Ozoradas


Por Carlos Calvo

   Se ha muerto Mariano Ozores, a dos años para los cien, y las ozoradas siguen campando a sus anchas. Sus películas, a cuatro de las cien, tienen hoy una amarga vigencia, más allá de sus burdos retratos costumbristas, en medio de una realidad rancia de amantes colocadas, parientes enchufados…

…y políticos sátiros sorprendidos en juergas prostibularias. Su prolífica filmografía, de brocha gorda pero traza atinada, es como la versión popular, facilona, de la de Berlanga.

   De hecho, el director de ‘Patrimonio nacional’, en su decadencia con ‘Moros y cristianos’, ‘Todos a la cárcel’ y ‘París-Tombuctú’, refleja la cambiante sociedad española de un modo que parece Ozores, al dirigir en su tramo final ese ramillete de películas caóticas y descoordinadas, amorfas y de caricatura barata, sin unidad estilística, sin mayor cuidado formal ni argumental, auténticos artefactos repletos de alboroto y chabacanería, en su intención de pergeñar sátiras de los males sociales de la España coetánea, un mosaico de enchufes, chorizos, corruptelas, tacos, fútbol, pedos y demás, con extracción carpetovetónica. Puro Ozores, pues, en esa visión involuntariamente surrealista y chocarrera de la vida.

   Se ha muerto el castizo director madrileño de vínculos baturros y las ozoradas siguen presentes en el imaginario político nacional. Los populares estaban casi logrando hacer olvidar que la corrupción arrasó primero el gobierno de Aznar y luego el de Rajoy cuando un espectro del pasado, Camps, la ha devuelto al presente. Los socialistas, con otras bárcenas inundándolo todo, cuentan los días para que los casos de corrupción se vayan oxidando, perdiendo visibilidad. Porque saben que cuando todos a tu alrededor tienen problemas, el problema eres tú.

   Pero Ozores es Ozores y el Berlanga de los buenos tiempos, maldita sea, se le queda a años luz del esperpento valleinclaniano, el sainete de Arniches o el espectáculo granguiñolesco, siempre en la idea de distorsionar ese mundo costumbrista para crear farsas sobre las altas esferas de cuello blanco, de la clase política durante el posfranquismo y los primeros años de la democracia. Porque los personajes y situaciones creados por Ozores en los compases finales del franquismo y en la época de la transición guardan sorprendente y tragicómico parecido con esta actualidad degradante y chabacana. Ya desde los calzoncillos de Roldán, puro Alfredo Landa. Ya desde el karaoke de Ábalos, puro López Vázquez. Por no hablar de aquella banda valenciana a la que Berlanga atizaba (y se aprovechaba), con la guinda final, ahora, del mazo en el ventorro.

   Corruptelas derivadas de una voluntad de desclasamiento a través del poder como medio de acceso fácil al sexo o a un tren de vida de lujo cateto. Esos tipos que encarnaban Fernando Esteso y Andrés Pajares. A los bingueros de hoy les toca el premio del aforamiento, con santas bárbaras eméritas o sin ellas. Ozores no es Berlanga, desde luego, pero dibujó chuscos cuadros de viajantes libidinosos, esposas cornudas, secretarias destapadas y concejales aficionados a trincar bajo mano. Parodias del pasado muy actuales en esa corrupción de transacciones bursátiles con avisos privilegiados, de la malversación y las comisiones o mordidas. La tentación, ya se sabe, vive arriba.

   Los hermanos del director madrileño, José Luis y Antonio, fueron protagonistas de buena parte de sus películas. Y al negocio se incorporarían después sus sobrinas Adriana y Emma, hijas cada una de un hermano. Con Ozores trabajaron casi todos, desde los mencionados hasta cualquier cara de acelga tipo José Sacristán, pasando por Gracita Morales, Rafaela Aparicio, Concha Velasco, Florinda Chico, Carmen Sevilla, Mari Carmen Prendes, Antonio Ferrandis, José Sazatornil, Tomás Zori, Manolo Escobar, Peret, Juanito Navarro, Laly Soldevilla, Manuel Gómez Bur, Juanjo Menéndez, Teresa Gimpera, Nadiuska, Bárbara Rey o el turiasonense Paco Martínez Soria. Y también otros actores y actrices aragoneses como Antonio Garisa, Fernando Sancho, Mayrata O’Wisiedo, Roberto Rey, Raúl Sénder, María Silva, José Luis Zalde, Carlos Ballesteros, Roberto Camardiel, Manuel Gil Huidobro, Carmen de Lirio o Sara Mora, para dar rienda suelta a una fauna repleta de recomendados, chulos, presuntos, graduadas, madrinas, azafatas, cabareteras, brujas, patrones, descubridores, calzonazos, liantes, energéticos y eróticos enmascarados en busca del pezón perdido.

