‘Por un puñado de besos’, largometraje de David Menkes

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Por Don Quiterio

     Dicen, y probablemente tengan razón, que el amor es uno de los principales motores de la vida. De lo que no cabe duda es que resulta combustible de primera para la sala de máquinas de cualquier película, tanto que cuando un filme carece de este “love interest” casi se le tacha directamente de experimental.

     Sin ir más lejos, la coproducción hispanovenezolana ‘Por un puñado de besos’ (2014), dirigida al público juvenil –al que se quiere captar a gritos- y basada en la novela de Jordi Sierra i Fabra ‘Un poco de abril, algo de mayo, todo septiembre’, se alimenta del sentimiento amoroso, y lo hace de una forma placentera, sin buscar, ni pretenderlo, el tono más atormentado.

     Dos actores aragoneses, Megan Montaner (Huesca, 1987) y Joel Bosqued (Zaragoza, 1989), coinciden en el elenco de rostros jóvenes de esta primera película en solitario de David Menkes, que ya dirigiera en colaboración con Miguel Bardem o, sobre todo, Alfonso Albacete ‘Más que amor, frenesí’ (1996), ‘Atómica’ (1997), ‘Sobreviviré’ (1999), ‘I love you baby’ (2001), ‘Entre vivir y soñar’ (2004) o ‘Mentiras y gordas’ (2009). Y nuestros paisanos hacen lo que pueden en los papeles de comparsas de una pareja (Ana de Armas y Martiño Rivas) que queda en una primera cita cuya conversación no es la habitual. Meses atrás, los sueños de ella, una hermosa y sensible chica de veintiún años, se quebraron trágicamente, aunque descubrió que el amor era su necesidad vital, ineludible, y emprendió la búsqueda de un alma gemela. Al fin y al cabo, descubrirán que tienen una conexión especial y muchas cosas por descubrir el uno del otro. El problema, maldita sea, es que el protagonista esconde un secreto que puede hacer añicos las ilusiones de la chica, al ocultar, en realidad, un interés profesional en su acercamiento a ella.

     Los encuentros y desencuentros de los protagonistas, sin embargo, terminan por sumergirnos en el hastío más absoluto y sus personajes resultan pelmazos y repetitivos. Un preocupante tema se convierte en mero recurso argumental, inane e inocuo, ineficaz e interminable, mal construido y desarrollado, un dechado de ingredientes estereotipados, con un humor agridulce nada conseguido, un arma que el director utiliza para adentrarse en temáticas complejas, acaso de un modo equivocado. Y es que la protagonista descubre que es seropositiva y decide no dejarse hundir por la mala noticia y entregarse a las mieles de una amor incipiente. El filme no incide en la tragedia que un tema como este podría desembocar, porque trata la historia de forma vitalista y no entra en dramas. Tampoco en profundidades.

     Los contrarios, la categoría y lo anecdótico, lo superficial y la sustancia, se construyen a través, ay, de unos diálogos imposibles, unos actores acartonados y una escenografía deslavazada, impropia. El cineasta reflexiona sobre el poder del amor ante la enfermedad, el miedo a la muerte, la mentira y hasta la ética periodística, de esos besos robados frente a la adversidad, pero no sabe darle categoría de relato y atrás queda, sin remedio, la inteligencia y la alegría de un François Truffaut en aquel mítico filme hurtado de 1968, lleno de frescura y magia en la manera de contar, y de cantar, una cotidianidad nostálgica y real.

     Por el contrario, David Menkes no comprende a sus protagonistas, esos guapos fantoches que desfilan por la pantalla, perdiendo una buena oportunidad para mostrar el sentimiento amoroso en toda su exquisita complejidad y acompañándolo todo, como mal remedo, a la banda sonora de Paco Ortega. Y nuestros paisanos, en semejante despropósito, hacen lo que pueden. Que no es mucho, la verdad. La oscense –Megan Montaner (‘Gran Hotel’, ‘El secreto de Puente Viejo’)- interpreta a una chica independiente y sexy que es la mejor amiga del protagonista. Y así.

     Por su parte, el zaragozano –Joel Bosqued (‘Tierra de lobos’)- encarna a un joven que una mañana accidentada conoció a la mentada, se enrollaron y hasta hoy. Y con esto y un bizcocho se desarrolla esta especie de comedia romántica y agridulce, en exceso contradictoria, que quiere ser irónica e ingeniosa pero no traspasa las líneas de la zafiedad y la mera ocurrencia., en un conjunto que no encierra mayor gracia que algunos inesperados guiños cinéfilos, aparte de una óptica seudorrealista lamentablemente reconocible, torpemente traducida en términos de guion y realización.

     Un filme decididamente decepcionante, sin otro objetivo que su público de convencidos. O convencidas.

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