Ya estamos en el Equinoccio / Eugenio Mateo

Por Eugenio Mateo Otto
http://eugeniomateo.blogspot.com/

      Se le podría definir como uno de los más sombríos que nos ha tocado vivir a esta generación de la sociedad del bienestar.

   Otoño caliente ha sido el eufemismo con el que se ha venido denominando a la entrada del curso, al regreso a la vida habitual y cotidiana, al encuentro de bruces con la realidad que la molicie estival disfrazó de buena vida.

     El otoño caliente se queda frío. Ya es otoño en ebullición. Vamos, que la cosa está que arde. Antes, cabía la posibilidad de no darse por aludido ante las eternas cuestiones del poder o las intrincadas leyes económicas; eran partes obligatorias que trampeaba cada cual a la medida de sus posibilidades.

      Ahora, no. Del lío global no se escapa ni dios. Ahora, a la guerra se le llama híbrida, como si los dos conceptos no tuvieran el mismo objetivo que aniquilar. Al espectador no se le escapa que no hacen falta ya las armas si no es para renovar stocks y pasar nuevos pedidos a los que mandan de verdad. No hacen ninguna falta ante el horror de la tecnología. Sólo media docena de aleccionados hackers con un solo clic podrían traer el caos absoluto y devolvernos al origen. De nada sirven las estructuras si no funcionan. De nada vale ir al súper porque ya no quede ni papel higiénico.  Sin un misil, pero el atasco sería más devastador. Aprender a renunciar puede ser tan difícil que se haga inviable y no sea recomendable para la salud. Se nos avisa cuando se bloquean los aeropuertos o cabe la posibilidad de otras causas del apagón.

    ¿Qué hacer?

    Nada, siendo sinceros, incluso rezar para los que creen que la fe mueve montañas. A lo suyo, apuntarse a mil movimientos que busquen la paz y la justicia para sentirse al menos perteneciente a la ilusión de la utopía. Lo malo es que la utopía siempre ha sido eso, un refugio de lo imposible. Mientras, la vida continúa a pesar de todo, a pesar de guerras, a pesar de los neo dictadores, a pesar de los desalmados que saquean los despachos, a pesar de genocidas, a pesar de iluminados, a pesar de nosotros mismos. Vivir es la herencia de nacer como morir es el resultado de vivir y el axioma obliga a no esperar el Armagedón porque las cosas pasan al instante y nada es permanente, por eso hay que vivirlas como vienen, sin pedirles demasiado.

    Es bastante agotador resistir tanta sinrazón, tanta grosería en las formas, tanto odio en las palabras, tanto desprecio en las miradas. Lo cutre ha tomado el poder y la moda se extiende peligrosamente para confundir la política con aquello de la dialéctica del puño y las pistolas y lo social como cantera de aleccionamiento de masas. Es triste la deriva, aunque, quizá, siempre fue así.     Siempre, la humanidad ha estado a la deriva, a pesar de los logros en la civilización, y el estigma de Caín tomó plaza rápidamente en un mundo de supervivencia. Siendo de herencia, algunos justifican sus hechos por cuestión de genética y claro, se les podría decir que no todos los demás seriamos capaces, también, de hacerlo, por la misma razón, pero no hacemos nada punible, más allá de pequeñas maldades, porque no se presenta la ocasión y además somos decentes.

      Decíamos del otoño rusiente y la vuelta a las costumbres, que desde hace tiempo que ya no son las mismas, aunque lo parezca. El simple hecho de ver la tele supone dejación, no en el hábito, sino en las consecuencias. El hartazgo de tontadas con mala intención interfiere en las conversaciones y la polarización aboca a trincheras de ellos y nosotros. Claro que hemos cambiado, incluso antes de la sombrilla y la hamaca, y empezamos a ver en blanco y negro, como eran antes las películas. Nos han cambiado la costumbre de las sombras bajo los árboles, que, a pesar de todo, no han podido resistir el decretazo de cualquier alcalde/sa. Corre un slogan de que por cada gran árbol que se tale, se plantarán cien. Por esta razón, habrá que esperar a otra generación para que recupere la sana costumbre del paseo bajo la sombra de los árboles. No nos gustaría ser magnolios, el otoño hirviente se nos llevaría por delante. Por hablar de costumbres, echamos de menos aquellas rondas en los bares para las que siempre llevabas calderilla.

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