Desde el diván: «Las noches de Cabiria» de Federico Felini

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Por José María Bardavio

    Gregorio Samsa se despierta una mañana dispuesto como todos los días a ir a la oficina. Pero se lo impide un hecho incuestionable, se ha convertido en una asquerosa cucaracha.

    Año: 1956. Nacionalidad: Italia. Producción: Dino de Laurentiis (Les Films Marceau). Dirección: Federico Fellini. Argumento y guion: Federico Fellini, Ennio Flaiano, Tullio Pinelli y Brunello Rondi. Fotografía: Aldo Tonti y Otello Martelli (blanco y negro). Música: Nino Rota. Intérpretes: Giuletta Masina, Amedeo Nazzari, François Périer, Franca Marzi, Dorian Gray, Aldo Silvani, Mario Passante, Ennio Girolami. Duración: 112 minutos.

 Nota de la redacción: Tenemos la suerte de poder contar en esta sección de cine del Pollo Urbano con la singular  colaboración del amigo, profesor y escritor José María Bardavío.    De su blog: “Las bañeras en el cine” vamos a ir acercando a nuestros lectores amantes del mismo estas apreciaciones sicoanalíticas  de algunas películas  que , sin duda, forman parte de nuestras vidas. Y todo ello se hará a través de este apartado que hemos decido llamar:  “Desde el diván”. Gracias al profesor por su generosidad y enhorabuena a los polleros enamorados del cine.

     Gregorio Samsa se despierta una mañana dispuesto como todos los días a ir a la oficina. Pero se lo impide un hecho incuestionable, se ha convertido en una asquerosa cucaracha.  Cabiria podría emprender su propia metamorfosis, cuando conoce de rebote, por pura casualidad, en vía Véneto, a Alberto Lazzari, el célebre actor que está discutiendo a gritos con la despampanante Jessica y que al final decide irse de allí montando un número de cine. Alberto involucra de rebote a la pobre Cabiria y termina  invitándola  a su impresionante mansión.

     La pobre Cenicienta se cree dentro de un milagro al compartir espacio con el hombre más guapo y más famoso del mundo. La pródiga ingenuidad de Cabiria parece sentarle de perlas al cineasta, que no estaba  al corriente de que existieran  ángeles metidos a puta sobre la faz de la tierra. Así que terminan los dos en su impresionante mansión.

      Y mientras trata de olvidarse de Jessica para beber del candor de Cabiria recuperando así, de paso, grandes dosis de autoestima, se siente más importante, además de lo generoso que es, oyendo la admiración que Cabira, una extraña criatura, siente por su persona. 

   Pero la despampanante Jessica le da por aparecer de imprevisto sorteando al servicio que tenía órdenes no demasiado severas de impedirle el paso. Alberto se había propuesto terminar con su chica pero, y así son las cosas de la carne, esconde a Cabiria en el cuarto de baño justo cuando la portentosa modelo está entrando en el dormitorio. Hay allí, en el baño, sobre un taburete, sin decir absolutamente nada, un perrito pequeño y lanudo que no sabe uno por qué recuerda a Cabiria, cuando en realidad es de Jessica. Devuelta a las cenizas de la soledad, Cabiria deambula por el fabuloso baño unas veces sosteniendo al perrito y otras ella sola.

     A estas alturas Jessi ha seducido a Alberto, han negociado las paces entre polvo y polvo y se han quedado dormidos bajo la bandera blanca de las paces del deber cumplido impuesto por la productora. Alberto, al remitir el huracán libidinal, se acuerda de la emparedada en el baño, y se dirige allí para invitarle a que se vaya no sin antes depositar unas cuantas liras en el bolsillo.

      ¿Qué hizo Cabiria cansada de deambular por entre la esplendida grifería con el perrito en brazos?: Se sentó en el suelo, se  apoyó en la bañera, y como muñeca de trapo se quedó dormida en el suelo. Le recogió la espalda una fabulosa bañera de mármol negro, que parece más que nada un soberbio cofre, vacío y  frío, que no sólo no contiene nada sino que tampoco está para dar servicio a la pobre Cabiria. Y la bañera,  hay que insistir  en ello, es negra, de mármol negro. Seguro que se trata de la mejor bañera que se  puede encontrar en el mundo entero, pero al lado de Cabiria resulta inadecuada. Tanta marmórea elegancia parece distanciarse, más que ajustarse, a la desarticulada Cabiria,  gran coleccionista de infortunios.

     Y así como el protagonista de La metamorfosis se convierte en espantoso insecto, a Cabiria la vida le trata a patadas pero se desentiende del insecto horrible del existir afiliada como está siempre a la beatitud como sea y donde sea.  Todos los días, a todas horas, desde el alma de Cabiria surge una celestial sonrisa que se encarga de de dar una patada en el culo a la espantosa cucaracha del existir.

      El magnate del cine se olvida de ella en menos que canta un gallo. Pero Cabiria tiene una foto dedicada de Alberto Lazzari y una aventura que contar a las colegas de Roma.

     Ese periplo que va desde el magnífico dormitorio hasta el dormir en el suelo del cuarto de baño, convierte la aventura con Lizzari en una metáfora del infortunio a perpetuidad que es la vida de Cabiria.  El perrito insinúa la condición infrahumana de Cabiria, y su inmovilidad sobre el suelo roza la alusión excremental. No utiliza la bañera, porque el mundo de Lazzari es un sitial que ni alivia ni cobija. Como si la suntuosidad del cofre de mármol marcara distancias con la pobrísima Cabiria. Que no sólo no se baña sino que tampoco duerme ni descansa dentro. Y nada resulta más patético en el mundo que conectarse a una bañera pero sólo por fuera.

Más información: http://bathtubsinfilms.blogspot.com.es/

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