Por José Joaquín Beeme
Seguimos resonando con artistas sin tiempo ni lugar, porque lo son, a la vez, de todos.
Lanzo ahora una lluvia de pétalos a Georgia O’Keeffe: a sus crudos desiertos de Arizona, a sus carcasas legendarias, pero sobre todo a su indesmayable oda a las flores, señoras absolutas del Reino de la Belleza. Nadie las ve, decía, como el monumento divinal que, con efímera gracia infinita, representan. Por eso las pintaba una y otra vez, magníficas, sensuales, poderosas. Y así las he querido yo en este rendido ramillete fílmico:
