Por Mariano Berges
Profesor de Filosofía
Escribir sobre una persona de fuerte trayectoria pública, recientemente fallecida y que ha concitado muchas opiniones, unas a favor y otras en contra, se convierte en un asunto…
…nada fácil, dependiendo de la cuestión a dirimir o del prejuicio del lector o del escribidor. Y hago una advertencia previa: como ya he escrito sobre él algunas veces, voy a hilvanar algunos retazos de tipo biográfico por eso de no repetirme. Quizás sea ésta una novedad en un artículo de opinión.
Javier Lambán fue alumno mío en mi primer curso de docencia en el Instituto Reyes Católicos de Ejea de los Caballeros (1972-73). Yo tenía 26 años y él 15. Once años no es mucha diferencia, pero a esa edad es casi toda una vida. Aunque suene a elogio fácil, debo decir que fue, si no el mejor, uno de los alumnos más brillantes que he tenido.
Su trayectoria es conocida. Cursó la carrera de Historia, y entró en política como concejal del Ayuntamiento de Ejea. Era el año 1983 y tenía 26 años. Yo había sido alcalde de Ejea entre 1979 y 1983. Y dejaba el ayuntamiento de Ejea, pues me marchaba a vivir a Zaragoza. Es cierto que, sin mi empeño en colocarlo en un puesto de salida, al menos en ese momento, no habría sido concejal. El moderado PSOE de entonces lo consideraba excesivamente radical para ir en sus listas. Yo lo consideraba más que suficientemente preparado. Lambán siempre recuerda ese momento como su paso iniciático en el mundo de la política. Esto, unido a mi labor política durante mis once años de estancia en Ejea, hace que Javier Lambán diga frecuentemente que fui su mentor político. Creo que es una exageración. Vamos a dejarlo en que yo fui su circunstancia orteguiana que precipitó su aventura política.
Posteriormente, hizo una impresionante carrera política: concejal, diputado provincial, presidente de la Diputación Provincial de Zaragoza, alcalde de Ejea, diputado regional en las Cortes de Aragón, presidente del Gobierno de Aragón y, como pequeña perla de adorno, Senador durante dos años, ya al final de su vida.
Pero este es el aspecto cuantitativo de la historia. Yo pienso que merece más la pena su aspecto cualitativo. Si separamos su vida orgánica partidaria y su vida institucional, yo me quedo con la segunda. La vida orgánica de un partido me parece durísima y con pocos atractivos, en mi opinión. Es necesaria, pero muy poco empática. A mí ni me gusta ni creo valer para ello.
Los partidos españoles tienen una estrecha relación entre esas dos dimensiones. Podría ser de otra manera, como la alemana, por ejemplo, y se evitarían muchos roces y choques. Bueno, pues en el caso de Javier Lambán, yo siempre he pensado que su vida orgánica le ha restado brillantez a su vida institucional. Y también pienso que él, al final de su vida, iba en esa línea de pensamiento. Su ídolo Azaña fue brillante políticamente, no orgánicamente. Y lo mismo podríamos decir de otros muchos. ¿Que un aspecto no se puede dar sin el otro? Pienso que sí.
Y dejo para el final, mi opinión cualitativa de Lambán. Voy a intentar no ser hagiográfico, pues me muevo en el mundo de los mortales. Ha sido un político culto, con un fuerte y brillante discurso político, gracias a sus muchas y elaboradas lecturas y su portentosa memoria. Pero, sobre todo, ha sido un infatigable trabajador. Yo no he conocido a otro igual. También es cierto que no era muy propicio al trabajo en equipo. Dicho de otra manera, era bastante personalista, lo que obliga a trabajar más (¿mejor?). Era partidario de las acciones puntuales y menos de la planificación estratégica. Lo que enfatiza la brillantez, pero quizás no tanto la eficacia. Cada uno es como es. Y lo que nadie le puede discutir, tal como dice el título de sus memorias, es su pasión política. Mucha gente, sabedora de mi cercanía a él, me preguntaba que como no abandonaba totalmente la política en su final de la enfermedad. Yo les contestaba que la política era vida para él y ello le permitía seguir viviendo. No es una metáfora sino una realidad. Y él ha vivido su vida intensamente hasta el final.
No cito la difícil relación que tuvo con el líder socialista nacional, por ser suficientemente conocida y foco excesivamente periodístico, pero poco rentable para la vida política del país. Si todos respetásemos el criterio y opinión de los demás otra sería la política de este país. Y Lambán era, a veces demasiado, muy amante de su libertad. ¿Reflejo de su viejo anarquismo?
Publicado en El Periódico de Aragón