Modernidad / Eugenio Mateo

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Por
Eugenio Mateo
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    Si a alguien le quedaban dudas sobre la modernidad de este país tendrá que ir despejándolas. Somos tan modernos como el que más.

    En la vanguardia, nuestros líderes siempre dando ejemplo. El compañero, pero menos, Pedro Sanchez, y el camarada, pero más, Pablo Iglesias, se comunican  usando el Twitter.  El Presidente en funciones esboza  una sonrisa de gaviota mientras juega al mus contra sí mismo ante las cámaras de televisión. La tecnología permite compartir con todos las jugadas de esta desquiciada negociación, y al ser tan públicas dan pábulo a todo tipo de tertulias, titulares o comentarios en la redes sociales, creando una situación que los americanos tildan de  “complicated environment”  y por aquí de “lío gordo”.

   Lo malo de escribir sobre un presente que corre a toda velocidad es que cuando los lectores puedan leer esto, probablemente se haya resuelto los enigmas de este curioso país nuestro. No importa, pues en realidad de lo que quiero hablar es de la modernidad.

   En política, ser  moderno o carca depende del cristal por donde se mira. En la icónica etiqueta de la modernidad se disfrazan muchos antiguos que van de modernos y viceversa; la sopa de siglas partidistas  es tan especiada como espesa, ideal para que el sabor del progreso se exteriorice boca afuera  mientras que de boca adentro, el paladar tradicional siga  creyendo no estar pasado de moda. Ocurre que pese a quien pese, la modernidad mal entendida obliga a la atención para no ser defraudados. ¡Qué digo defraudados! ¡Para no ser totalmente engañados!

   No hace falta ser un lince para ver como el partido que se supone nace directamente como expresión popular, usa una depurada estrategia de comunicación, realmente inusual  en cualquier circuito que se considere amateur, más bien al contrario, tal dominio del escenario parece provenir de una  profesionalidad aquilatada en las técnicas de la interpretación política. Aplican con método el tempo; conocen bien el efecto de sus intervenciones en el cálculo electoral; son tan eficaces como modernos en aplicar las teorías de las ciencias políticas y van a por todas. Sería estupendo que un proyecto así demostrase que su modernidad puede ser indemne al caudillaje, pero de momento que nadie olvide que sus principios asamblearios no son precisamente cosa sólo de estos tiempos.

   Los del capullo se tildan abiertamente de modernos y habría que acudir a las hemerotecas para comprobar hasta dónde es eso cierto. Cuando un moderno se pasa de moda suele ser el último en darse por enterado, como los cornudos, con perdón. Esgrimen mucho su progresismo pero han copiado los tics de la burguesía. Desde que la telegenia vino a instalarse en sus carteles, el ser moderno en ese partido curiosamente  significó ignorar por donde iban las tendencias de la moda electoral, además de la engorrosa obligación de disponer de alfombras para tapar escándalos sonados. Muchos de los suyos no pudieron asociar capullo con chanchullo.

   Luego están los de Hermes y Agua de Armani. Estos conciben la modernidad de modo más tangible. Incluso llevan en su muñeca alta tecnología, y sin embargo, su vanidad y prepotencia les ha quemado por los pies (aunque dudo, lamentablemente, de que eso de la corrupción interese de verdad a tanta gente como se dice, a tenor de los resultados electorales obtenidos por la derecha), y se ha demostrado que se les ha ido la mano en meter mano. Precisamente, como consecuencia de la detención de una nueva trama en el PP valenciano, su, al parecer, cerebro, ex´-presidente de la Diputación, etc.,  es el mismo al que traté  hace años y con el que tuve negocios absolutamente legales y normales. Nunca he olvidado que el día que lo conocí vino a mi encuentro a bordo de un Ferrari Testarrosa.  Empresario de éxito,  acababa de ser elegido alcalde  y durante su mandato, Xátiva tuvo un despegue urbanístico y cultural muy importante. La ciudad se hizo moderna y como corría el dinero, todos se hicieron modernos con Alfonso y le reeligieron incluso en varias legislaturas. Él mismo parecía moderno por su forma de vida hasta que le han detenido por no ser esta  precisamente ejemplar. Tomando la escala de grises, su modernidad era macarra, que es otra forma de creerse moderno.

    Él, y todos los que como él han entendido las cosas demasiado unilateralmente sin importar la ideología y filiación son los culpables del embrollo que nos ocupa, y si nos llegara a afectar negativamente podremos maldecir a todos estos modernos de pacotilla por ser en el fondo unos horteras corruptos  que se han llevado por delante la paciencia de mucha gente, además de toda la pasta que han podido. O sea, unos chorizos tan antiguos como el hambre.

   Se presiente otro grupo de modernos en esta pasarela política: Son los ultramodernos del populismo, que “haberlos, haylos”, no sé si camuflados o agazapados, pero si latentes como amenaza, tan solo por aquello del cálculo de probabilidades. Más allá de nuestra derecha hay que temer que aparezca  otra más a la derecha si nuestra incapacidad para gobernarnos con la razón no remonta. Una derecha de modernidad paternalista  que dice hacer todo para el pueblo, pero sin el pueblo, en un Neo Despotismo  sin ilustrados.

    En este laberinto de intereses de poder, la falta de visión realmente moderna de una sociedad más justa puede empujar al elector a  recibir un golpe de efecto en algo nuevo que le impacte. Es tan moderno decir lo que se quiere oír que no vaya a ser que un día nos despertemos convertidos en modernos por decreto. Sólo faltaría que los poderes ocultos se decidieran a apoyar a un nuevo Cavaliere hispano, ¡Ostiaá! ¡Esos sí que son vanguardias…!

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