Por Eduardo Mártínez de Pisón
Eduardo Viñuales
El Parque Nacional de Ordesa o del valle del río Ara cumple 100 años. Se declaró como tal en el año 1918, veintitrés días después que el de la Montaña de Covadonga.
Así, el 16 de agosto comenzaba una bonita historia de amor de los hombres hacia estas montañas oscenses, un cuidado y un empeño que se mantiene aún muy vivo. ¿El siguiente paso, el reto del Centenario debería ser la ampliación del Parque Nacional? ¿Y porque no avanzar hacia un Parque Internacional?
En este artículo viajamos a su historia ya centenaria para conocer los primeros pasos en la protección del Pirineo, adentrándonos en los grandes paisajes, en los valores naturales, y lo hacemos pensando, como siempre se hizo, en lo que debe ser el futuro y en los nuevos retos que nos permitirán legar en el mejor estado posible este delicado tesoro a las generaciones venideras.
Ordesa lleva miles de años siendo una de las grandes maravillas de la Naturaleza que hay en nuestro país, pero en este 2018 cumple cien años como Parque Nacional. Los precursores del estudio y la protección de este maravilloso espacio natural de los Pirineos estarían hoy orgullosos de conocer la conmemoración que celebramos; se felicitarían de saber que el “Jardín del Edén” que ellos anhelaban es una realidad centenaria, y estarían satisfechos de ver que el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido se expande más allá de los límites iniciales del año 1918, acogiendo a otros tesoros naturales de rocas y bosques, de nieves, hielos y prados, de barrancos y de agitados ríos de agua limpia… todo un conjunto vivo bien preservado, mucho mejor cuidado de lo que lo estuvo siglos atrás, ganando méritos, distinciones, reconocimiento… y también sumando más y más enamorados ante estas bellezas naturales, unos visitantes que cada año acuden a este lugar con respeto y admiración, porque, como decía el conde Henry Russell a finales del siglo XIX, “he visto bastantes montañas: el Himalaya, los Andes, los picos fúnebres de Nueva Zelanda, los Alpes y el Altai; todas, más nevadas que ahora. Durante toda mi vida he amado -yo diría que he adorado- a las montañas, ascendiéndolas con pasión. Puedo comparar entre sí a muchas de ellas, pero en la naturaleza pirenaica existe una poesía extrema, una armonía de formas, colores y contrastes que no he visto en ninguna otra parte”.
Un paisaje pirenaico de cumbres, fajas, nieves y hielos
Situado en el centro de la cadena montañosa de los Pirineos, en la vertiente sur que pertenece a la comunidad autónoma de Aragón, se halla uno de los macizos rocosos calizos más altos de Europa, el del Monte Perdido –también llamado de las Tres Sorores o Treserols- que despunta en los 3.355 metros de altitud de su cumbre central, la más destacada. Se trata de un espacio salvaje que se yergue hacia el cielo azul de la comarca de Sobrarbe, ocupando el interfluvio de los ríos Ara y Cinca.
Es desde allí arriba, hacia la vertiente española, por donde a modo de brazos radiales se hunden o surcan cuatro profundos valles también actualmente protegidos por los límites del Parque Nacional: el de Ordesa -o del río Arazas- que fue el origen de la protección en el año 1918, el Cañón de Añisclo –o del río Bellós-, la Garganta de Escuaín y el valle de Pineta -. En suma, son 15.608 hectáreas que reparten su territorio y paisaje en cinco municipios de la provincia de Huesca: Torla, Fanlo, Puértolas, Tella-Sin y Bielsa.
¿Qué maravillas naturales vamos a encontrar en estas geografías? Ante todo, para el visitante, la palabra “Ordesa” significa paisajes: altas paredes rocosas, bosques umbríos, praderas jugosas, nieve en las cornisas altas, un río cristalino que salta en repetidas cascadas que tienen nombres específicos y parecen citar al caminante, o la silueta de un pueblo pintoresco –Torla- recortada en primer plano en el grandioso escenario. Como hemos dicho, otros tres valles encajados complementan al de Ordesa con parentesco y a la vez con personalidad propia en el Parque Nacional.
Quienes ascienden a la Sierra de las Cutas añaden miradores vertiginosos sobre los escarpes y fajas del cañón del río Arazas, valle encerrado entre altos y empinados declives, riscos calcáreos cortados a pico por dos brechas hacia Francia y cumbres macizas agrupadas sobre los tres mil metros en las Tres Sorores.
Los que se acercan a éstas desde Pineta y suben por el exigente sendero que lleva al ibón de Tucarroya, gozan al alcanzarlo de un paisaje de quietud alpina, un reducto de alta montaña colgado en altitud, largamente nevado, con un lago de profundo azul donde flotan témpanos de hielo, encajado entre relieves enérgicos y, al frente, hacia el sur, la gran cumbre de Monte Perdido aún orlada por dos núcleos glaciares suspendidos en las repisas altas de su ladera, restos de lo que fue hasta inicios del siglo XX la lengua rota por séracs de una notable masa de hielo que se precipitaba por esta vertiente y cuyo frente llegó a alcanzar el abismo del Balcón de Pineta.
