Una cuestión de Defensa Personal: Concha Arnal


Por Cristina Beltrán

     La mujer elegida por el Frente Feminista para elevar la autoestima y luchar contra las agresiones físicas y psíquicas de las mujeres, ya en 1984 por su experiencia resultó de inestimable importancia en el tiempo.

   El valor de la amistad, la cercanía y empatía con las otras, los cuidados físicos y del alma, además de su familia, han marcado la personalidad y vida de Concha. De cabellos abundantes con rizos pequeños, ojos azules, vivos e intensos que pueden ensortijar a cualquiera que la observe desnuda de prejuicios.

   Nació en Tánger, sus abuelos probaron suerte montando una empresa y al cumplir un año se trasladaron a Tetuán. Eran colonias españolas y vivían mejor que en España, residieron hasta que Concha hizo 7 años, de esa época recuerda a los árabes oriundos diciéndoles que se fueran a su país y a falta de desagües, en ramadán, los hilos de sangre del sacrificio de los corderos en las calles. Pasado un tiempo y con problemas   en la colonia, Franco pagó el viaje en barco a todos los españoles que quisieran regresar, su familia ante tan barato viaje, se decidieron por aquellos grandes barcos, sobrecargados de gente que pasaban el Peñón de Gibraltar, acompañados de un séquito de delfines al reclamo de la comida lanzada por los colonos regresados.

    Al llegar a Alcorcón, Concha pensó que entraba a un pueblo del oeste, porque en Marruecos las aceras estaban asfaltadas, pero en España no, pensaba que en Marruecos eran salvajes, pero aquí eran más, y más ignorantes. Concha dice que la gente inteligente se tuvo que ir o los mataron. En Alcorcón, un día al año les ponían ramas de árbol en las puertas a las mujeres solteras y les cantaban algunas canciones bastante feas y el cura como todos los curas, tenía a su sobrina en casa, y se pasaba la vida jugando al dominó y tocando el culo a las amigas y acariciándoles la cara. A ella no, y no es consciente de que a otras les hiciera otra cosa, pero su padre era amigo del cura y a ella no la tocaba. Las chicas pobres limpiaban la iglesia en hora de colegio. Por eso Concha estaba mejor en Marruecos, vino a un sitio entre marrón y gris profundo. Aquí la obligaban a cantar el Cara al Sol, le extrañaba mucho. Los domingos tenían que ir a las 8 de la mañana a misa, para no mezclarse con los del otro bando, ricos, que iban a las 12. El padrón entonces era de 500 habitantes. Por lo visto su familia tampoco estaba a gusto y vuelven a trasladarse. A su padre, de oficio soldador, le pagaban más en otra empresa de Leganés y así todos para allá de nuevo con los bártulos.

    Leganés estaba más avanzado, tenía más infraestructuras y servicios para 3000 habitantes; ella empezaba a escaparse a ratos junto a otras chicas dar una vuelta, no tiene muchos recuerdos porque enseguida se fueron a Alemania. ¡Rosario prepara el equipaje, que nos vamos a Alemania! A su padre le ofrecieron contrato desde España.

   Hicieron de nuevo el equipaje, un viaje de 3 días, 1000 asientos en el tren y habían vendido 2000 billetes, la gente dormía en el wáter, los pasillos o donde podían, se peleaban por los asientos. Ella estuvo sentada en el suelo la mitad del viaje, orinaban y todo salía a los pasillos.  Llegando a París se quedaron sin víveres, el hermano mayor y su hermana tuvieron que salir a buscar comida, encontraron una baguette, era lo único para los 8, un trocico para cada uno, el nombre de esa barra de pan “Baguette” se le quedó grabado. Se habría comido 3 baguettes, fue un viaje horrible, aquellos viajes de la dura avanzada posguerra española.

   Llegaron a la frontera, había oído conversaciones de que los alemanes eran muy malos y mataban a la gente. Tenía miedo, había 2 filas para dividir a hombres y mujeres, daban entrada a unos boxes donde entraban y médicos los revisaban para ver si tenían piojos o alguna enfermedad, en cuyo caso los enviaban de vuelta. Ese sistema lo memorizó, porque nunca había ido al médico, tenía 11 años, la miraron de todo… pulmones, corazón contagios… salieron todos muy sanos, no los devolvieron.

