Respeto sí, miedo no / Manuel Medrano


Por ManuelMedrano
http://manuelmedrano.wordpress.com

    Un amigo de mi localidad navarra de origen, decía que no salía a correr en los encierros porque las vaquillas no le daban miedo, pero sí respeto. El resultado era que disfrutaba viendo la fiesta, pero sin riesgo.

    Ahora no estamos para fiestas, o al menos sólo para unas pocas, pero hay que vivir. Coincido con quienes llevan tiempo diciendo cosas como que “si no nos mata el virus nos matará el hambre” (eso seguro), pero también coincido con quien dice, en la misma línea, que hay que hablar menos del coronavirus y su vacuna y más “dedicarse a hacer pico y pala”.

    Se entiende perfectamente que cunda el miedo, en buena medida porque los medios de comunicación están todo el día hablando del Apocalipsis o Armagedón, echando la culpa de que no se dominen los contagios al colectivo que, en cada momento, les marcan desde arriba (los niños, o los mayores, o los jóvenes, o la hostelería, o las familias, o los fumadores, o lo que se les ocurre), sin dejar claro que, con esa actitud, lo único que se consigue es que a todos esos y muchos otros grupos los ejecuten en la plaza pública, pero eso no sirve más que para fragmentar la sociedad.

    Luego está lo del lenguaje bélico: ganaremos la batalla al coronavirus (que no es un enemigo en sentido estricto, es lo oculto, lo desconocido, lo numinoso, según cada uno se lo quiera imaginar), pero esto ni es una guerra ni una batalla, es una lucha contra un ser que sigue su instinto e interés biológico y que no podemos antropomorfizar, ni siquiera dibujándolo con ojos y boca. Es la Naturaleza, de la que sabemos aún muy poco, y que comprende todo lo que hay en el universo conocido y en el que no conocemos. Claro que aquí interviene la angustia producida por algo que, al no poder verlo, creemos sobrenatural.

   Pues no es sobrenatural. Es algo muy alejado de nuestras construcciones mentales, quizá más fácil de considerar desde perspectivas religiosas, en las cuales sería catalogado como un demonio, una maldición divina, o una advertencia de los Cielos por nuestra soberbia.

   En todo caso, aterrarse y quedarse paralizado es otra forma de abandonarse al destino. Cuando el terror llega a provocar reacciones de odio hacia otros conciudadanos, es que estamos traspasando los límites de lo racional. Pero las reglas económicas, sociales y políticas de nuestras civilizaciones no han cambiado. Si no se trabaja, no se recauda, y no se pueden pagar pensiones, jubilaciones, salarios de los trabajadores públicos y, tampoco, llevar a cabo acciones solidarias suficientes. Si cerramos buena parte de nuestras actividades económicas, no sólo no habrá dinero, sino tampoco orgullo, autoestima, derechos civiles ni nada de nada. Unos se encerrarán en su caparazón y preferirán ir consumiéndose hasta su desaparición; otros preferirán morir de pie que vivir de rodillas y darán combate público, cada vez más duro e irredento.

   Como todo esto es muy delicado, con las sensibilidades e incertidumbres a flor de piel, yo pienso que sería conveniente tener respeto a la enfermedad, aún más a la situación sanitaria y, sobre todo, trabajar y dejar que lo haga todo el que quiera y pueda, que se estabilice el empleo y que se vuelvan a generar nuevos puestos de trabajo.

   A ser posible sin falacias. De verdad, cuando oigo a opinadores varios (incluso a ciertos economistas de feria) decir que nos daría tiempo a sustituir en pocos años la importante parte de nuestra economía basada en el turismo y la hostelería, por el desarrollo industrial, me dan ganas de tirarles algo a la cabeza.

   Estamos donde estamos, somos lo que somos, hay cosas peores pero, por favor, volvamos al trabajo, al pico y pala, y asumamos que el respeto a la enfermedad es muy importante pero el miedo, el terror, nos lleva aún más rápido al desastre.

    Y como fin de esta breves reflexiones, una aún más breve: y si las “nuevas” medidas (que son repetidas) del Estado de Alarma más sus añadidos autonómicos no hacen bajar el enorme volumen de contagios y el preocupante número de fallecimientos… ¿QUÉ HACEMOS?