Pero, a quienes dedican más tiempo al lugar, se les revelan otros paisajes escondidos: fajas entre precipicios, desiertos fríos de altitud, cimas donde el cielo toca la piedra, aristas y collados sobre el mundo donde habita el viento, flores de montaña de delicadeza especial en ambientes rigurosos, sarrios que dan saltos prodigiosos, rapaces que añaden majestuosidad al cielo recortado por cumbres sublimes. Los que suben por las paredes más verticales suman su experiencia de escalar entre grandes poliedros rocosos, o el conocimiento íntimo de cada milímetro de la rugosidad de los “tozales”. Y, sobre todo, aquellos que repiten sus estancias saben del rodar de las estaciones, de las tormentas de verano que retumban entre los peñascos, del frescor del otoño entre hayedos amarillos y pardos… del silencio de la nieve del invierno cuando se vuelven árticos los escenarios.
Por tanto, murallas de roca, cascadas, bosques y espacios de altitud con piedra, nieve y hielo, constituyen lo “escénico” de este Parque Nacional. Hubo una sucesión en los modos de valorarlo. Comenzó con el río y su valle, con una mirada hidrográfica. Pero luego se completó con el relieve, con el macizo montañoso y sus valles complementarios, de modo que incorporó el cordal fronterizo y su prolongación en torsión al sureste del conjunto de altos picos de las Tres Sorores. En sus orígenes, en su creación en 1918, Ordesa se complementaba con la Montaña de Covadonga. Ambos Parques eran montañas norteñas en la Península, retiradas. Dos montañas formidables, una en forma de valle, por donde corre el Arazas, y otra en prominencia, el Cornión.
También sus significados culturales eran adicionales. Covadonga enlazaba explícitamente con la historia del arranque astur de la Reconquista y su significado religioso, aparte de ser el lugar amado por excelencia por Pedro Pidal, el promotor de la idea y autor material de ambos Parques Nacionales en España. Ordesa tenía, por su parte, un claro significado fronterizo y, por ello, internacional, además de pertenecer al Pirineo, a nuestra gran cordillera. Pese a ello, el Parque aragonés sólo conoció una limitada extensión que, aunque recrecida luego, aún sigue siendo muy exigua.
El Parque Nacional de la Montaña de Covadonga, tras convertirse en 1995 en el de los Picos de Europa, ha logrado ampliarse de sus 16.925 ha tradicionales a sus 67.455 ha actuales. En cambio, el de Ordesa inicial, que nació en 1918 con sólo 1.575 ha -recrecidas en 1931 a 2.175 ha-, no logró agrandarse sino a 15.608 ha, en 1982, pasando a llamarse “Ordesa y Monte Perdido”. Tan evidente desigualdad actual entre ambos Parques iniciales está claro que no tiene que ver con que las cantidades y calidades de la magnífica cordillera pirenaica en su tramo aragonés sean merecedoras de un número menor de hectáreas.
El relieve de los sedimentos marinos y el paisaje boscoso
Pues bien, dentro de tan incompletas hectáreas, hay en Ordesa y Monte Perdido, pese a todo, un haz de paisajes formidables. En principio, el relieve es aquí claramente el fundamento del paisaje. El gran edificio rocoso que alza el Monte Perdido a 3.355 metros de altitud y en el que se abre, bien tajado, el valle de Ordesa obedece a un apilamiento bastante colosal de capas sedimentarias plegadas que llega suficientemente visible hasta las proximidades de Torla (1.033 m.). Esos pliegues sucesivos y cabalgantes están muy marcados en los cortes naturales de las masas rocosas, como en el pico del Cilindro (3.335 m.), en los alrededores de Góriz (2.150 m.), en el llano de Millaris (2.400 m.) y en la ladera oriental del Mondicieto, pero también, en su mismo arranque, en los perfiles de Tucarroya y en la Larri, así como en el francés Circo de Gavarnie, entre otros lugares. Son, pues, una lección de geología de gran estilo.
Esto dio lugar a un interés científico muy particular, que tiene en su prólogo a nuestro geólogo Lucas Mallada en 1878 y que luego desarrollaron notables investigadores en los siglos XIX y XX. Esta “armonía secreta” fue intuida poéticamente por Victor Hugo, aunque previamente el naturalista Ramond de Carbonnières había considerado la estructura rocosa de Ordesa –“enorme grieta”- y de Monte Perdido como de elevado interés geológico. Más tarde el pirineísta Franz Schrader cartografía el conjunto montañoso, “rítmico”, con detalle, y ello permite que de Margerie aplique a tal estructura, a finales del siglo XIX, su hipótesis de una tectónica plegada, casi fruncida, de la cobertera pirenaica. Luego las investigaciones de Dalloni en 1910, Misch y Selzer en 1934, Mengaud en 1939, de Sitter en 1956, Ten Haaf en 1966, Van de Velde en 1967, Seguret en 1972 y el mapa geológico de Broto de 1982, revisaron y reafirmaron la entidad del imponente conjunto plegado.
