Cuando Zaragoza tuvo mar


Por Fernando Gracia

       …Y no solo mar, también metro. Con el paso del tiempo hasta estuvimos a punto de tenerlo. Lo del mar, no, eso es mucho más difícil. El chiste viene al caso por el rodaje –allá por 1966- de una modesta película que tuvo una aceptable carrera comercial, al menos por nuestras tierras.

       Los buenos –y viejos- aficionados ya habrán deducido que me estoy refiriendo a CULPABLE PARA UN DELITO, un thriller dirigido por el fotógrafo José Antonio Duce, al que aún podemos saludarle por la calle, y mejor aún en la tertulia que comparte por la zona de Cesáreo Alierta con un grupo de amigos, en su mayoría también fotógrafos, profesionales o aficionados.

      Gracias a la imaginación de Emilio Alfaro Gracia, importante figura de la cultura zaragozana de aquellos años, la ciudad donde se desarrollaba la acción era portuaria. La fotografía en blanco y negro –excelente por cierto- mostraba un lugar nebuloso, oscuro, muy propio del cine del género. El argumento no era demasiado original, aunque funcionaba. El eterno tema del hombre que aparece como presunto autor de un crimen que no ha cometido.

      Una trama muy inspirada en el cine del mago Hitchkock, que se apoyaba en el careto inquietante de un actor alemán llamado Hans Meyer, que hacía de su inexpresividad su mejor tarjeta de presentación. No faltaban chicas malas –que como se acostumbra, estaban muy buenas- y un final feliz como corresponde a las convenciones del género.

     Pero lo que gustó a los espectadores locales, como a un servidor, que la vio en el cine Madrid si no me falla la memoria, es ver la utilización de nuestra querida/odiada Zaragoza. Localizaciones en el Tubo, calles perfectamente reconocibles, alguna plazoleta que parecía Hamburgo más que nuestro pueblo, cabarets con mujeres fatales y sobre todo las dos guindas que concitaban las risas en las salas cuando llegaba el momento. Las cuento:

     Una de las escenas fundamentales se desarrolla en las escaleras de bajada al metro de la ciudad. Y el lugar escogido fue el famoso paso a nivel de Las Delicias. Bastó con poner un letrerito que dijera “metro”, y todo solucionado. Cuando en nuestra ciudad no había más que tranvías –una excelente red, por cierto- y el trolebús de la Ciudad Jardín, se nos regalaba la utopía del subterráneo. Casi nada.

     Y la mejor de todas, la utilización del Puente de Hierro como lugar que da al mar. Creo recordar que alguien se tiraba o lo tiraban, no estoy muy seguro. Pero las risas de la sala al nombrar la palabra “mar” como relacionada con la ciudad aquella eran dignas de notar.

     Años más tarde, muchos en verdad, vi un segundo pase de la película presentado por el propio Duce, que nos contó algunas curiosidades del rodaje. Un rodaje que fue muy seguido en nuestra ciudad, y donde muchos ciudadanos hicieron de extras como era lógico. Aquella sesión se adornó con la presencia de un señor, conocido mío a la sazón, Agustín por buen nombre, que en la película hacía de taxista en un papel con frase. Por cierto, el taxista que reconoce al “malo” de la película.

      Poco orgulloso que estaba el bueno de Agustín recordando el rodaje de aquella película en nuestra ciudad. Un rodaje producido, por cierto, por Moncayo Films, efímera empresa que intentó repetir el éxito con “El magnífico Tony Carrera”, sin conseguirlo, y que renunció a llevar al cine la exitosa comedia teatral “La ciudad no es para mí”, por las razones estéticas que se pueden imaginar. Anda que no se arrepintieron –económicamente- con posterioridad.

        Así que si alguien les quiere tocar las narices –por no decir otra cosa- recordando que aquí no hay playa, ni mar, ni nada de eso, les pueden decir que vean la película, que aunque sea en forma virtual como ahora se dice, ahí tienen la prueba. Menos es nada.

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