El patrullero de la filmo: Cadalsos


Por Don Quiterio

  Con ocasión de una nueva edición del festival de jazz en Zaragoza, la filmoteca ha programado ‘Ascensor para el cadalso’ (1957),…

…el primer largometraje de ficción del gran Louis Malle (un año antes codirige junto al comandante Jacques-Yves Cousteau el documental ‘El mundo del silencio’), uno de los más atípicos directores de la ‘nouvelle vague’ del cine francés, autor de maravillas como ‘Zazie en el metro’ (1959), ‘Fuego fatuo’ (1963), ‘Lacombe Lucien’ (1973), ‘Atlantic City’ (1980), ‘Adiós, muchachos’ (1987) o ‘Vania en la calle 42’ (1994).

  ‘Ascensor para el cadalso’ prefigura ya una de las constantes de Louis Malle, la búsqueda de la felicidad obstaculizada por determinadas presiones de orden social. A partir de un guion de Roger Nimier y del mismo realizador, según una novela de Noel Calef, el filme actualiza los códigos del cine negro y crea una amarga trama criminal en la que un hombre asesina al marido de su amante, de común acuerdo con ella y siguiendo un minucioso plan. Para su desgracia, queda atrapado a continuación en el ascensor del edificio. Así, se verán enredados en una tensa y exasperante espiral de imprevistos, atrapados por las calles de un París desolado y gélido, fotografiado en blanco y negro por el maestro Henri Decae.

  El argumento propone una estilizada variación del tema del crimen perfecto con una caracterización sicológica de los personajes (excelentes Maurice Ronet, Jeanne Moreau, Lino Ventura, Felix Marten, Yori Bertin y Georges Poujouly) tan importante como la propia intriga. La ciudad durante la noche, circunstancia que proporciona al filme la tonalidad apropiada para el relato, es el escenario en el que se moverán unos personajes propios de la vida diurna de la urbe.

  Con todo y con eso, se acentúa el clima angustioso y de soledad de los amantes, que tratan de reunirse en el transcurso de unas interminables horas. Y se sentirán impedidos para poderse unir libremente.  La sobriedad formal de Malle, de un evidente virtuosismo en el manejo de la cámara, se convierte en un aluvión de inaudita emotividad, agitada por una bellísima música de jazz a cargo de Miles Davis.

  El emergente cine polaco ha tenido presencia en la filmoteca con ocho largometrajes producidos en este año 2019: ‘Los pájaros cantan en Kigali’, codirigida por Joanna Kos-Krauze y Krzystof Krauze; ‘Fuga’, de Agnieszka Smoczynska; ‘El día luminoso’, de Jagoda Szelc; ‘Rock´n´roll Eddie’, de Tomasz Szafranski; ‘La aldea de las vacas nadadoras’, de Katarzyna Trzaska; ‘El correo de Varsovia’, de Wladyslaw Pasikowski; ‘El mayordomo’, de Filip Bajon, y ’53 guerras’, de Ewa Bukowska.

  Es esta última una excelente película basada en las memorias de Grazyna Jagielska, periodista y mujer del que fuera reportero de guerra Wojcieh Jagielski. La propia directora la define así: “El tema central del filme es la evidente antítesis entre la intimidad de las protagonistas y la aparentemente lejana realidad de los conflictos, pero se trata de una película polifacética que abarca varios subtemas: veinte años de guerras en las regiones más estratégicas del mundo, la guerra moderna y su poder destructivo y una historia de amor con sus diferentes matices. Por un lado, hay una mujer que abraza la locura para poder alcanzar su objetivo. Por otro, una mujer y un hombre que acaban viviendo vidas paralelas; las numerosas pruebas a las que son sometidos, y cómo consiguen superarlas”.

  El cine salvadoreño también ha tenido su hueco en la filmoteca con los documentales ‘Cuatro puntos cardinales’ (Javier Kafie, 2014) y ‘Uno, la historia de un gol’ (Gerardo Muyshondt y Carlos Moreno, 2010). El primero reúne cuatro sencillas historias del norte, sur, este y oeste de El Salvador, a través de otros tantos personajes (un músico, un surfista, una artesana y una caficultora) que viven en ambientes muy distintos a pesar de habitar en el mismo país. El segundo está ambientado en los años ochenta del siglo veinte, cuando El Salvador se encuentra en los comienzos de una guerra civil que divide al país durante doce años. En medio de las balas, la selección de fútbol salvadoreña logra una inolvidable clasificación al Mundial de España’82.

  Finalmente, el cine palestino hace acto de presencia con seis películas que debaten sobre la dificultad de compartir una cultura común: ‘Mafak’ (Bassan Jarbawi, 2018), ‘Children of fire’ (Mai Masri, 1991), ‘La familia Samouni’ (Stefano Savona, 2018), ‘Istiyad Ashbah’ (Raed Andoni, 2017), ‘Gaza’ (Gary Keane y Andrew MacConnell, 2018) y ‘Wardi’ (Mats Grorud, 2018). Unos filmes que tienen que ver con una mirada muy concreta y un tipo de cine muy comprometido con lo estético y la propia narrativa. Cada película es un regreso, ya sea al pasado familiar o a la memoria personal o colectiva. Cada cineasta habla desde su diferencia, como si se tratara de las imágenes fragmentadas de un cristal roto, porque cada uno, como cada palestino, tiene una experiencia política particular y distinta del resto, y no pueden representar a todos por la gran variedad de clases.

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