La idea inicial de una erosión que sigue con preferencia las líneas de fractura del macizo, clavando en él sus cañones calcáreos, será del viajero francés Lucien Briet. El cuadro de interpretación de las formas de relieve estaba, pues, armado en sus líneas básicas a inicios del siglo XX. Y, para completarlo, pronto se añadirá a la interpretación del esculpido de los valles la huella del glaciarismo cuaternario, al comprobarse que las lenguas de hielo pleistocenas habían llegado desde las cumbres hasta la localidad de Asín de Broto, canalizadas por los valles del Arazas y del Ara. Figuras tan conocidas como Obermaier, Hernández-Pacheco y Casteret aportaron su ciencia a la interpretación detallada de las dimensiones y fases del modelado glaciar y kárstico en la primera mitad del siglo XX. Una lengua glaciar compuesta, por tanto, de unos 30 km de longitud en el Ara, habría sido, pues, la clave del modelado de Ordesa, inserto en tal sistema, y de la disimetría morfológica del valle, abierto desde el norte por afluentes, al proceder aquellos hielos desde las altas cotas de la barrera mayor, mientras la ladera meridional permanece en su mayor parte sin incisiones.
De este modo, a la lección estructural que ofrece el paisaje se suma esta otra, de labrado de las formas de excavación, de no menor importancia. Aún, como dijimos, cerca de la cumbre de Monte Perdido están alojados dos núcleos glaciares, herederos de la Pequeña Edad del Hielo, que muestran en vivo este poderoso agente morfológico, evocando los paisajes helados de antaño. La famosa Cueva Helada de Casteret completa los aspectos kársticos -propios del roquedo calizo- de un modo especial característico de la alta montaña, al aparecer con hielo fósil en su interior. Desde esta perspectiva geomorfológica, la montaña se nos ofrece con su repertorio completo.
Por otra parte, y como complemento paisajístico a la roca, al relieve y su modelado, están los bosques. Dentro de los valles del Parque Nacional siempre han llamado la atención las formaciones boscosas que tapizan su fondo y sus laderas hasta determinada altitud. La imagen de paraíso perdido que ha tenido Ordesa es debida sobre todo a tales masas forestales, sumidas entre las grandes peñas que arman el escondido valle. Los pirineístas que lo descubrieron para la geografía –antes ya era bien conocido para los montañeses del Ara- mencionan repetidamente sus calidades, su soledad, su espontaneidad. Sin embargo, el monte que hoy observamos es producto también de una recuperación secular a partir de su declaración como Parque Nacional.
El paisaje boscoso de tales valles se enclava en una vegetación del entorno de montaña más soleada y baja, con temblones y abedules de ribera y pinos silvestre, robles “cajicos” y bojes de ladera, que, con serbales y otras plantas, penetra por las partes bajas del espacio protegido. Pero pronto aparecen, valle adentro, arboledas más expresivas del eje pirenaico, como abetos, hayas, acebos, arces, que van a sustituir al habitual quejigal.
El trazado de Ordesa, de dirección pirenaica, y sus fuertes pendientes ocasionan un contraste marcado entre la umbría y la solana, aunque la continuidad del bosque mixto en el valle es un rasgo notable. En la ladera de umbría, sobre los hayedos y abetales maduros, también crece el pino negro que trepa por los escarpes hasta cotas altas acompañado por rododendros; en la ladera de solana, sobre el pinar con boj hay erizones, enebros y gayubas. Y, río arriba, al alcanzar el Circo de Soaso se rebasan los bosques, apareciendo ya las praderas subalpinas que, intermitentemente, por encima de los 1.900 m., llegarán al puerto de Góriz entre barras calcáreas.
El enlace con las formas de relieve, roca, topografía y altitud es, por tanto, preciso y armonioso. El disfrute respetuoso de estas formaciones vegetales revitalizadas constituye, sin duda, uno de los mejores dones que ha podido preservar el Parque Nacional. Dos excursiones para observar el interior del bosque, lentas, sin apresuramiento, atentas al detalle y a la apacibilidad del entorno son la subida al Circo de Cotatuero -por su abetal con hayas hasta los pinos negros de altitud- y el internamiento por el fondo del valle de Ordesa -por las masas de pinos, abetos y hayas, que van predominando hacia oriente-.
Biodiversidad. Especies animales y vegetales más significativas
Quien camine y contemple estos valles, sus laderas empinadas, collados y cumbres pronto advertirá que estos paisajes asombrosos están vivos realmente, pues son en verdad el reino del quebrantahuesos, del lagópodo alpino, del urogallo o del raro desmán de los Pirineos. Este Parque Nacional del sector central de los Pirineos es la casa que pertenece a los grupos de sarrios, a las marmotas, armiños, pájaros carpinteros, tritones, bosques ya descritos, flores alpinas multicolores aferradas a las fisuras del roquedo… u orquídeas silvestres, algunas de ellas tan raras y bellas como el zapatito de dama.
El catálogo de plantas vasculares del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido incluye más de 1.300 especies diferentes. Esto significa que dentro del territorio del Parque más su Zona Periférica de Protección -unos 350 kilómetros cuadrados- se encuentra representada la mitad de toda la flora presente en el Pirineo central –unas 2.450 especies-.
