Por Antonio Tausiet
-Buenas noches.
-Que quería yo hablarle de Dostoyevski.
-Ah, pues muy bien, encantada. Ahora mismo bajo.
Amanece, que no es poco (José Luis Cuerda, 1989)
Fiódor Dostoyevski fue un escritor ruso del siglo XIX, que junto a su compatriota León Tolstói es considerado uno de los principales autores literarios de la historia. Máximo representante del realismo psicológico, su obra más influyente y reconocida es Crimen y castigo (1866). En esa novela, protagonizada por Rodión Raskolnikov, un joven pobre y estudiante de derecho, se profundiza en las consecuencias psicológicas, emocionales y sociales de un crimen. Entre ellas, la expiación, la redención y la naturaleza de la moral. Los diálogos que mantiene el estudiante con el inspector Porfiri Petróvich alcanzan altas cimas intelectuales y ofrecen ingeniosos laberintos verbales.
Entre las adaptaciones cinematográficas de la obra, destaca la dirigida por el soviético Lev Kulidzhánov, estrenada en 1970. En sus casi cuatro horas, consigue reflejar con profundidad el espíritu de la novela, su tensión y su amargura existencial. La acción se desarrolla en San Petersburgo, a orillas del río Nevá. Bajo las alas del imperio ruso se esconden borrachos, prostitutas y usureros. La única esperanza del pueblo es la llegada del reino de Dios a la tierra. Mientras, los personajes frecuentan cuartuchos, tabernas y comisarías, que contrastan con la belleza monumental de la entonces capital.
La pobreza conlleva hambre, el hambre enfermedad, ésta fiebre y la fiebre delirios. Sobre todo si se tiene una mente proclive. Y Rodión delira de fiebre y de inclinación existencial, prototipo de la convulsa alma rusa, luchando orgullosa contra el destino final inevitable, y aceptándolo a la vez. Un espíritu poético y angustiado, una manera de vivir la vida al límite, pero siempre hacia dentro del individuo. Lamentos, tragedias, melodrama tradicional, peripecias humanas relacionadas con la familia, la religión y la muerte. ¿Por qué se alza como un elegante témpano de hielo ardiente esta novela decimonónica sobre sus aparentes miserias?
Porque actúa como un bisturí y no se queda en la dermis. Porque penetra hasta las entrañas y vuela con un lenguaje preciso para mostrar las cavernas del interior. Y codo a codo con la culpa y la tristeza infinita de Rodión, la bondad y la pureza, encarnadas en sendos personajes, el amigo Razumijin y la niña Polina. Arquetipos, elementos universales que ofrecen la pista segura de la calidad literaria, desde Homero y pasando por Shakespeare. El canon, la cumbre.
Lo que da una idea de la inteligencia privilegiada del autor, que traspasa ese rasgo a su personaje. El estudiante es escritor y un artículo suyo defiende la idea de que hay crímenes lícitos, más allá de la ley (que es lo mismo que la moral). Según eso, “las personas extraordinarias tienen derecho a violar la ley”. ¿Quiénes son las personas extraordinarias? Las que generan ideas salvadoras. Aquellos a los que se les está permitido saltar por encima de su propia conciencia. Como escribió Joan Manuel Serrat (La consciència, 1984):
Nos la endosan desde la infancia.
Es partidista y desproporcionada.
Complemento del pecado
y del remordimiento,
no nos deja dormir en paz y nos quita el hambre.
Nos amolda a un guion convencional
en el que casi nunca somos protagonistas.
La conciencia, señores,
nos hace esconder en las buhardillas
lo que tendría que estar en el escaparate.
Bastaría con el respeto, la sinceridad
y un poquito de benevolencia.
Pero nos cuelgan, sin ninguna necesidad,
el sambenito de la conciencia.
Es del todo anticonstitucional.
Fomenta la mentira y aliena.
No nos deja mover con espontaneidad.
La quintacolumnista del sistema.
Nos lleva por el camino del pedregal.
No puede dejar de pasar factura
ni de picarme los dedos
cuando estamos cambiando cromos
que a mí me faltan y tú tienes repetidos.
Bastaría con el respeto, la sinceridad
y un poquito de benevolencia.
Pero nos cuelgan, sin ninguna necesidad,
el sambenito de la conciencia.
Desde fuera mandan leyes y reglamentos
y desde dentro ella completa la ‘bronca’.
Esto no puede ir bien.
Enseguida se ve que
alguien quiere clavar el clavo al revés.
¿Qué debe haber detrás de todo esto?
¿Quién nos confunde las necesidades y los vicios?
Liberemos los sentidos
y, como dice la policía,
investiguemos quiénes son los que sacan provecho.
El cantautor catalán plantea, en principio, lo mismo que el estudiante: la conciencia es un lastre aliado con el sistema, contrario a la espontaneidad y la liberación de los sentidos. Claro que esto no justifica el crimen, o no en la canción. Sí en el artículo de Rodión, donde se define a los grandes hombres como delincuentes, porque así debe ser. Y ahí es donde aparece el contrapunto de Porfiri, que señala que no es posible distinguir entre las personas extraordinarias de las que no lo son.
A la postre, Rodión arguye que es precisamente la conciencia la que castiga al criminal, puesto que le hace sufrir mediante los remordimientos por la culpa del delito. Pero hay un segundo encuentro entre Rodión y Porfiri, donde el inspector se comporta como un verdadero sabueso (inspiró el personaje del teniente Colombo). Entonces la trama adquiere altura mediante el juego y la sorpresa, pasando del melodrama al vodevil erudito. Y arroja situaciones que se convertirán en lugares comunes del humor negro, como el delirio de grandeza de compararse con Napoleón o el creerse con derecho a asesinar por superioridad intelectual.
Y como no hay dos sin tres, Porfiri vuelve a mantener un jugoso diálogo con Rodión, que ayuda a hacer avanzar la narración. “Los rusos siempre hemos sido dados a la fantasía y al caos”, argumenta luego otro personaje, y lo que está diciendo el autor por su boca es universal, canónico de nuevo: los humanos somos, ante todo, fantasiosos y caóticos, lo que en ocasiones nos lleva al crimen, y este a su castigo. O no.
El blog del autor: https://tausiet.blogspot.com/