Más valiera no recordar / Guillermo Fatás

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Por Guillermo Fatás 
Catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Zaragoza 
Asesor editorial del Heraldo de Aragón

   El presidente de la Generalitat  catalana blasona de ser el centésimo vigésimo noveno de su lista, mucho más antigua que la Constitución española de 1978.

    La intención de que lo dice está clara, pero no se sabe bien qué clase de argumento es ese. Es como si el rey fuera diciendo que es el quincuagésimo cuarto conde de Barcelona (por ahí debe de andar la cuenta, sin meter a Bonaparte y Amadeo I). Lo único que probaría ese ejercicio es que los presidentes en Cataluña son más efímeros que los condes en Barcelona. Y debería estar claro que ni uno ni otro son relevantes jurídica y políticamente fuera de la Constitución Española de 1978. Esto parece que a Don Felipe se lo enseñaron y a Don Artur, no.

     La institución medieval de la Generalidad, en Aragón, Valencia y Cataluña, es de tiempos de Pedro IV y se pensó para que nadie se librara de paga un impuesto “general” recién creado. En Cataluña, como en todas partes , hay instituciones políticas muy antiguas, sin que ello sea objeto de veneración o asombro. Así, el conde de Barcelona, Felipe de Borbón y Grecia, viene a sacarle al “president” quinientos años de delantera. El conde, en cuyo beneficio y servicio se creó la Generalitat, era a la vez rey de Aragón y de Valencia, reinos en los que se hizo otro tanto que en Cataluña.

 El primer conde de Barcelona

     El primer conde conocido de Barcelona  se llamó Bera, allá por el año 801, cuando Carlomagno estaba recién coronado emperador. Con el tiempo, le vino bien a un conde trabar con la Casa de Aragón. De la boda obtuvo, entre otros muchos y notables beneficios, que sus descendientes fueran reyes. El trato, apalabrado en 1137, se llevó a cabo en 1150. Faltaban siglos para que naciera esa Generalitad  cuyo flamante titular hodierno parece no distinguir  de la actual, engañado por la identidad de nombres. Es como si en Aragón creyésemos  que el actúalo justicia es el sucesor  de los antiguos, que dictaban sentencias inapelables. En la Generalitat medieval,  de la que Mas se considera heredero, estarían despavoridos ante una gestión que ha multiplicado la deuda catalana y el rey lo habría fulminado por incapaz.

Desmemoria aragonesa

  Admira la repetida mención de la cuenta presidencial, tan del gusto del señor Mas. ¿Se imaginan qué lata, oír al obispo de Zaragoza repetir sin cesar “Soy el número noventa y cuatro de la lista” o hacer cuentas al alcalde de la ciudad, que tendría que empezar la suya más de dos mil años atrás?

    Aquí, en Aragón, el exceso es el opuesto. Ni se nos ocurre conmemorar este año los 850 de la muerte del primer rey, Ramiro I, príncipe pamplonés  creador factual del reino aragonés en 1035. Los anales lo dan por muerto el 9 de Mayo de 1064. En otras partes se celebran por menos ostentosos milenarios. (Quizá sea preferible la ignorancia a ese aldeanismo).

     Y no hubiera sobrado dedicar un gesto a otro hecho relevante, que cumple tres cuartos de milenio. La reina Petronila, quedó viuda del conde barcelonés Ramón Berenguer IV, que se tituló “príncipe de Aragón” por ser su marido. En junio de 1164, tras haber sido muchos años su fiel guardiana, transfirió a su hijo Alfonso II los derechos sobre el reino. Desde entonces, el de conde de Barcelona es título del rey de Aragón y, por herencia, del rey de España.

    Aquel acto formal puso de manifiesto que la Casa de Aragón guardaba su primacía jurídica en el recién creado conjunto de dominios unificados en la dinastía.

    Faltaban doscientos años (ciento noventa y cinco, exactamente), para que uno  de estos reyes nombrase al  primer presidente-recaudador de la Generalidad catalana. Fue un obispo Cruïlles , sujeto aguerrido e inquisitorial, a quien ni se le pasó por las mientes pensar que estaba al frente de un estado o cosa equivalente.

El primer príncipe de Gerona

    También ha olvidado Aragón que en 2014 hace seis siglos justos de la coronación en Zaragoza del primer príncipe de Gerona. Este fue  título dado por el rey –no por Gerona ni por Cataluña- a su heredero en la Corona. Cuando, como era preceptivo, Fernando I se coronó en la Seo de Zaragoza, decidió mejorar el título de “duque” de Gerona y convertirlo en “príncipe”, para que el heredero de Aragón no fuera menos  que el de Inglaterra o el de Castilla.

    La imponente ceremonia duró cuatro días. Primero se coronó el rey; y luego hizo otro tanto con su hijo mayor, Alfonso, y con su esposa, la reina Leonor. Alfonso, luego llamado el Magnánimo, fue el primer príncipe de Gerona, coronado y proclamado en Zaragoza, sin que a nadie le pareciera extravagancia, pues no lo era.
    Fue en 1414, aunque ya no nos importe recordarlo. Se ve que, en efecto, no lo recuerdan nuestros dirigentes, ni en la Zarzuela, ni en Aragón tampoco. Y si lo recuerdan en la “Generalitat” –donde tan puntuales cuentan lo que les conviene hasta convertirlo en mantra- y en la propia Gerona, bien que se lo callan.

 

 

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