Desde el diván: ‘Madrid,1987’ de David Trueba


Por José Mª Bardavío

     Veamos ahora algunos de las muchas razones, sugerencias, iluminaciones, que atraviesan esta extraordinaria película, convirtiéndola en genial.

    Película minúscula, concentrada, intima, y tan escueta,  recogida y directa, como la bala que da de lleno en el chico malo que es Miguel y en la chica buena, la chica –e-s-p-e-r-a-n-z-a, la esperanza de la patria, que es Ángela.

 

Madrid 1987 David Trueba, 2011

No hay la menor duda de que se trata de una película espléndida.

Título original: Madrid, 1987

Año: 2011

Duración:102 min.

País: España

Dirección: David Trueba

Guion: David Trueba

Música: David Trueba, Irene Rodríguez Tremblay, Leonor Rodríguez
Fotografía: Leonor Rodríguez
Intérpretes: José Sacristán y María Valverde

     Veamos ahora algunos de las muchas razones, sugerencias, iluminaciones, que atraviesan esta extraordinaria película, convirtiéndola en genial. Película minúscula, concentrada, intima, y tan escueta,  recogida y directa, como la bala que da de lleno en el chico malo que es Miguel y en la chica buena, la chica –e-s-p-e-r-a-n-z-a, la esperanza de la patria, que es Ángela.

    Y así empieza:

1

    En la parrilla de la F/recuencia M/odulada de la radio crepitan voces, vocablos, entonaciones y significados descuartizados,  y achicharrados. Se trata de la presignificación, el caos, la nada. Pero unos instantes después vemos con los oídos los guijarros tersos,  brillantes y pulidos, de las palabras en el fondo del río de la emisora: Son las doce del mediodía del 18 de Julio de 1987.

  Y estamos en el piso de Luis un pintor amigo de Miguel, el escritor protagonista de Madrid 1987. Es el arranque, el lugar,  donde sucederá la historia, y la dedicatoria del discurso a Fernando Fernán Gómez:

    Las imágenes muestran, mientras oímos las noticias de la radio, la luna del edificio repleta de compresores de aire acondicionado adosados a las ventanas. Y ya en el interior del piso, un reloj digital mostrando las 12.04, un tocadiscos y un gran montón de vinilos de 33 rpm,  racimos de pinceles, cajas de pintor, tubos de colores, una fotografía de Fernando Fernán Gómez llenando  la portada del ABC de ese mismo día. La radio menciona a Felipe González, Javier Solana, Barrionuevo, Gerardo Iglesias, los procesados del 23 F, y a Gil y Gil, el hombre de moda.

    Muy interesante la glorificación mediática del gran genio de las marrullerías y el pelotazo. Gil y Gil, un Berlusconi prehistórico, un gigante entre enanos, un Lemuel Gulliver en el país de los Houyhnhnms. Porque 1987 es el año -es un decir- en el que el pelotazo se hizo decididamente carne y habitó entre nosotros. No debemos dejar de leer el perfecto, genial, asombroso artículo de Manuel Vicent que parece inspiró a David Trueba  rodar esta película y que parte del mismo aparece como acápite en el guión literario que acompaña al DVD en la edición española.

    Durante la película los espectadores jamás vemos lo que ven Miguel y Ángela cuando se asoman al ventanuco del baño que da al patio, somos nosotros, en esta Introducción, los que estamos viendo lo que ellos verán luego: esa luna muerta, asfixiada, con muchas ventanas cerradas y el blanco de la pintura cubriéndolo todo. Una esquina de la ciudad hirviendo de calor, abandonada, donde van a convivir, encerrados accidentalmente en el cuarto de baño y enredados en el deseo, un famoso escritor y una estudiante que apenas se conocen.

2

    Después del corte vemos a Miguel Batalla sentado en el sofá tapizado en polipiel de una cafetería escribiendo  en una máquina portátil. Tiene sesenta años, es periodista,  se convirtió hace tiempo en escritor famoso y sus artículos son devorados por admiradores, seguidos por legión, y digeridos por otros muchos lectores del planeta España.

