El legado fotográfico de Català i Roca


Por Don Quiterio

     El palacio de La Lonja de Zaragoza acoge hasta el veintitrés de abril una exposición sobre el legado documental que Francesc Català i Roca (Valls, 1922-Barcelona, 1998) realiza de la sociedad española en las décadas de 1950 y 1960, una de las personalidades más destacadas de la renovación de la fotografía contemporánea en España y un fotógrafo de la cotidianeidad, un hombre para quien la fotografía es el oficio de la sustracción de la realidad.

 

  Este artista se adelanta a Henri Cartier Bresson, el por entonces pope de la fotografía, definiendo el oficio como una selección de lo que hay alrededor. Al parecer, Cartier Bresson quiere incorporarlo a su agencia Magnum. Formar parte de la agencia con mayúsculas es el sueño de todo fotógrafo.

  

   Pero Català no se siente un profesional, ni lo quiere. Además piensa, por su independencia, que no ha madurado lo suficiente en el arte, que no ha forjado su propio estilo y teme que Cartier-Bresson y los otros aristócratas de la profesión lo lleven de cabestro.

 

    Con su padre, el fotógrafo experimental y cartelista Pere Català i Pic, conoce los discursos de la vanguardia europea y aprende todas las técnicas de manipulación fotográfica que decide no utilizar cuando se independiza. Sus imágenes mezclan, con la sabiduría de su intucición, los hallazgos estéticos de las vanguardias y la veracidad del documento, y no le interesa, a pesar de su formación académica, ni la técnica ni el encuadre, por eso, tal vez, ultiliza el formato medio.

   

  Tampoco le interesa ser protagonista y alterar o intervenir en la imagen que él ve. Maestro de la luz y de la imagen en blanco y negro, su vida marca toda una época no solo en la fotografía sino en la forma en que los fotógrafos, y por extensión los artistas, conciben su trabajo. Atraído por la expresión que se extiende sobre la arquitectura urbana y sobre su gente, Català, con su estética y humanismo, rescata la dignidad de las personas que retrata.

  

   Coetáneo de Gabriel Cualladó o Joan Colom, uno de los compañeros que más admira es el chileno Sergio Larraín, sobre todo cuando realiza unas tomas de la catedral de Notre Dame en París, desde un ángulo en el que permanece oculto al público. Al ampliar una de las imágenes, descubre a una pareja en pleno acto sexual. Esa anécdota llega a oídos de Julio Cortázar, quien, fascinado por el contraste entre lo sacro y lo carnal, la utiliza en el cuento “Las babas del diablo”, que más tarde da origen a la película de Michelangelo Antonioni “Blow Up”.

      Y, precisamente, las fotografías de Català tienen un aroma a los silencios del cineasta italiano, captados por directores de fotografía de la talla de Aldo Scavarda, Gianni di Venanzo, Carlo di Palma o Alfio Contini, a los que admira profundamente y de los que aprende a captar la esencia del documento, más allá de lo anecdótico en la fotografía humanista francesa o el dramatismo visual urbano neoyorquino.

   Definido como un sociólogo de la fotografía, este fotógrafo de la postguerra española, hambriento de realidad humana, de descifrarla, deja un archivo de más de doscientos mil negativos, entre fotografías de arquitectura y viajes para promocionar el turismo. Sin embargo, para esta muestra se han elegido las que retratan una época.

     Es un precursor de la imagen documental, un hombre adelantado a su tiempo en el uso de la luz y del primer plano difuminado, que sabe construir de forma intuitiva su propio discurso plástico entroncado en la tendencia realista, la fotografía directa, la observación y disección del entorno, con las reglas geométricas que impone el visor de la cámara. Y aunque es poco amigo de dictar cátedra, Català, no obstante, afirma: “El juego de la vida es partir a la aventura, soltar amarras como un velero y vagar por partes desconocidas”…

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