Hasta luego, Marqués / Dionisio Sánchez


Por Dionisio Sánchez
Director del Pollo Urbano
elpollo@elpollourbano.net

  El pasado día 26 de abril me fui a la Campana Underground a tomar una cerveza como  suelo hacer habitualmente porque me gusta el lugar (ahora con Eduardo (Ed) al frente .

     Hay actuaciones musicales y antes, con el tuno Rodicio, también las había teatrales aunque, eso sí, siempre de pequeño formato.

     Tienen una buena cerveza de barril, la saben tirar y es barata. Puedes mirar películas en blanco y negro del año de la Tana y escuchar buena música a unos niveles más que aceptables

    Durante muchos años no solo fui asiduo sino que, también, grabé infinidad de actuaciones que, posteriormente, emitíamos en algunas de las múltiples televisiones que íbamos creando. Y, como no podía ser de otra manera, allí también actuamos con piezas breves y algún que otro experimento que, por cierto, no siempre eran del agrado del tuno Rodicio, más preocupado, como era menester, por los devenires empresariales que por las locuras teatrales de cuatro descerebrados que nos creíamos inmersos en una suerte de  vanguardia teatral y que íbamos insuflando “verso a verso” al público que acudía a  aquel pequeño y maravilloso sótano pero que albergaba  unos infectos focos amarillentos que impedían cualquier mínima calidad en las grabaciones y que el tuno no quería cambiar, convencido de que había que dar a la sala un ambiente de confabulación conspiratoria y oscura,  creyendo, equivocadamente, que los focos blancos eran enemigos del artista cuando –bien utilizados- son sus aliados más importantes e imprescindibles. Pero, en fin, donde hay patrón nunca manda marinero y, a día de hoy, cuando hemos podido revisar esas grabaciones, auténticas joyas, solo se han quedado en pobres y desiluminados documentos. Cosas, propias de la ignorancia patronal.

    Era, pues, una ardua pelea y casi siempre la perdíamos pero que, a veces, la confianza con el tuno nos permitió – siempre con nuestras propias interpretaciones, nunca con las ajenas- usar minúsculos foquitos blancos que permitían grabaciones medianamente pasables. Es ésta, la utilización de la iluminación teatral, sobre todo en los pequeños espacios, una lucha siempre perdida con los ignorantes que a estas alturas de la jugada todavía no disciernen entre la capacidad del ojo humano y la sensibilidad de las máquinas grabadoras aunque, eso sí, cada día estén más perfeccionadas en cuanto a sensibilidad óptica. La cosa es muy simple: si el espectáculo se quiere grabar, hay que establecer una iluminación adecuada que no tiene nada que ver con una representación dirigida al ojo humano. Punto, catetos y amigos en general…..

   Pasado el primer soponcio comencé a recordar que hoy, por la mañana, se había muerto Luis Felipe Alegre, nuestro particular rapsoda, peleón, hombre de teatro y gran muñidor de resistencias sociales a quien en este mismo lugar, en el sótano que hay bajo mis pies tuve la suerte de dirigir en un espectáculo singular, un “juguete cómico” que otro gran amigo, impenitente fumador en pipa, comunista e intérprete genial sobre  su singular piano lacado en  blanco que reposaba en una hermosa esquina del bar  Somport de Jaca, y llamado Pepe Falcón, me había regalado luego de haberse comido a cucharadas todos los “Tenorios” que habíamos representado en el Teatro Principal de Zaragoza a teatro lleno y sin ayuda institucional alguna: “Con dos huevos y un palo”, como se decía entonces para resaltar la independencia absoluta de nuestro trabajo artístico.

     Luis Felipe, para nosotros Luifilí, por aportación, creo recordar del camarada “Morfi”, se atrevió a participar en esta obra, totalmente ajena a sus trabajos habituales porque era un sentido homenaje a un viejo amigo, aunque comunista, que teníamos pendiente. El texto se titulaba “Juana la Charca” y era una parodia “chusca” de los Tenorios de Zorrilla en los que habíamos hecho especialistas. Repito, a Teatro lleno.

    Sobre el autor y homenajeado, nada más que esto: “Pepe Falcón, uno de los suyos que fue nuestro, nos legó este juguete cómico que hay alzamos para recuerdo de los suyos que no son nuestros y para entreverar una sonrisa en tiempos de absoluta sequía. Nunca Aragón ha sido el secarral por el que derivamos. Las nuevas generaciones de aragoneses deben saber del estrepitoso fracaso cultural socialista que convirtió el teatro en nido de funcionarios, de la despreocupación del nuevo poder popular al que le viene al pelo la actual situación y del incierto futuro que les espera porque tendrán que volver a reconquistar con extraordinario esfuerzo la voz crítica, la palabra desesperada y el gesto discrepante que derrote, aunque sea un poco,  a tanto cara mula con albardas y despacho.

    La palabra, única capacidad humana que nos hace iguales, necesita de foros y, desgraciadamente, de lugares de  encuentro. Hoy aquí, en la Campana de los perdidos, nos vamos a dar un gusto. Vamos, tras muchos años de intentarlo por otros medios, a colocarnos una flor en el capullo y en cada huevo un quinqué. Salud, amigos”

     Y era el 17 de Mayo de 1998. Y Luifilí interpretó magistralmente el papel del   Marqués de Sade hablando impostadamente un francés amariconado y chuflo mientras se quería tirar a la Agustina de Aragón (Juana la Charca) vestido al modo del siglo XVII, peluca de rizos rubios incluída, pero con una minga de a metro, hecha de suave fieltro negro y con un capullo rojo que mediante un hilo de nylon se ponía tiesa a rabiar cada vez  que el desparpajo de la Juana se lo ponía a tiro. Al nabo, me refiero.

    Lo pasamos pipa y el público se escurría de las banquetas al suelo muertos de risa. Este recuerdo me hace apurar otras cervezas encima de la bóveda donde aquello ocurrió y  que, para mí, vuelve  a ocurrir cada día que me acodo en la barra de la Campana. Ahora, únicamente, a veces, echo de menos aquellas longitudes de las pollas que llevaban todos los personajes. No sé por qué será.

     Aquello se grabó y, si Dios quiere, allí lo hemos de volver a ver.

    Amigos, compañeros y camaradas: ¡À caballo! ¡Yihíiii! Salud!

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