A la diversidad paisajística y de comunidades vegetales existente habría que añadirle, por lo tanto, una elevada concentración de especies botánicas que, por otra parte, presentan afinidades muy diversas: atlánticas, boreoalpinas, oromediterráneas, mediterráneas… desde el madroño que crece en el fondo del Cañón de Añisclo hasta las tan sólo cinco especies vegetales que logran sobrevivir en la cumbre del Monte Perdido, por encima de los glaciares… una de ellas la saxífraga púrpura tan propia de ambientes árticos como las Islas Svalbard.
Pero, en verdad, el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido atesora también un nutrido conjunto de endemismos botánicos. Una recopilación preliminar de especies endémicas que habitan en alguno de sus cuatro valles indica la existencia de unos 50 taxones exclusivamente pirenaicos –alrededor del 4 ó 5 % de su flora-, un dato al que habría que sumar el de aquellas plantas que también mantienen poblaciones casi exclusivas en otros macizos montañosos más o menos próximos como los Alpes, Sierra Nevada o la Cordillera Cantábrica.
En cuanto a la fauna del Parque Nacional, ésta supone también una muestra rica y variada, especialmente en lo referente a los hábitats alpinos y subalpinos de la alta montaña pirenaica. Al igual que sucede con la flora, Ordesa y Monte Perdido representa un santuario natural silvestre para animales de todo tipo. Las cifras oficiales hablan de, al menos, treinta y dos especies diferentes de mamíferos, sesenta y cinco de aves nidificantes, ocho de reptiles, tres de peces y seis de anfibios. Sin embargo, todavía quedan muchas parcelas de la biología por conocer e investigar más a fondo, muy especialmente en lo que respecta a la vida invertebrada.
El quebrantahuesos –amenazada rapaz osteófaga que cuenta con varias parejas reproductoras- es la “joya viva” de los cielos del Parque. También hay otras aves de costumbres rupícolas como el águila real, las chova piquigualda y la piquirroja, el buitre leonado, el alimoche, el vencejo real… o el treparriscos que aletea como si fuera una mariposa desafiando de forma permanente a estos paisajes en los que impera el vértigo.
En las aguas frías de ríos, arroyos e ibones de montaña viven las abundantes truchas o el endémico tritón de los Pirineos. La rana pirenaica, diferente de la bermeja, fue descrita como una nueva especie para la Ciencia en las inmediaciones del Parque en el año 1990, y hoy se sabe que puebla muchos arroyos y torrentes bravos, estando más emparentada con algunos anfibios del Himalaya que con los nuestros de la Península Ibérica. Las marmotas y los abundantes grupos de “sarrios” –o rebecos- son mamíferos fáciles de observar en los altos pastizales subalpinos. Mientras que en las zonas más elevadas, frías y nevadas, rondando la cota de los 3.000 metros, tan sólo hallaremos aves como el gorrión alpino, el acentor alpino y el lagópodo o perdiz nival, logrando soportar las difíciles condiciones de estos medios extremos y tratando de sobrellevar la situación cada vez más evidente del cambio climático.
La fauna vertebrada es, debido a su vistosidad y representatividad, mucho más conocida que aquella otra vida menor, perteneciente a otros órdenes, como lepidópteros, coleópteros, ortópteros, arácnidos, etc… donde se citan bellos insectos como la rosalía alpina –que testimonia la existencia de bosques viejos o maduros-, la mariposa isabelina o la apolo, típica de las grandes montañas de Europa.
Los naturalistas de hoy en día echan de menos una especie que sí que estuvo en el origen del Parque a principios del siglo pasado, y que tristemente ha desaparecido: el “bucardo”, subespecie pirenaica de la cabra montés que, tras una secular persecución cinegética, encontró en los bosques y laderas casi inaccesibles del valle de Ordesa su último bastión. Dicho animal era tan escaso que en 1913 el viajero Lucien Briet dudaría incluso de su existencia en el Cañón del río Arazas. Y de hecho la pronta declaración del Parque Nacional en 1918 cuenta entre sus fines “salvar los últimos ejemplares de bucardo, frenando la caza de afluencia extranjera que va tras el mítico trofeo”. También el propio impulsor de los Parques Nacionales, Pedro Pidal, Marqués de Villaviciosa, argumentaba: “Los bucardos, de los que aún quedan aún algunos ejemplares, seguramente se multiplicarán en cuanto cese la persecución de la que hasta ahora han sido víctimas”. Pero finalmente nada logró frenar este declive desesperado de la subespecie de cabra salvaje de los Pirineos, una regresión que poco a poco se iba intuyendo, pese al interés de biólogos, ingenieros de montes y gestores de la naturaleza para salvar esta situación a la deriva. El 6 de enero del año 2000 apareció muerta la última hembra de bucardo bajo un tronco de abeto desplomado.
Historia de la protección del Parque Nacional
Por norma general se asocia el impulso de la declaración de Ordesa como Parque Nacional a la persona del parisino Lucien Briet, quien a principios de siglo XX solicitó protección para este rincón pirenaico… y sin embargo en muchas ocasiones se obvian los otros antecedentes de exploración y descubrimiento que llevaron a cabo los “pirineístas” o bien se olvida la relevante figura de Pedro Pidal, el Marqués de Villaviciosa.
