La cara oculta del séptimo arte


Por Don Quiterio

El visitante que acuda a la exposición titulada ‘Cuando el cine se hace oficio’ sobre la memoria cinematográfica, que se exhibe hasta el trece de febrero en el centro de historietas de Zaragoza, podrá disfrutar del torrente de recuerdos acumulados y de objetos atesorados con ardor coleccionista como reflejo de la relación sentimental con el cine.

 

 

La exposición, al mismo tiempo, rinde tributo al mundo de detrás de las cámaras y se adentra en todas las fases de una ejecución fílmica: la preproducción, la producción, el rodaje, la postproducción, la promoción y, por último, la difusión. Un pequeño tributo, en definitiva, a todos los profesionales que hay detrás de cada fotograma. De hecho, la academia de cine ha rendido homenaje recientemente a la trayectoria profesional de cinco técnicos, reconociendo así su labor: el atrezzista Paco Calonge, el director de orquesta Claudio Ianni, el director de laboratorio Ramón Martos, el maquinista Carlos Miguel y el constructor de decorados Ramón Moya.


Unos imaginarios estudios cinematográficos son el escenario de un itinerario por las distintas fases de creación, desde el guion, la realización o los intérpretes hasta la dirección de arte, la música, el sonido, la iluminación, la fotografía, el montaje o, si los hubiera, los dobles. El despliegue de carteles, fotografías, revistas y programas de mano permite al espectador, previamente inoculado con el veneno del cine, hallar conexiones emotivas y establecer inevitables afinidades cinéfilas. En cambio, si lo que se busca es una aproximación temática que permita comprender mejor algunos aspectos relacionados con los diferentes campos de la actividad fílmica, la exposición, ineludiblemente, puede conducir a la decepción.


El esfuerzo por dar sentido al conjunto fracasa, efectivamente, ante el poder emotivo de la acumulación de imágenes y ciertos homenajes se diluyen en medio del despliegue en las restantes secciones. Los interesantes apuntes sobre las técnicas de exhibición o los rodajes llevados a cabo en Aragón terminan engullidos por la dispersión temática. Las antologías del programa de mano y del cartel de cine se presentan como un torrente de imágenes, sin ningún intento por explicar la evolución estética de estos objetos o su relación con los cambios sociales vividos. Algo parecido sucede con los distintos módulos y salas que intentan partir como un nexo de unión por los entresijos que esconden las películas y producciones cinematográficas. De la variedad al caos solo hay un paso.

Ello no quita ni pone méritos al esfuerzo realizado por sus responsables, ni al interés que la exposición puede tener, que la tiene, especialmente para aquellas personas contagiadas desde la infancia por el virus del cine. Así, el espectador queda “deslumbrado” por los carteles de Velasco, Montalbán, Jano, Peris, Lluesma, Soligó o Mac (de quien se ofrece un preciso y precioso documento audiovisual): ‘Tacones lejanos’ (Pedro Almodóvar, 1991), ‘Repulsión’ (Roman Polanski, 1965), ‘El soñador aventurero’ (Jules Bass, 1966), ‘La Dolorosa’ (Jean Grémillon, 1935), ‘Marcelino, pan y vino’ (Ladislao Vajda, 1954), ‘El Litri y su sombra’ (Rafael Gil, 1959), ‘El misterio de la maleta negra’ (Werner Klingler, 1962), ‘¡La que se va a armar!’ (John Berry, 1954), ‘Brandy, el sheriff de Losatumba’ (José Luis Borau, 1963), ‘Aventuras del oeste’ (Joaquín Luis Romero Marchent, 1965), ‘La sombra de Cruz Diablo’ (Vicente Oroná, 1957), ‘Sinuhé, el egipcio’ (Michael Curtiz, 1954), ‘La destrucción de Herculano’ (Gianfranco Parolini, 1962), ‘Pepito piscinas’ (Luis María Delgado, 1976), ‘Pena, penita, pena’ (Miguel Morayta, 1953) o ‘El retorno de Walpurgis’ (Carlos Aured, 1973).

Todo un batiburrillo sin conexión aparente, sin orden ni concierto, al que se unen los programas de mano: ‘Bambi’ (David Hand, 1942), ‘Don Quijote de La Mancha’ (Rafael Gil, 1948), ‘Sinatra’ (Francesc Betriu, 1988), ‘Obra maestra’ (David Trueba, 2000), ‘Apolo 13’ (Ron Howard, 1995), ‘Mujeres al borde de un ataque de nervios’ (Pedro Almodóvar, 1988), ‘Bagdad’ (Charles Lamont, 1949), ‘El capitán pirata’ (Frederick de Cordova, 1950), ‘La legión de los condenados’ (Robert Florey, 1948), ‘Condenados’ (Manuel Mur Oti, 1953), ‘Nobleza baturra’ (Florián Rey, 1934), ‘Rebeca’ (Alfred Hitchcock, 1940), ‘Gloria del Moncayo’ (Juan Parellada, 1941), ‘El bosque animado’ (José Luis Cuerda, 1987) o ‘Gilda’ (Charles Vidor, 1946). Ah, también aparece un prospecto del cine Elíseos con un ciclo de Cantinflas. Ahí está el detalle.