     Detrás del articulista un enorme espejo duplica el establecimiento. Una pareja de clientes mayorcitos están sentados al fondo del local. Los enormes ventanales y las columnas revestidas de mármol jaspeado consiguen crear una cierta respetabilidad. Cuelgan abundantes cuadros insulsos en los muros  revestidos de madera, como si la elegancia  optara por lo insípido -adornar sin distraer- porque el único cuadro valioso es o quiere ser el local mismo. Un espacio blando  (más blando que light) que aspira con su disfraz  clásico a servir a los clientes reclamando una cierta compostura. Idéntica estrategia se advierte en la respetuosa actividad de  los camareros uniformados. El que atiende a Miguel expresa muy bien las intenciones psico-espaciales del lugar. Si alguien se entretuviera en meter en una batidora las paredes, espejos, columnas pilares y el sofá corrido algo desgastado, saldría convertido en el camarero en cuestión –excelente actuación, por cierto- del que sirve a Miguel.

   La cafetería es el teatro en donde Don Miguel, rodeado de espejos multiplicadores, se encuentra a sus anchas, resuelve sus crónicas, interactúa amablemente con los camareros y recibe los aplausos de los clientes: una admiradora se acerca a pedirle un autógrafo. Miguel, el primer actor-escritor, viene al teatro todos los días no solo a escribir lo que cree le aqueja al país sino a absorber con los humos anicotados que emite el lugar  la salsa de narcisismo que aportan sus espejos, los placeres del sentirse admirado. Y, recíprocamente, los camareros (la comparsa) miman a Don Miguel, que regala sabrosas propinas, es muy ocurrente, fácil de servir, consume whisky caro, atrae a muchos clientes y es de lo más coolchéveregenialpadre o guay.

    Cuando Don Miguel termina de redactar la píldora que tragarán ávidos sus lectores, los camareros guardan la máquina de escribir y entregan la crónica al mensajero del periódico que vendrá motorizado  a recogerla. Surten también a Don Miguel de tabaco y whiskey si es que se decide, como hará hoy, a prolongar la función, su teatro, más allá del escenario de la cafetería.

   Y como Don Miguel no aparece por el periódico desde que prohibieron fumar en Redacción, la cafetería se ha convertido en refugio (de su mujer), en living ( para recibir visitas), y en cuerno de la abundancia para saciar sus vicios, vicillos, el café, los Ducados, el whisky, expresamente prohibidos por el Dr. Bramón. Y en otros deslices menos light que veremos a continuación.

3

     Hace unos días una desconocida estudiante de primer curso de Periodismo, Ángela Soriano, le llamó para solicitarle una entrevista. Le dijo que al haber suspendido la asignatura debía obligatoriamente hacer  una entrevista a un escritor de renombre incluyendo el comentario personal. Trabajo obligatorio a presentar antes del examen de recuperación el próximo Septiembre. Miguel accedió. La estudiante le hizo la entrevista y terminado el encuentro se despidieron cordialmente. Unos días más tarde, Ángela recibió una llamada del escritor cuando cenaba en casa de sus padres. Miguel Batalla quería saber cómo había quedado la entrevista, cómo había redactado el comentario y, en fin, cómo había quedado el trabajo.

   Ahora mismo son las doce y media del 18 de Julio de 1987. Miguel está punto de terminar el artículo, el camarero acaba de suministrarle una nueva taza de café y, a través de los enormes ventanales, tiene ocasión de admirar el cuerpo de Ángela acercándose a la puerta de la cafetería, atravesar el local sorteando la selva de sillas y veladores con la elegancia de una gacela  y detenerse ante su mesa con sus dieciocho años muy bien puestos. Ángela está ahora delante del escritor frente a sus astutos ojos de lobo hambriento cubiertos de gana y gafas.

    Miguel le indica que se siente y pida algo mientras termina el artículo. Ángela, sentada en una silla frente a él, embozada en el silencio impuesto por el mago de las palabras, intenta leer el folio que ha dejado sobre la mesa. Pero Miguel se lo impide advirtiendo:

-El lunes. Como si una liturgia incuestionable protegiera el material  no publicado.

