Alabanza propia, vituperio / Guillermo Fatás

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Por Guillermo Fatás
Catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Zaragoza
Asesor editorial del Heraldo de Aragón

(Publicado en Heraldo de Aragón)

     “Alábete el extraño, y no tu boca; el ajeno, y no tus labios”, dice el autor bíblico en los “Proverbios”, se ve que con poco aprovechamiento entre algunos de nuestros más distinguidos políticos, incluidos varios que presumen a toda hora de su preparación y elevada cultura.

    Es difícil concebir qué clase de ciudadanos, familiares aparte, pueda tener interés en oír del último presidente  del Congreso de los Diputados, Jesús Posada (Moreno), y dicho por él mismo, que era un chico muy aplicado y listo, hasta el punto de ser el número uno en su clase del colegio.

   Declarar  en público tal simpleza parece tener la intención de ponderar sus méritos intelectuales adquiridos ya desde la infancia. Otros creen que alguna parte de su éxito se funda, en cambio, en la notable carrera política de su señor padre, igualmente llamado José Posada (Cacho) en los años del régimen de Franco. Quizá eso contó más en su carrera que las calificaciones escolares o que haber presidido la Congregación  del Niño Jesús durante sus estudios infantiles en Burgos.

“Vetuperio”

    Antonio Beltrán, con un punto de guasa e imitando el habla rústica de un campesino de la Ribera, reproducía otra modalidad de ese aforismo clásico, lo cual prueba que en Aragón era asumido por la gente común: “Alabanza propia, vetuperio”. En esto de hablar bien de sí, venga o no a cuento, concuerdan los pobladores del Ebro con los sabios antiguos, lo mismo judíos, que cristianos o musulmanes, griegos o romanos, de ayer y de anteayer. El consenso es general y traspasado las tapas de los libros para entrar en los refraneros, si es que no ocurrió  a la inversa. “La alabanza de sí hiede en la boca” (“pue dans la bouche”), se decía en Francia.

    El didáctico Plutarco, a quien se viene leyendo en Europa desde el siglo II, además de las “Vidas paralelas” escribió consejos morales; y, conocedor del problema que planteaba el atoelogio a cualquier conciencia un poco exigente, dedicó un capítulo completo a instruir al lector sobre cómo podía alabarse  sin llegar a merecer reproche por ello. Todo un arte.

   Como el señor Posada, tampoco sigue estos consejos Pablo Iglesias Turrión. Este explica cómo sacaba todo sobresalientes en la carrera y que fue premio extraordinario de licenciatura. (Como se queda ahí, es de suponer que no ganó el de doctorado).

     También el Dante señaló en su “Convivio” que “se ha de huir de alabarse a sí mismo, pues no se puede hacer sin que tal alabanza no sea más bien vituperio”.

Preside el mundo

    Pero a todo hay quien gana y Posada e Iglesias han sido desbordados por el ministro de Asuntos Exteriores, señor García Margallo. El cual ha hecho saber cuán celoso tiene al señor Montoro, su colega de Hacienda, que no estudió en Bilbao ni en Harvard como él. Ha redondeado con un apabullante “Y ahora presido el mundo”, pues está España de turno al frente del Consejo de Seguridad de la ONU. Talla planetaria.

    Gracián dice en “El Héroe” que “el alabarse uno es más cierto vituperarse. La perfección ha de estar en sí, la alabanza en los otros; y es merecido castigo que al que neciamente se acuerda de sí, discretamente le pongan en olvido los demás”. Amé, amén. Cabe apenas añadir.

     El viejo Esopo, fabulista por autonomasia, contó la historia del concurso de belleza convocado por Zeus entre los hijos de los animales. Reunidos todos, la mona que tenía una cría especialmente fea, se adelantó a reclamar del dios el galardón a la hermosura. Las risas del resto de los animales y las del propio mandamás del Olimpo llenaron el aire y Zeus dijo, según una sabrosa versión en castellano antiguo. “No quieras tú algunas de las tus cosas loar, salvo si primero no es aprobada por otros con testimonio  digno de gran fe. Y si a esto no obedecieres, siempre escarnecida y menospreciada serás”. Y añade el comentarista español del Siglo de Oro: “Significa esta fábula que muchos hombres ensalzan sus cosas más que las ajenas, aunque sean de ningún precio o de muy poco valor”.

“Corona di merda”

    Así  y todo, el héroe autoproclamado más pleno de virtudes esta temporada es Artur Mas. “Yo soy responsable de todo”, anuncia un día. Por si no resulta “clari y catalá” lo amplía en intenso castellano: “Y cuando digo de todo, quiero decir de todo”. Un rato más tarde, ante el juez, acepta haber sido impulsor del referéndum circense aquel, pero asegura ipso facto que la ejecución, o sea, la cosa propiamente dicha, correspondió toda “als voluntaris”. Por si acaso. (Sobre esta clase de autoelogio retráctil no hallo nada en la paremiología universal).

   En cazurro se decía antaño:”Alábate, burro, que no hay quien te alabe”. En Italia, la condena a la loa de sí mismo tomó forma contundente: “Laude di se stesso, corona di merda”. Pues eso.

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