Además, junto a un álbum de cromos de ‘El Cid’ (del campeador Anthony Mann, 1961) o materiales de promoción para la prensa, los visitantes pueden disfrutar de diversas fotografías en blanco y negro o coloreadas de artistas como Pilar Lorengar (esa cantante de la ópera de Berlín que trabajó en el bazar ‘Quiteria Martín’, cuando todavía utilizaba su nombre de nacimiento, Lorenza García), Fernando Fernán-Gómez (en una instantánea dedicada), Clotilde Poderos, Luis Prendes, Juanita Reina o Rosita Ballesteros. También se pueden disfrutar de revistas cinematográficas, puestas al tun tun –como todo- y sin hacer referencia a la época o las tendencias: ‘Popular film’, ‘El cine’, ‘Proyector’, ‘Revista internacional del cine’, ‘Cinegramas’, ‘Positivo’, ‘Pantallas y escenarios’, ‘Fotogramas’, ‘Academia’ o ‘Dirigido por’. Abro, en este apartado, inciso: no aparece la revista ‘Cartelera’, dirigida por Ángel Peropadre, la única de la época que se edita en Zaragoza. El que esto escribe, a dios pongo por testigo, tiene todos los ejemplares y siempre está dispuesto a colaborar. ¡Mecachis!…

En cuanto a objetos, como de todo a cien, nos encontramos con un pastillero tipo ‘juanolas’ dedicado al filme de Jaime Chávarri ‘Besos para todos’ -¿será esto una señal?-, una pelotita como de ping-pong en la que aparece el título de ‘Ratatouille’, ese protagonizado por una rata animada de extraordinario olfato, o un vinilo sobre un niño pez que hace glu-glu. Pero, para qué negarlo, existen piezas más contundentes. Así, entre otras, el escudo de media punta original de ‘Gladiator’ (Ridley Scott, 2000), así como una lanza y un machete de puño tornado. El apartado dedicado al atrezzo incluye además los revólveres de hierro fundidos empuñados por los actores Abel Salazar, Manuel Monroy y Rafael Bardem en ‘El Coyote’ (Fernando Soler y Joaquín Romero Marchent, 1955), el inicio del western mediterráneo sonoro. También una túnica en lonilla, que la viste Paul Naschy en uno de sus personajes siniestros de la serie B. O los guiones originales de Ranald MacDougall y Sidney Buchman en ‘Cleopatra’ (Joseph Leo Mankiewicz, 1963). O los bocetos de decorado de ‘Agustina de Aragón’ (Juan de Orduña, 1950). O el casco de centurión y la espada machete de ‘La caída del imperio romano’ (Anthony Mann, 1964). O un divertido maletín de maquillaje con los auténticos ojos terroríficos de ‘Pánico en el Transiberiano’ (Eugenio Martín, 1972). O las partituras originales de Ramón Ferrés para ‘El relicario’ (Ricardo de Baños, 1933). O un rincón casi nostálgico para las bobinas de celuloide en 16 y 35 milímetros. O el pistón de retroceso que utilizan los especialistas para las acciones de riesgo.

La exposición simula la apertura en la capital del Ebro de unos estudios cinematográficos a los que da la bienvenida el mismísimo Alfred Hitchcock. Como nexo de unión, un audiovisual guía al espectador por los entresijos del rodaje del largometraje ‘Nasciturus’, una historia de terror -¡jo, qué miedo!- firmada por Alberto Luengo y Miguel Barreto. Todo parece, a decir verdad, un acto de propaganda para esta producción, con lo cual todo se convierte en una tomadura de pelo, un evento hecho expresamente para la promoción y difusión de este filme. No en vano, la promoción y difusión es una de las secciones que abarca la exposición. Bienvenidas sean, por tanto. Sin embargo, especialmente inoportuno parece el pequeño “stand” dedicado a ‘Nasciturus’. Su presencia convierte la exposición en escaparate publicitario de un proyecto que nada tiene que ver con los materiales de colección prestados por César Sánchez, Ramón Perdiguer, Enrique Lázaro, José Moreno, Luis Continente, Israel Estelche, José Laporta, Lucio Romero, Julián Mateos, Ignacio Carreño, Domingo Lizcano, Víctor Matellano o la mismísima filmoteca española. Eso sí, sirve para recordarnos que, detrás de todo, se oculta una vez más el deseo de convertir cualquier iniciativa cultural en una acción, ay, de márketing.

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