     Ángela le pregunta si escribir un artículo con dos días de antelación a la publicación no es demasiado tiempo. A lo que Miguel contesta que desde que murió Franco no pasa nada interesante ni importante en el país,  nada que no sea predecible. Y le pone un ejemplo de  lo absurdo que puede resultar la  predecibilidad.  En el ochenta y uno, poco antes de la celebérrima dimisión de Adolfo Suarez, escribió un artículo sobre la raya recta que el presidente del gobierno lucía en el pelo, una especie de bandera de su inquebrantable rectitud. Años después Adolfo Suarez le comentó que su artículo fue el que más le había gustado de los muchos publicados en la prensa sobre su polémica dimisión, cuando en realidad Batalla no lo escribió por eso, por congeniar rectitud y dimisión o como si la raya recta fuera la señal secreta del hasta dónde quería llegar sino que lo escribió sin saber para nada de la dimisión del presidente. Así que pura carambola, casualidad,  nada de predecibilidad o predictibilidad.

    Cuando Ángela quiere saber si se llevaba bien con Suarez, Miguel le explica que el hecho de <<escribir a diario un comentario político durante veinticinco años crea pocas amistades: Te soportan, y punto>>.

    Ángela ha dado un sorbo a la Coca-Cola que le ha traído el camarero, y Miguel le pide ahora que le deje probarla. Le explica, mientras  enciende un Ducados, que su médico le ha prohibido la Coca-Cola, el tabaco y el whisky. Pero luego extiende el brazo sobre la mesa, levanta el vaso con dos dedos y lo gira un poco para beber exactamente por donde Ángela posó hace unos instantes sus labios. Ángela le mira sorprendida, pero dice:

-Veo que no le hace mucho caso.

    Y Miguel, en un alarde creativo encuentra en la observación de Ángela un buen final para su crónica, así que tecletea de inmediato recitando: <<El médico me ha prohibido la Coca-Cola pero no me ha prohibido las chicas que beben Coca-Cola>>.

   Así que desde el punto de vista de Ángela, receptora del teatro que está montando Miguel, éste se codea con Suarez el artífice de la Transición. Sus artículos le gustaban mucho al Presidente. Y  el Presidente le hacía confidencias. Pero luego Miguel elude apuntarse el fácil tanto de su amistad con Suarez, cuando hubiera sido fácil, incluso obvio, presumir de ello.

   Por otro lado, Miguel le ha insinuado claramente a Ángela lo que quiere de ella al posar sus labios en el exacto lugar del vaso en donde ella posó los suyos. Y que lo hace a sabiendas de que se trata de un manjar que su médico (las leyes, etc) prohíben puesto que se trata de una estafa, el timo de la estampita, eso de manipular la presunta importancia social de Miguel (que  engañosamente la sitúa a la altura de Suarez) para aumentar su atractivo y obtener, con ese y otros truquitos el acceso a su cuerpo como directamente sugiere el no beber del vaso sino el hacerlo como lo ha hecho. Y beber. Miguel no bebe la protocolaria Coca-Cola sino que se bebe los labios de Ángela. Y todo tan cierto como fortuito, casual. Todo intrascendente de lo trascendente que es. Y así queda esculpida sobre la mesa, al lado del vaso de los labios superpuestos, el deseo de Don Miguel Batalla por una Ángela -¿angelote?- que solo puede, como puede, disimular su más o menos divertido o complacido asombro.

4

-¿Has traído eso?

   Ángela saca de una bolsa la carpeta del trabajo mientras Miguel  asegura que no entiende el motivo de su suspenso:

-¿Acaso los profesores no aprueban a  las alumnas hermosas?

-No iba nunca a sus clases. Es un gilipollas. Se dedicaba a leer su libro patético sobre redacción periodística en voz alta. Al final nadie iba a su clase.

    Miguel le dice a Ángela que está demasiado lejos, que se siente a su lado. Y ella lo hace.

