
Por Eugenio Mateo Otto
http://eugeniomateo.blogspot.com/
La cultura de lo imparable ha venido y muchos saben cómo ha sido.
Imparables son los avances de la humanidad, como los derechos. Inapelables derechos por los que demasiados murieron. No podría entenderse esta sociedad sin los derechos que dan cobijo a la libertad individual porque han pasado demasiadas cosas hasta llegar hasta aquí, y, parece que esto fuera baladí a la vista de tantas proclamas de gente, digamos, opuesta al progreso. Hay un tufo endiablado de regresión que envenena el ambiente y hace que eso de los derechos pase a un segundo plano, incluso lleguen a pasar a la Historia, siendo terriblemente pesimistas. Lo imparable de la nostalgia de tantos es que obliga a preocuparse, no sin duda, su discurso lo merece. Hay otros hechos imparables, como la cultura de lo grosero. Casualmente, comparten postulados con los de la teoría de la tierra plana. Entre unos y otros, la vida va, no se sabe dónde. También, la resignación es otro efecto imparable. Llevamos mucho tiempo con la pesada carga que nubla los ojos y ante la distorsión anormal de la mirada se prefiere encoger los hombros y seguir tirando. Resignados y quinta columnistas dan mucho de sí para una mezcla. Son polos complementarios hasta que de la resignación se pasan directamente al otro lado. La metamorfosis fluye y amenaza con hacerse viral. Como viral se hará pronto, si alguien no lo remedia, la plaga de las avispas asiáticas, Vesca volutina la llaman. Están aquí, en casa, no solo en Galicia, como nos quieren hacer creer los telediarios. El bicho en cuestión es tan peligroso cono para matar de carrerilla. Su expansión es imparable y habrá que dedicar otro trozo de cerebelo ante esta nueva amenaza. ¡Lo que faltaba en plena era de rearme hasta los dientes! No había suficiente con la mosca negra. No ganamos para sustos y acabamos haciendo cuentas sin haber cerrado las anteriores porque no cuadran. Hay un efecto molecular en lo imparable que le confiere una característica a resaltar: lo que no se puede parar, se ve venir. Luego, no vale rajar los velos del templo ni clamar en el desierto. Se debe disentir y a la vez, discernir. Se encuentra uno, entonces, en la búsqueda del Santo Grial, la Verdad, vamos, ¿cómo saber cuantas cosas de las que nos cuenten sean trigo limpio? Hay fulguración en el devenir. Artificio que no le resta un ápice a su recalar. La propaganda ya no vende solo lencería o seguros de hogar, es la rectora del tinglado y todo de lo que tengas que ocuparte estará contaminado de una u otra manera. En los tiempos en lo que lo imparable se viste de tuit para que todos se enteren de lo que vendes, cada vez queda menos espacio para lo imprevisto, porque la tendencia tiende a lo habitual y ya se sabe que las tendencias son cosa de influencers. No estar de acuerdo con algo obliga a presentar una alternativa que justifique la postura. Distinguir obliga a saber ponderar al elegir. En ambos casos, se demuestra que las dos acciones son consustanciales; dicho lo cual, no hace falta repasar las causas que nos llevan por estos vericuetos. Habrá que preguntar por el nefasto efecto de la clase política y por el omnímodo sistema económico para ser respondido así: aquellas gotas trajeron estos lodos. En la cantera de la desilusión, los efectos del desgaste hacen mella y media población se enfrenta a la otra. Los dos bandos disienten y disciernen, la cuestión inapelable es que lo hacen sobre diferentes supuestos. En cada razón estará la clave para reconocerse y convendría hacerlo porque al acecho de las dudas surge lo imparable, como es dejar que todo nos pase por encima.
No se puede concluir esta reflexión sin hablar de algo que excede a todo lo imparable: El cambio climático. Es la amenaza más perentoria que nos toca y se hace poco, muy poco, para tomarlo en serio. Una de las consecuencias más brutales son las catástrofes naturales. En estos días se celebra el primer aniversario de la DANA en la Comunitat Valenciana, con los devastadores efectos por todos conocidos y cuyo caso sigue sin cerrarse. En estos días también, hemos oído que en lugar caribeño han caído mil litros de lluvia. Tal hecho no tiene parangón en la destrucción sistemática en que se está convirtiendo el simple hecho de llover. Como no somos anfibios, de momento, resignémonos, porque no siempre llueve a gusto de todos, aunque, a partir de ahora, de poco servirán los paraguas, ni ver venir lo imparable.