   Llegaron exhaustos al destino y fue la primera vez que se comió medio pollo asado, ¡después de 2 días sin comer! Así fue el recibimiento de la gente española que ya estaba allí y los acogieron con esa celebración, una buena comilona.

   Una casa con dos habitaciones, alquilada por un amigo de su padre. Su madre se llevó al exilio menaje de cocina, todo el viaje con su peso. Estuvieron unos años en Alemania comiendo en los platos de Duralex y las cacerolas, al menos tenían algo de España y menaje no tuvieron que comprar.  Le tocaba dormir en el sofá, eran 5 hermanos y sus padres. Lo curioso era el wáter situado en la escalera, se bañaban en barreños y cada uno tenía un día.

   Ahí empezó su calvario, había dejado a sus amigas, llegó a un país verde intenso de lluvia diaria y calles vacías, se sentía sola e incomprendida, pensaba que su familia era ignorante y ella lista, la rarita de la familia, no se reconocían. Asistió al colegio y sufrió bastante, los veían como a bichos raros, ni jugaba, ni estudiaba ni nada, la profesora la tenía allí simplemente, no aprendía nada, no habían visto a nadie de otro país en su vida. Eran nazis, pero nadie decía nada. Todo estaba muy reciente.

   La familia llegó a Dortmund el año 1969 y la guerra había terminado en 1945, pero todo estaba aún destruido y por hacer. La cambiaron a una escuela española por su tristeza. Por poco tiempo, ya que su hermano mayor casado tenía 4 hijos y necesitaba niñera, así que la sacaron del colegio y la pusieron a cuidar a los sobrinos, a los 12 años.

    Al cumplir 14 su primer trabajo en una carnicería, su segundo, en el restaurante del teatro de la ópera más importante de Europa, escuchó vibrando en directo con la música de Herbert Von Karaján, aprendía y hablaba alemán con amigas, se divertía con ellas, como una más. Conoció a Miguel y se enamoró locamente de él a los 17 años.

   Al cumplir los 18 se casaron, no quería casarse, pero era peor estar en casa sin privacidad; su padre era de los de la correa en mano, y ella nunca  aguantó las injusticias, nunca se llevó bien con él. Se casaron en Dortmund, Miguel tenía una casa en la que vivía con su madre, todo era de rosa con el amor, guisaba, trabajaba y hacía de todo, se levantaba a las 5 de la mañana para dejar todo hecho, antes de trabajar. Hasta se ponía los rulos faltando un cuarto de hora para que viniera Miguel y la encontrara perfecta.

   En el año 1975 decidieron volver a España, a Zaragoza, aún no había muerto Franco. Estaba embarazada de su hija Carol. Un día paseando vieron una manifestación y se acercaron ¡En la manifestación un policía le puso la metralleta con la culata en la tripa, le dijo que se dispersara, y ella, toda chula, le dijo que no! al ver las formas del agente, se tuvo que ir. Eran los grises. Volvió a pensar: “Estaba mejor en Alemania que en España”. Siempre que venía a España pasaba algo.

   Esa España de mujeres con rulos en la calle y bata acolchada para comprar en el mercado, Concha veía eso y le llevaban los demonios.

   Se aburría quería salir, pero no sabía cómo, no le gustaba estar hablando de cotilleos con las vecinas, buscaba a mujeres con conversaciones inteligentes, y no saber si al marido de su vecina le gustaban las judías pintas.

   Dio a luz a Carol y después de 5 años a David, pero no aguantaba su aburrida vida.

   Miguel trabajaba de ebanista, a casa llegaba puntualísimo todos los días, cogía una cerveza y se ponía a ver la tele.

   Un 8 de marzo salieron paseando, a ver la manifestación de las mujeres, Carol de la mano, David en el cochecito y Miguel a su lado. Vamos una familia tradicionalmente feliz.

   Concha al ver a las mujeres manifestándose pensó que eso era lo suyo. Se acercó a una para preguntar su lugar de reuniones, le comentaron de los martes en el tubo y allí fue, simplemente explicó: “vengo aquí a estar con vosotras”, percibiendo que no le prestaban atención, por el alboroto que tenían montado. Las observó hasta que una de ellas le dijo: “¿Tù te vas a encerrar también en el Ayuntamiento?” ¡Y dijo que sí!

    Organizaron una manifestación, las disolvieron, se corrió la voz, habían quedado en la puerta del Ayuntamiento, para quedarse ahí toda la noche, la cuestión que las hizo movilizarse fueron 11 mujeres que habían abortado a las cuales iban a meter en la cárcel. Les denegaron el permiso de manifestación, pero ella no se había enterado. Se quedaron 99 durmiendo allí, Concha paseando toda la noche, reflexionando sobre su situación, porque su marido le dijo: “si te quedas aquí toda la noche nos separamos”, no le daba lo mismo, pero había dado su palabra de quedarse y se quedó. A las 6 de la mañana los periodistas acudieron a realizar entrevistas, fotos, en fin, lo normal en estos casos. Para su sorpresa al rato llegó Miguel con un termo de café pleno de orgullo, porque su jefe le había llamado por teléfono diciéndole: “vaya huevos tiene tu mujer”. La habían visto en televisión, en esa época fue toda una heroicidad. Se terminó la sentada y cada cual se fue a su casa, ella se quedó dormida. Así entró como activista en el movimiento feminista. Este grupo se disolvió y entró al Frente Feminista.

   En una reunión discutiendo como evitar las agresiones a las mujeres, se le ocurrió pensar que las mujeres tenían que defenderse, así el Frente Feminista la expidió a Holanda para hacer 2 cursos, llevaba 2 años haciendo judo, tenía que tener 300h. De judo o Kárate o algún arte marcial, porque los entrenamientos eran muy duros. El Cipaj le pagó el viaje en avión.

   Al estar en el Frente Feminista llueven problemas con su marido, la notaba levantar las alas, el deseo de vivir, saber y aprender, así dejó de entenderla. Concha persiguió su intuición introduciéndose más en política, cada vez más comprometida, daba clases de autodefensa y su matrimonio empezó a fallar. En esa época conoció a una chica descubriendo el amor entre mujeres, de ahí a la separación fue un paso natural.

   Por su ex lo paso mal, era de las primeras mujeres que pedía el divorcio, había muerto Franco hacía 6 meses y corría el riesgo de que le aplicaran la Ley de maleantes. Hasta el párroco se permitió aconsejarla para desestimar la separación, nunca había ido a la parroquia, no sabe quién se lo dijo, pero fue. Sufrió mucho pero siempre ha sido consecuente, cuando da un paso no lo da para atrás, le quitaron a sus hijos, la ley no le dio la razón, eran otros tiempos, pero el cariño pudo con la Ley. El amor entre madre e hijos no hizo brecha ante la injusticia. Se llevan bien, son una familia bien avenida, respetuosa incluso con Miguel, su ex, disfruta de su vida, del baile y de sus amigas, no tiene pareja porque le gusta estar libre.

   La responsabilidad emprendida en el 84 nos colmó con sus cursos impartidos a través del Instituto de la Mujer estatal en distintos Institutos, Alicante, Holanda, Institutos de Formación Profesional en Zaragoza, Sindicatos de trabajadores, Organizaciones Feministas en Madrid, Cáceres, Aragón. Titulares de prensa como “ Manos blancas y puños de hierro” “La unión hace la fuerza” “Mujeres en lucha contra la violencia” “La mejor defensa es un buen ataque” “Técnicas contra los violadores”.

    El número de mujeres que empezó a valorarse se multiplicó, su trabajo ha dado los frutos deseados.

   Conduce por la autovía de Teruel hacia Cutanda, pensando en activismo feminista, en el café colonial o en Towanda, pueden cruzarse mil recuerdos, pone sus ojos en el horizonte y sonríe.

   Echar una partida de cartas con las mujeres del pueblo le divierte, bailar en las fiestas junto a sus amigas o preparar encuentros entre mujeres llenan sus horas, estar con sus nietas y sus hijos es un placer exquisito; los temas de salud y bienestar le preocupan lo justo.

    Mujeres como Concha Arnal han sido, son y serán imprescindibles para ser conscientes de que el trabajo se hace desde abajo hacia arriba y desde arriba hacia abajo, lo importante es ser consciente de dónde, cómo y con quién quieres, puedes y debes estar.

    La vida debería de medirse también por el círculo de amistades que rodean a una.

    Concha, querida Concha, esa ropa deportiva que tu vistes como si fuera un esmoquin o un vestido de fiesta, no es capaz de ponérsela cualquiera. Esa actitud ante la vida deja por los suelos a la más altiva de las personas.