Independiente / Federico Moreno

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Por Federico Moreno

    Tengo un alma independentista. Tanto, que me ha dejado solo. Me miro en el espejo y no me hallo. No estoy, y cuando estoy ya no es lo que era. ¿Pero cómo reprochárselo? La juventud es lo que tiene, que no se reconoce en la vejez.

    Verdaderamente no puedo negar que me comporte como un tirano que hace oídos sordos a las decisiones autónomas de esa parte mía, y está probado que siempre he tomado más de lo que he dado. Para qué negarlo, cuando todo el mundo sabe que en la búsqueda del bienestar la suma de las partes deja siempre a alguno con hambre. Y además si esa parte mía no se reconoce en mí ¿cómo afirmar que seguimos siendo partes de la misma suma?

    Lo cierto es que le debo mucho: la añoranza y la congoja de los tiempos pasados, sin ir más lejos. Pero para hablar la misma lengua hace falta más que compartir las palabras, nuestro mundo ya no es más el mismo mundo. No hay duda de que su ambición revela las carencias que me afectan: el corazón, las piernas, la cabeza, cada una por su parte tiene justas reivindicaciones, pero el alma, mi alma independentista es la que más lejos ha llegado en su autonomía. ¿Qué le voy a hacer?

    Queda claro que no hay más solución al envejecimiento que la reinvención, así que habrá que enfrentar la cuestión con naturalidad, por los cauces de decisión apropiados, por supuesto.

    En este sentido me ha llamado la atención con el primer café de esta mañana el comentario del proletario de mi estómago, un carca irremediable:

    -Tú toca la lira todo lo que quieras pero para mí que todo esto no son más que escrúpulos de la burguesía.

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