Por Don Quiterio
El área cultural del consistorio barbastrense que coordina Pilar Abad ha organizado un segundo ciclo de dramas judiciales con coloquios y conferencias a cargo del historiador cinematográfico Guillermo Balmori, el abogado José Hernán Cortés y la propia concejala.
Se han elegido tres clásicos del cine americano que incluyen ‘Soy un fugitivo’ (1932), ‘Matar a un ruiseñor’ (1962) y ‘Cadena perpetua’ (1994). El primero, dirigido por Mervyn LeRoy, cuenta la historia de James Allen, antiguo combatiente de la primera guerra mundial a quien implican en un atraco donde muere una persona. Se le condena a diez años de trabajos forzados y escapa dos veces de presidio. Con una sobria fotografía en blanco y negro a cargo del gran Sol Polito, estamos ante una excelente muestra de cine negro, a través de un milimétrico guion escrito por Howard Green y Brown Holmes, sobre un hombre inocente que es brutalmente sometido a todo el sistema judicial estadounidense. Atención al desenlace, uno de los mejores de la historia del cine.
Por su parte, ‘Matar a un ruiseñor’, que dirige Robert Mulligan, es un tenso y duro filme en blanco y negro (del operador Russell Harlan) ambientado en el sur durante la época de la Gran Depresión, pero ante todo la visión de dos niños de cómo su padre viudo se la juega en nombre de la justicia y acaba repudiado por ello. La novela homónima de la escritora Harper Lee es respetuosamente adaptada por el guionista Horton Foote y el director realiza un gran ejercicio de estilo en el que, más que la letra, respeta los climas de ese pueblo en el que se respira autenticidad pese a haber sido reconstruido en estudio. Un relato, en fin, que habla de la tolerancia y la dignidad, la serenidad y la educación, la memoria y la infancia. Gregory Peck, un actor bastante flojo, hace aquí su mejor papel, el de un abogado que defiende a un hombre negro acusado de haber violado a una mujer blanca. Aunque la inocencia del acusado resulta evidente, el veredicto del jurado es tan previsible que su valiente defensa de un inocente le granjea enemistades. Robert Duwall hace su debut en el cine. Y la climática música de Elmer Bernstein envuelve y da profundidad a las imágenes.
Como broche, el drama carcelario ‘Cadena perpetua’, un filme que dirige y escribe Frank Darabont, basado en el cuento de Stephen King ‘Rita Hayworth and the Shawsbank redemption’, con fotografía de Roger Deakins y banda sonora a cargo del versátil Thomas Newman. Es la historia de un contable condenado a cumplir cadena perpetua tras ser acusado de haber asesinado a su esposa y su amante. Con los años consigue ganarse la confianza del director de la prisión y el respeto de sus compañeros presidiarios, especialmente del jefe de la mafia de los sobornos. El filme juega sus bazas en una arriesgada apuesta por la sobriedad formal, bajo la que late una desatada pulsión dramática. Una sólida y estimulante apuesta por huir de espectáculos y efectismos que fluye con una cadencia repleta de emociones y que, además de aportar un apabullante retrato de personajes, convierte en inolvidable la amistad que nace entre la pareja protagonista, unos sobrios Tim Robbins y Morgan Freeman. Un relato muy emotivo, riguroso y convincente, con subtramas muy bien cogidas, como la que interpreta James Whitmore, el viejo que ya no sabe vivir sin rejas. Además de su ingenioso desenlace, pese al reparo de la coda final, incluye escenas tan inolvidables como la del Duettino de Mozart.