Investigación animal / José Joaquín Beeme

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Por José Joaquín Beeme

    El enemigo interno (Mörder unter uns!) en tiempos de identidades confundidas y fronteras de cristal, eso es Zootrópolis.

    Las paredes que aparecían tapizadas de avisos con grandes orejas (alguien te espía) acechan ahora con siluetas negras de torvos agentes del mal (alguien viola tu privacy, tu cuerpo, tu paz). Moreau desencadenado, Z cierra el círculo del dibujo antropomórfico hasta la completa animalización de todo lo que huele u olía a humano. Planeta de simios hegemónicos, más que Patolandia de traviesas mascotas. Porque más que una ciudad-juguete precinematográfica, el título original propone un lugar otro, deshumanizado o fieramente ex humano: Zootopia. Disney reconocible apenas en parientes lejanos, del conejo tamborilero al zorro paladín de nobles causas. Sólo que, negada la zona instintiva, las fierecillas domadas vuelven por sus reales y, oh pirueta ideológica, quien mueve los hilos de la trama son los herbívoros, tradicionales bocados del poder trófico. Depredador puede serlo hasta el más inocente corderillo. Ahí el miedo, bajo cómica piel: nadie conoce a nadie.

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