Los pirineístas fueron y son a los Pirineos como los alpinistas a los Alpes. Mucho antes de la protección del Parque Nacional ellos ya estaban allí, ensalzando el valor natural de sus valles y montañas. Y ya han transcurrido más de doscientos años desde que por estos parajes agrestes caminaran admirados y sorprendidos los primeros viajeros y naturalistas, personajes admirables como Louis Ramond de Carbonnières, el padre del pirineísmo, quien decía que “cuando se ha visto la más hermosa de las montañas graníticas, el Mont Blanc, falta por ver la más hermosa de las montañas calcáreas, el Monte Perdido”. Este barón alsaciano fue el primer hombre que subió con fines científicos a su cumbre un 10 de agosto de 1802, creyendo erróneamente que era la más alta de los Pirineos. Y allí, desde lo más alto, contemplaría al sur un valle que le llamó especialmente la atención, prometiéndose conocerlo en una ocasión futura: era el Cañón de Ordesa.
Con el discurrir del tiempo pasan más pirineístas. Vienen y van, suben y escalan, se acompañan de guías locales, se apoyan con mulos que llevan parte de la carga, se alojan en tiendas de campaña o duermen bajo las estrellas, anotan, dibujan, fotografían, escriben mucho y bien en revistas científicas y de excursionismo… y todos ellos se llevan el poso de admiración que genera el paso por las bellezas de Ordesa y las montañas que le circundan. No podemos olvidar nombres de los descubridores que formaron parte de la historia de los Pirineos como, entre otros, el gran Henry Russell, el barón Bertrand de Lassus, Chales Packe, Heredia, Lucas Mallada, Soler i Santaló, etc…
Fue ya en el año 1914 cuando el geógrafo Schrader, miembro del Club Alpino Francés, escribe de Ordesa: “Bosques, rocas, praderas, torrentes, no han cambiado nada; pero yo los encuentro más admirables que nunca. ¡Qué arranque de rocas hasta mitad del cielo, sobre el azul del cual se recortan sus bastiones pardos o dorados!”. Y Schrarder, sensible al estado de los bosques, prosigue: “Las grandes hayas varias veces centenarias son hoy taladas a uno o dos pies del suelo; las praderas están sembradas de madera muerta, de ramas dispersas, y los cortes indican la obra de una devastación intentada. En los bosques del barranco de Cotatuero, golpes de hacha lejanos retumban: la masacre continúa, y en diez o veinte años, si no se pone orden, esta garganta de vegetación dejará ver por todo la roca desnuda o embarrancada (…) ¿Cómo reencontrar o restaurar el antiguo césped de terciopelo sobre el cual descendían en anchos abanicos las ramas bajas de las hayas? (…) ¿No llegará un día en que el hombre reencuentre el respeto de la Naturaleza? Bastaría dejarla en paz durante dos o tres generaciones para que curase ella misma sus praderas y reencontrase su completa belleza”.
Aunque cierto es que fue Lucien Briet quien mejor imploró la defensa de Ordesa en los artículos excursionistas que redactó por fechas similares, solicitando claramente la creación por un Parque Nacional a imagen y semejanza del creado en los Estados Unidos en Yellowstone. Decía así: “Apremia una solución racional, no debe demorarse. Es imprescindible proteger el valle de Ordesa contra los leñadores, contra los cazadores y contra los pescadores de truchas… El valle de Ordesa llegará a producir el bienestar de la región una vez que en el porvenir acaso no lejano quede convertido Torla en centro de excursiones para el Vignemale, el Tendeñera, Panticosa y todo el macizo de Monte Perdido… Expropiar las propiedades privadas y las servidumbres, alejar los rebaños de las praderas de Arazas y Soaso, repoblar los bosques, relegar los hoteles a los pueblos o cuando menos a los campos de Andescastieto, accesible sólo a sus visitantes, donde las flores, los árboles y los animales queden al abrigo de los caprichos y de las necesidades del hombre…”. Y añadió el procedimiento concreto para lograrlo: que el “divino cañón” se transforme en un “parque nacional portentoso”.
Su testigo, sus palabras las cogerá al vuelo el referido Pedro Pidal, quien en septiembre de 1917, en la revista “Montes” ya señalaba -un año después de la aprobación de la primera Ley de Parques Nacionales de España- que “a pesar de las cortas realizadas Ordesa todavía tiene todavía el sello de la virginidad realzada con la presencia de los bucardos…”, manifestando seguidamente la intención de que Ordesa pudiera ser uno de los primeros Parques Nacionales, idea que al parecer también había propuesto algo antes el Marqués de la Vega Inclán, quien dirigía la Comisaría Regia de Turismo.
Y, por fin, el 16 de agosto de 1918 se promulgó la declaración de 1.575 hectáreas “del valle de Ordesa o del río Ara” como Parque Nacional, mediante un Real Decreto firmado por Alfonso XIII desde su residencia veraniega del Palacio de la Magdalena en Santander. Será el 14 de agosto de 1920, dos años más tarde, cuando se inaugura oficialmente el Parque Nacional con la asistencia en nombre del rey de Pedro Pidal, marqués de Villaviciosa de Asturias y Comisario de Parques Nacionales. Aquel día se plantaron 14 abetos en la entrada del valle y se echó de menos la presencia de Lucien Briet, “el cantor de Ordesa”, que había caído enfermo. La prensa regional del momento también echó en falta la presencia del Rey Alfonso XIII que, por el contrario, sí estuvo en el acto inaugural del Parque Nacional de la Montaña de Covadonga. La labor proteccionista fue alabada por todos los medios y personas presentes. La revista “Nuevo Mundo” señaló: “La gloriosa sementera que ha comenzado el noble Marqués de Villaviciosa es la más hermosa labor que pudiera iniciarse en nuestra Patria, donde brotan a millones las fuentes de bellezas… Un paisaje como el de Ordesa impresiona a todos. Por oscuras que sean las aguas, siempre reflejan el cielo”.
Siguiendo la cronología histórica, en los años 30 del siglo pasado el Parque Nacional disponía de tres guardas forestales que vigilaban por el cumplimiento de la normativa de protección y realizaban informes sobre el número de sarrios y bucardos observados, o sobre el estado de los caminos, puentes y paseos que utilizados los turistas. Pero toda labor se interrumpe con el estallido de la Guerra Civil. Luego, en la posguerra vuelven los turistas. La Pradera de Ordesa, punto de partida de numerosas excursiones, había visto llegar en 1935 los primeros coches, pero en esa época acceder a estos parajes y alturas tenía otras dificultades añadidas: era necesaria la tramitación de un salvoconducto para desplazarse hasta el lugar, al estar en un área fronteriza con Francia. El Distrito Forestal de Huesca reclamaría presupuesto para reparar la red de caminos de este lugar cada día más visitado por turistas extranjeros y españoles.
Y van corriendo otros aires: maniobras militares, misas en la cumbre de Monte Perdido, un nuevo restaurante en la Pradera de Ordesa… y cada vez más gente dispuesta a caminar ladera arriba. En el año 1963, rodeado de tiendas de campaña, se inaugura el nuevo Refugio de Góriz, que llevará el nombre del entonces presidente de la Federación Española de Montañismo, Julián Delgado Úbeda. Fueron necesarios dos años de trabajo para su construcción, y para tal fin se trazó el camino en zig-zag desde el Circo de Soaso hasta los llanos del puerto ganadero de Góriz con el fin de facilitar el transporte de los materiales de construcción.
Pero fue en el año 1974 cuando comenzaría un fervor popular que se opuso al proyecto de crear una presa hidroeléctrica en el río Bellós, lo que inundaría una gran parte del Cañón de Añisclo. Se inicia, a partir de ese año el proceso de ampliación del Parque que no culminará hasta ocho años después. Así pues, en 1982 el Parque Nacional pasará a denominarse de “Ordesa y Monte Perdido”, extendiéndose hacia los valles vecinos de Añisclo, Escuaín y Pineta, abarcando así mismo la vertiente española del macizo calizo de Monte Perdido. El nuevo espacio lindará en la muga con Francia con el Parc National des Pyrenées en la vertiente norte, con más de 15 kilómetros limítrofes que ofrecen la oportunidad de suscribir en septiembre de 1988 una Carta de Cooperación internacional entre los parques nacionales de los dos países. Es el deseo de trabajar por un destino común de protección y disfrute de la naturaleza, más allá de las fronteras trazadas por el hombre.
El disfrute de una maravilla. El turismo sostenible
A los títulos de protección de Reserva de la Biosfera y del Diploma Europeo a la Conservación, se sumará la inclusión del macizo montañoso dentro de la lista de Sitios Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. Y en el año 2006 la gestión del Parque es transferida por parte del Estado Español al Gobierno de Aragón, tras una sentencia del Tribunal Constitucional. Una transferencia a las autonomías en la gestión que ha sido cuestionada por los sectores conservacionistas de la sociedad española a la vista de los acontecimientos diez años más tarde.
Pero lo importante es que ha pasado un siglo desde la declaración del Parque Nacional del Valle de Ordesa y que aún hoy estas montañas todavía se mantienen vitales, en buen estado. Sus soberbias paredes, las cumbres nevadas, el color de los bosques en el otoño o en la primavera, las luces, los atardeceres… convierten a Ordesa y Monte Perdido en un santuario natural vivo, en un espacio único en toda Europa. Una maravilla natural cuyo paisaje y contenido atrae a quien lo mira y conoce.
Cien años más tarde el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido es la estrella natural del Pirineo Aragonés. Brilla con luz propia y es una meca que cada verano buscan cientos y miles de turistas que vienen a la comarca del Sobrarbe a disfrutar de uno de los quince enclaves naturales más selectos que atesora nuestro país. La vieja fórmula del Parque Nacional funciona y combina adecuadamente la protección del paisaje, de la biodiversidad y de los ecosistemas junto a la mejora de la calidad de vida de las gentes de este entorno rural.
Más de seiscientas mil personas visitan cada año el Parque. Unos caminan largamente, otros se dan un simple paseo, los hay que escalan o que se calzan unos esquís de travesía… Y la mitad de esta visita se concentra en los meses de verano. Y la mitad de esa mitad se centra en el valle de Ordesa o del río Arazas mientras el resto se reparte por los otros tres sectores de Añisclo, Escuaín y Pineta. Pero se da la paradoja de que es precisamente esa visita la que podría poner en peligro los vulnerables ecosistemas de media y alta montaña que aquí se han querido conservar y que es lo que da sentido a este Parque Nacional.
Afortunadamente la propia orografía y la climatología invernal de la zona cierra de forma natural gran parte de la superficie para el uso público, de tal manera que el visitante, al menos hasta que accede a las zonas más altas, sólo puede transitar por las sendas y caminos, puesto que llegar hasta las áreas más frágiles, intactas y remotas es algo que precisa de un esfuerzo personal que no todo el mundo está dispuesto a realizar. En Semana Santa y en los meses de verano el tráfico rodado se encuentra especialmente limitado en el valle de Ordesa, el sector que todos quieren ver y conocer; entonces, los vehículos particulares deben quedar estacionados en un aparcamiento público ubicado en la localidad de Torla. Desde allí, junto al Centro de Visitantes, cada 15 ó 20 minutos parte un autobús hasta la Pradera de Ordesa. Este modelo de transporte colectivo y uso público, implantado hace unos quince años, ha venido siendo imitado o copiado en cada vez más espacios naturales protegidos del país.
El Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido es, al mismo tiempo, un motor de desarrollo sostenible que cada año atrae a un turismo que busca los paisajes naturales mejor preservados, que elige los bosques frondosos, las aguas limpias, el aire puro, y aquellos escenarios donde la naturaleza nos cautiva precisamente porque se halla bien cuidada y conservada.
Podríamos decir que el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido es la mayor “empresa” de Huesca, dada la gran repercusión que tiene en el Producto Interior Bruto (PIB) de la provincia. Y es cierto, está demostrado, que el turismo de naturaleza es un turismo fiel, ajeno en buena parte a la crisis económica… y de ahí que cada año los senderos o caminos de Ordesa y Monte Perdido sean recorridos por miles de personas que buscan lo más bello de la naturaleza. En 2016 el Parque Nacional recibió 609.000 visitantes, una cifra que se ha mantenido estable durante los últimos años. Mientras tanto, el Parque Nacional genera trabajo y vida en los pueblos del entorno, es fuente de salud y proporciona un gran número de servicios ambientales o ecosistémicos, además de beneficios sociales. Cien años más tarde, Ordesa constituye, en efecto, una gran reserva hídrica, un motor económico, un destino que nunca cansa, un regalo para la vista y los sentidos y, en suma, es un gran emblema de naturaleza y nivel cultural para Aragón y España.
Los datos oficiales aseguran que el papel del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido va más allá de la conservación de los valores naturales o la biodiversidad. Que económicamente cuenta con un presupuesto anual de 1.700.000 euros, en el que se contemplan inversiones de mantenimiento hoy perfectamente asumibles, y muy inferiores a las que se realizan en otras infraestructuras tan demandadas como son el AVE, aeropuertos, estaciones de esquí o autovías de elevado coste. Se ha de saber que en el área de influencia del Parque los ayuntamientos han recibido este año casi unos 300.000 euros de pago directo compensatorio, sin necesidad de presentar proyecto alguno a un proceso de concurrencia competitiva. El que más superficie protegida aporta, más ingreso recibe en las arcas municipales. Y hay que decir que el empleo directo en vigilancia, uso público y conservación ronda el centenar de puestos de trabajo, amén del trabajo indirecto que se genera en casi toda la comarca: guías, comercios, hoteles, restaurantes, etc. Es decir, que la marca “parque nacional” supone un plus para el desarrollo local. Y que las funciones y beneficios que reporta son, por si fuera poco, también de tipo educativo, científico, cultural, turístico y recreativo.
Cien años después, Ordesa y Monte Perdido, pionero de los Parques Nacionales es, no lo olvidemos, un Patrimonio Mundial de la Humanidad que debemos valorar, atender y seguir conservando con renovado celo.
La conservación del Parque, pensando en el futuro
Acantonado junto a la frontera de España con Francia, el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido permanece con la misma extensión que se le concedió en 1982 -en la ampliación que sucedió a una crisis local provocada por el proyecto de construir una presa que afectaría al cañón de Añisclo-. La anterior ampliación, de 1931, por expropiación de las parcelas “Monte de Arazas” y “Faja de Mondarruego”, sucedió a una polémica sobre una tala de hayas en el Parque en los años 1927 y 1928, concretamente en la “propiedad Arazas” de Torla. Sin embargo, desde su principio como Parque Nacional, por su situación geográfica, este espacio protegido ha tenido una expresa vocación internacional. La designación en 1997 del Monte Perdido como Patrimonio Mundial de la UNESCO, cabalgando el límite entre España y Francia, fue una reafirmación concreta del carácter transfronterizo que poseen los valores naturales y culturales de esta montaña.
Además, en 1967 se creó en el lado francés y a lo largo de 80 kilómetros fronterizos el Parc National des Pyreneés con 45.200 ha, que se despliega desde cerca de Lescun hasta las proximidades del túnel de Bielsa, con gran contraste de extensión, por tanto, con el de Ordesa en aquellas fechas y también actualmente. Ya hemos señalado la disparidad existente con la nueva superficie del Parque Nacional de los Picos de Europa (67.455 ha), procedente del inicial de la Montaña de Covadonga, que nació en 1918 hermanado históricamente al de Ordesa. Al declararse en 1999 el Parque Nacional de Sierra Nevada se le concedieron 85.883 ha, y al delimitarse el de la Sierra de Guadarrama en 2013 se le adjudicaron 33.960 ha, más 7.011 ha de régimen especial de Valsaín, lo que suma 40.971 ha. Por todo ello, vemos que la actual extensión del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido (15.608 ha) ha quedado muy menguada respecto a los recientes Parques Nacionales de montaña peninsulares y al de su colindante en el lado norte del Pirineo, sin que ello corresponda a una menor calidad de la más que espléndida naturaleza que rodea en nuestra vertiente los límites actuales de Ordesa y Monte Perdido ni a una menor necesidad de su protección.
Pero la idea final que lanzamos de crear un Parque “Internacional” en estos lugares no es nueva. Fue un objetivo explícito desde las mismas fechas de creación del Parque “Nacional” de Ordesa. De hecho, la revelación de Ordesa para la cultura partió de un francés, Ramond, y su necesidad de protección fue señalada por otro, Schrader, y sería definida en concreto como un parque nacional por un tercero, Briet. Pero ya en 1917 el mismo Pedro Pidal, el fundador, alegaba que “una frontera no divide la naturaleza y que las normas de conservación han de adaptarse a una dimensión internacional”.
Alberto I de Mónaco, amigo de Alfonso XIII, mecenas de la ciencia y enamorado del Pirineo, había propuesto desde 1915 un Parque Internacional franco-español y en 1917 insistió en tal proyecto en relación directa con el rey de España y con Pedro Pidal, quien recogió la idea en un artículo y en su intervención en la conferencia en París sobre Parques Nacionales de ese año. En 1926 la revista Peñalara retomaba la misma propuesta y la hacía suya; y en 1929 la expresó de nuevo Victoriano Rivera apuntando que estaba prevista la unión internacional en el decreto de 1917. En fin, en 1988 se estableció una Carta de Cooperación hispano-francesa entre el parque español pirenaico y el francés. Y estos, con el Patrimonio Mundial de 1997, son los claros precedentes de la posibilidad de formar un parque “Europeo” o Internacional que cubriera las dos vertientes de este sector de la cordillera.
Es decir, tal posibilidad sería factible si se ampliara el actual Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, pero no con sus actuales dimensiones, por ahora insuficientes. Por todas las razones expuestas, el actual Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido debería extenderse, primero, por nuestra vertiente, paralelo al parque francés. Al menos, hasta incluir la cuenca del río Aguas Limpias, a occidente del actual Parque, en estrecha relación con la Reserva de la Biosfera Ordesa-Viñamala en sus actuales límites y, tal vez, con el futuro Parque Natural del Anayet, colindante, cuyo proceso de declaración está desde hace años en espera de resolución. Nuestros cálculos y ponderaciones sobre el terreno indican que convendría que el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido pasara a una extensión de 63.343 ha. A oriente la ampliación abarcaría hasta el macizo de la Munia, y por el occidente incluiría los relieves de Vio y el Pueyo, los valles del Ara y Otal, el interfluvio Brazato-Tendeñera y la cuenca alta de Panticosa y los relieves del Alto Gállego. En estas condiciones, sí podría hacerse efectiva y activa una coordinación entre los Parques Nacionales de los dos países vecinos, con semejantes condiciones geográficas, y abrir una nueva etapa -aunque pensada desde hace más de cien años- de creación de un parque pirenaico común.
En este siglo de Parque Nacional, 1918-2018, Ordesa ha sido modelo de protección y creador de un canon de defensa patrimonial de la naturaleza. Sólo tenemos que pensar en una pesadilla: si no hubiera existido. ¿Qué sería hoy de Ordesa, amenazada desde sus comienzos con presas, talas, equipamientos? A partir de esta base, sin renunciar a nada, hoy parece ya el día de apertura de un futuro que se plantee, en lo geográfico y en lo institucional, un sentido de la envergadura que conviene a la realidad de la naturaleza pirenaica. Su campo de acción sería lógicamente tan amplio y abierto como requiriera su nueva dimensión y su renovado proyecto. Ordesa será siempre la raíz de tal Parque Nacional o Internacional, desde sus iniciales 1.575 hectáreas a las 63.343 que el Pirineo Aragonés se merece hoy en este sector.
Cumplir con este reto de la ampliación y de la internacionalización sería el mejor regalo de futuro moderno para las generaciones venideras. Sin duda, el más duradero recuerdo del Centenario de Ordesa y de nuestros Parques Nacionales que cada año mejoran, crecen y maduran, sea pensarlos con nuevos bríos, como los que fueron necesarios en 1918, pero de cara a nuestro porvenir, el de 2018.
Eduardo Martínez de Pisón Stampa (Catedrático de Geografía de la Universidad Autónoma de Madrid)
Eduardo Viñuales Cobos (Escritor y naturalista de campo).