficiente para mostrar mucho más el sufrimiento de esa familia, pero no lo utiliza. Lo muestra pero no lo exhibe. Ahí está la escena, que por ella misma merecería galardón, de la muerte del protagonista, en la que la directora no enseña a la familia llorando, sino esperando en un pasillo. Y el sonido de la cremallera de una bolsa cerrándose…
Para finalizar, el Simón de Honor fue otorgado al operador, director de fotografía y realizador cinematográfico José Antonio Duce, el zaragozano nacido en 1933 que funda junto a José Luis Pomarón, Víctor Monreal, Emilio Alfaro, Julián Muro y Manuel Rotellar la primera productora aragonesa con voluntad profesional a principios de la década de 1960. Entre cortos, documentales y largometrajes se producen, entre 1961 y 1968, un total de veinticuatro títulos. Su trabajo más reconocido como director es el largometraje ‘Culpable para un delito’ (1966), con música del compositor turolense Antón García Abril, un suerte de filme negro rodado íntegramente en Zaragoza, que por la magia del cine tiene puerto, ambiente marítimo y línea de metro. Es la historia de un antiguo boxeador caído en el olvido que sufre la persecución de la policía, pues múltiples testigos afirman haberle visto acuchillar a un antiguo amigo en las escaleras del metro. Él, sin embargo, es inocente, aunque solo su mujer parece creerle.
Duce, al abandonar su carrera cinematográfica, se vuelca en su otra gran pasión, la fotografía estática, siendo presidente de la Real Sociedad Fotográfica de Zaragoza, cargo que ocupa entre 1968 y 1973. Además, ha ejercido la crítica cinematográfica y ha tenido una activa participación en cineclubs.