    El escritor lee el trabajo emitiendo opiniones bastante agrias sobre lo que está leyendo. Sin embargo el veredicto final no puede ser más favorable:

    -Tú vales para ésto. Sí. Escribir es como ser actor de cine, no sirve para nada si no te quiere la cámara. Y a ti te quiere la cámara. De eso no hay duda.

    Después de oír que ninguno de los dos tiene que ir necesariamente a comer a casa, le pide que le acerque las llaves que están en la chaqueta sobre el sofá, justo al lado de Ángela. Pero al extraerlas ella, aparece en su lugar una cartera con el carnet de identidad con los cantos doblados y estropeados, mostrando el verdadero apellido del escritor, Rodríguez y no Batalla que es como lo conoce todo el mundo. Y  que el documento está caducado:

-No puedo estar más de acuerdo, contesta cínicamente Miguel.

   Ángela sigue indagando en los bolsillos hasta dar con un frasquito de pastillas:

-¿Órdenes del médico?

-No. Son anfetas. Te ofrecería una pero no soy un corruptor de jovencitas.

    Ángela encuentra finalmente las llaves y las deja sobre la mesa.

-Son del estudio de un amigo. Es pintor. Está en la Sierra para ahorrarse este calor. Se las pedí antes de llamarte. Después probé suerte.

-Me sorprendió que me llamara.

-¿De verdad te sorprendió?

-Pensé que no le interesaría lo que había escrito después de la entrevista.

-No te llamé porque me interesara saber lo que habías escrito. Te llamé porque me interesabas tú.

   Una señora que les observa desde hace rato se acerca a la mesa con un libro de Miguel:

-¿Podría firmarme?  Miguel lo hace. Le leo cada día todos sus artículos.

-Yo no escribo para que me lean sino para que me paguen.

    Y al devolver el libro la admiradora pregunta:

-¿Qué pone?

-“Para Sonia que carece del don de la oportunidad, con un beso”.

    Sin saber qué hacer ni decir, Sonia se retira dando las gracias.

-¿Entonces? Inquiere Miguel a Ángela.

-No sé.

-No soporto que nos miren ni que nos interrumpan. Quiero pasar las dos próximas horas contigo sin que nadie se entrometa. Solo quiero conocerte mejor. Y que tú me conozcas a mí. ¿No era eso lo que me pedías cuando me solicitaste la entrevista?

    Ángela ni afirma ni niega nada.

-Coge las llaves y espérame en la puerta. 

   Y ella lo hace.

    En el sentir de Ángela se mezcla el deseo de irse con la celebridad y el de no irse con la celebridad sabiendo que lo que pretende la celebridad es sexo. Para empezar el descubrimiento del verdadero apellido de Miguel que coincide con el descubrimiento incipiente del otro Miguel,  como si reverberara inquietante Mr Hyde en la tranquila superficie de Dr Jekyll.

    El descubrimiento de un Rodríguez deseante que no se llama Batalla como creía que se llamaba, tiene, como todo lo que sucede incidentalmente en la película (y en las novelas de David Trueba), consecuencias hondas, importantes. Porque Miguel se compone realmente de dos personalidades la brillante (Batalla) y la patética (Rodríguez). Lo patético enlazará a su vez con lo melodramático y con lo histérico cuando, en el cuarto de baño de casa del pintor accidentalmente encerrados y corporalmente desnudos, se lamente él a gritos de su mala fortuna. Porque el régimen esplendoroso-carcelario de la reunión forzada  en el cuarto de baño tiene la ventaja de desnudar de verdad a Miguel que, por fin, expresa lo que en verdad, en realidad, lo que ciertamente es: un montón inmenso de bellas palabras significando, como diría el Hamlet que por cierto  él menciona, significando nada.

    Las vacilaciones del Edipo se notan en Ángela, como en Caperucita, cuando empieza a meterse en la cama de su abuelita (nunca mejor dicho). Osea  cuando mete su mano problemáticamente ingenua en los bolsillos de Miguel y extrae de la cartera  su carnet de identidad- azul y con los bordes desgastados. Porque el carnet de identidad el verdadero carnet de identidad es la polla. Que Ángela extrae al sacar el carnet con los bordes desgastados en alusión divertida a la flaccidez de su miembro viril. Es el alma sexuada de Miguel, el sexo mismo de Miguel, lo que Ángela extrae de la bañera de la entrepierna al sacar a la luz la efigie documental, el documento administrativo, policiaco, que define las verdaderas intenciones de Miguel. Intenciones pero sin  funcional operatividad.