   Un pezón que asoma, por el amor de dios, en cualquier sueca de Murcia. Y una Costa del Sol que se muestra como un edén turístico en la España que vive algo de libertad, tantos años burlada. Porque la muerte de Franco, en un país cosido por el miedo y los ideales de la dictadura, resucitó un hambre no de cinéfilos, sino de erotómanos. Esteso, Pajares y Landa, tres paletos en color, con la alegría del trazo grueso y la posición en celo, la imagen del macho ibérico, con su pelo en el pecho y su tufillo machista iluminando la pantalla a través de esos mitos del destape con lencería de nada, bellezas al aire de la flor de su secreto. Unas imágenes, siempre desde la óptica masculina, que fueron fotografiadas, muchas veces, por los operadores zaragozanos Emilio Foriscot y Raúl Artigot, bajos en nicotina. Sin olvidarnos, claro, de la música del compositor turolense Antón García Abril, para recrear sonoramente, dabadabadabadabadá, cualquier fin de semana al desnudo.

   Ozores, como una suerte de Billy Wilder de charcutería, tomó como referentes para sus libretos las novedades sociológicas populares que iban marcando a los españoles de a pie en una España en proceso democrático. Delirios del cine caspa con machos ibéricos desatados, quienes van dibujando el proceso de reconversión cultural y sexual de las clases medias a la España de Almodóvar, otro que tal. Y aparte de escribir los guiones de todas sus películas, a la sal gorda, también lo hizo de la mano del temible dramaturgo Alfonso Paso para la productora de Benito Perojo y para realizadores como Ramón Torrado, José Luis Sáenz de Heredia, León Klimowsky, Javier Setó, Enrique Cahen Salaberry, Miguel Iglesias Bonns, Juan Bosch, José María Gutiérrez, Marco Vicario o los zaragozanos José María Forqué y Fernando Palacios.

   Se ha muerto Ozores, sí, el apóstol de las comedias facilonas de bajo presupuesto en la segunda mitad del siglo veinte, y las ozoradas siguen presentes. Como su cine disparatado, de humor absurdo, políticamente incorrecto e instantáneo como una Polaroid, siempre apoyándose en el tono picaresco del teatro de revista. Un cine político con más chiste que Costa-Gavras o Ken Loach, por hacer la gracia, retratos de la sociedad española del momento. Un cine de aprovechamiento, esto es, porque ahí estaban el bum inmobiliario, la aprobación de la ley del divorcio, la legalización del juego, la llegada de los socialistas, la expropiación de Rumasa, el ruido de sables… Y reventaba la taquilla.

   Sus películas eran sexistas y conservadoras, de típico tono moralizante, a veces de un reaccionarismo brutal, infumables engendros repletos de playboys, rameras, reprimidos sexuales y otros entes con los que quería ofrecer un retrato social de una época como reflejado en el culo gordo de un vaso. El “cine para fontaneros”, que diría Pilar Miró. Y la ozorada quedó sin subvención. Y los pobres fontaneros, maldita sea, dejaron de ver más escenas como la impagable en la que Esteso se dirige a las chicas que van a trabajar en el burdel como “señoras putas”. O la secuencia de la travestí embarazada a la que el propio Esteso mete mano y dice: “Me parece que tiene fuera un pie”.

   Se ha muerto Mariano Ozores, baratijas al por mayor, y las ozoradas al estilo berlanguiano siguen campando a sus anchas. Como aquella que queda como uno de los momentos más involuntariamente surrealistas del cine español: la monja interpretada por Lina Morgan, chica para todo cual Viridiana en su recato, que, con lágrimas y palabras dulces, desbarata una orgía entre jipis. Con hábitos y a lo l

Artículos relacionados :