   Mientras tanto Ángela -accidentalmente encerrados los dos en el baño- nos va mostrando su relevante dimensión humana, su empatía con el verdadero Miguel Rodríguez al que premia con su cuerpo, al que ayuda a a conseguir lo que quiere incluso cuando lo que quiere, a la hora de la verdad, no parece ser lo que realmente quiere porque tampoco él lo sabe después de hacernos creer que sabe perfectamente bien lo que quiere El cuerpo que él quería tomar, es dado por ella para que la autoestima del gran escritor, pero pobre hombre, no se lo lleva por delante. Hay un momento en el que el escritor sencillamente no puede respirar. La claustrofobia le  asfixia. Es como si Rodríguez no cupiera más, no pudiera más, con Batalla y dentro de Batalla.

    Ángela muestra cualidades, la dignidad entre ellas, en estado muy muy puro, un carácter que  augura un gran futuro a nivel humano. Ese final de la película con Ángela recorriendo las calles de Madrid recién abandonado por fin el increíble reducto del cuarto de baño, es verdaderamente grandioso. Recuerda el avanzar de Juana de Arco montada en su caballo guiando las huestes de sus ingentes posibilidades (las de Ángela) hacia la victoria final sobre el enemigo inglés: el desmoronado Miguel, ante ella, un montón de palabras significando nada.

    Por eso da gusto ver a Ángela, que se ha mantenido casi siempre en una bella distancia, el haber ganado la batalla al lobo feroz, un lobo astuto al que Ángela termina poniéndole los colmillos en su sitio ¡para que le muerda a placer! Corona al lobo para que el lobo que ya no es, sepa que aún puede serlo. Ni la mejor madre del mundo mundial sería capaz de semejante hazaña. Pero esa es Ángela, la que anda finalmente deprisa deprisa por las calles de Madrid, como una Gradiva, coronada de laurel, el laurel de lo que ella realmente significa, que es mucho más de lo que a primera vista parece.

     Ángela, por algún otro lado de su poliédrica consustancialidad, como buena Caperucita que nunca debió encontrarse con el lobo, no solo se encuentra con él sino que le lleva en la cestita de sus cosas, sus escritos y sus escritos íntimos, su alma tallada con el cincel del boli. Y del mismo modo que iniciará el coito con Miguel, lo vestigia, lo proclama, lo delata al introducirse ella en él, es decir, la mano de ella en el bolsillo de él, al sentir – nos aclara- una curiosidad irrefrenable. Y cuando saca la cartera triunfal comprueba que el carnet está caducado. Y desgastado: fláccido por los bordes. Que viene a ser la proclama ontológica del verdadero Miguel. Que de tanto pretender follar ya no podrá follar pero que será su víctima la que se apiada de su verdugo y le ofrece el cuerpo en santidad para que el otro no se muera de vergüenza al descubrir en sí mismo la miseria que le inunda.

5

    El hecho de que Ángela tenga un padre facha y una hermana antifacha (sabremos de ella y de ello más tarde), definen –claro-  a la propia Ángela estableciendo, o al menos trazando, o estructurando, los sutiles términos de su Edipo.

    Como si acostarse con el sustituto paterno (como así sucederá en la bañera del piso de Luis) estuviera determinado por el hecho de que Miguel es un padre perfeccionado (con respecto al biológico) en el sentido de que ha suplido la dialéctica de la fuerza bruta (del fascismo franquista) por la fuerza maleable y serena de la intelectualidad y, sobre todo, de la creatividad.

   Por años (Miguel tiene sesenta) podría ser casi (casi casi) el padre de Ángela (que tiene dieciocho),  pero lo es mucho más –más padremás padre freudianomás padre edípico– debido a los desplazamientos metonímicos provocados  por la optimización y la idealización inconsciente del escritor.

    Ángela considera al escritor (que por edad –insisto, y perdonen la insistencia-  podría ser (casi) su padre) más que a su padre, el militar alineado al franquismo, y también por la mitologización proyectiva de Ángela que quiere ser escritora y quería serlo, detalle importante, antes de conocer a Miguel.

   La hermana mayor de Ángela, que hace años conoció a Miguel, pero que nunca se acostó con él pese a las pretensiones de Miguel, se sitúa bien en el entramado edípico incipiente, inconsciente, surgido cuando Ángela se encuentra con Miguel por segunda vez. La hermana mayor sedujo (sin necesariamente pretenderlo) a Miguel pero se negó a mantener relaciones sexuales con él cuando él se lo propuso.

    Es como si ahora (en el tinglado edípico que se está formado) le tocara el turno a Ángela, hacer lo que no hizo su incompetente hermana que perdió una oportunidad de oro (en el inconsciente de Ángela de esta primera Ángela, la Ángela de la cafetería, la deslumbrada y seducida por la capacidad creativa, verbal, y espacial, en realidad trucada, de Miguel) que la seduce mediante estrategias medioambientales en donde el lugar, el espacio, el teatro de la cafetería y el uso prodigioso que de ella hace el escritor, inspiran a Ángela  aceptar ir al piso de Luis cuando aceptar tal cosa incluye, y Ángela lo sabe bien, un peaje genital obligatorio, ineludible.

  Ir al piso del amigo pintor supone en el consciente pero mucho más en las imprecisiones aneblinadas, vaguedades, incertidumbres del Edipo, hacer lo que no hizo su hermana mayor, superarla, mientras acepta o va aceptando, con recelo, la sombre incestuosa (la hermana mayor supliendo a la madre) que proyecta.

     Lo que sucede en la película es que los deseos del maestro periodista hacia la estudiante jovencísima, se cumplan  inexorablemente yendo mucho más allá de lo que él mismo hubiera deseado cuando, por la intervención del azar, el destino, o  las misteriosas reglas del juego que regentan el cuento maravilloso, los cuerpos de los dos queden apresados en el espacio trampa de un cuarto de baño muy pequeño. Hasta que finalmente, y en un espacio aún más pequeño, en la bañera, se cumple el deseo de penetrar a la menor. Y el mayor, destruido por su propia voracidad -más ruido y furia que otra cosa-, penetra a la menor que se ha construido a través de la deconstrucción que el encumbrado periodista hace de sí mismo ante ella. En Grapes of Wroth (Las viñas de la ira) una joven, Rose of Shanon, que acaba de parir amamanta a un anciano para impedir que muera de hambre. En Madrid 1987 la estudiante, la menor, abre su cuerpo generosamente para que el viejo maestro oxidado, no muera desesperado al acabar aceptando que es un miserable. Y la presunta enseñada termina enseñando al maestro que lo humano vale más, mucho más, que el que se creía divino. 

     Lo que Àngela en el fondo de su inconsciente desea (además de lo  explicado arriba respecto al Edipo) es ser penetrada no por él sino por lo que de él admira.  Es por eso que el acto tiene un toque hagiográfico, una especie de santidad, comulgar genitalmente, dejarse penetrar por un sujeto que, a estas horas de la película, ha terminado por resultarle demasiado deprimente. Ángela quiere retener el jardín que  admira pero olvidando al dueño de ese jardín que tanto admira. Y se entrega a él, como ya he explicado arriba, para que Miguel ( general del Señor en la teología cristiana) no se derrumbe del todo y completamente.

    El plano del pie de Ángela sobre el borde de la bañara para apoyarse mientras es penetrada, explica muy bien el precario equilibrio entre retener lo que de él desea al ser poseída, y la escasa satisfacción que supone entregarse a un ser tan patético. Mientras que Ángela sí es angelical, el nombre de Miguel funciona aquí perfecta y exactamente por el lado de la ironía más conspicua.

El blog del autor: http://bathtubsinfilms.blogspot.com/

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