Antología de Spoon Raven: ¿La identidad de Dolan Mor?


Por Édgar Valdemar Rojo

     Dolan Mor es la poesía, el plagio, el mar de olas de versos que todo lo contienen en lo poético, cuyos heterónimos niegan al propio Mor, aunque navegan en su misma tormenta del dolor, amor, libertad.

      Sus aguas son las de la tradición más moderna, pero desde nuevas olas de parodia, plagio y suplantación de voces desde la mirada más ecléctica de la posmodernidad, desde la visión crítica de lo posmoderno que cuestiona la unidad del sujeto lírico. Se hace de la misma manera que se fragmenta la verdad, poniendo en duda su virtualidad, cuestionando a su vez lo que tradicionalmente ha definido a la unidad total del yo como verdad subjetiva tanto en la composición literaria como en la creación vital de nuestra persona-(o)[je]. En su obra poética surgen otros yoes que suplantan su voz poética: Wittgenstein, Anny Bould, poetas y pensadores que realmente vivieron en unos casos y poetas que son invenciones en otros. En el libro que aquí nos ocupa se suplanta la voz de Lee Master, plagiando un coro de yoes líricos que desde una ciudad nicho, o barrio de la muerte hablan desde su epitafio (Raymond Carver, cuentista que asume en su narratividad lo poético, Blake). Aunque también se suplanta la voz de algunos poetas vivos (Ben Lerner, novelista y poeta, Kay Ryan, de quien se afirma que con su poesía busca el misticismo que le una al todo en lo más cotidiano, Hans Schuster, poeta y teórico chileno, etc.). Siendo todos parte de la historia de la literatura, ambos tipos de sujetos líricos nos van a hablar desde la parodia,  se ocupa su lugar como sujeto poético, de forma sucesiva y hablando desde una subjetividad lírica paródica, renovada desde su resurrección poética amparada desde el testimonio de Mor, que asume la labor casi de antólogo de aquellas voces que han sido “imitadas” y de otras que desde “la muerte” son también voces “seleccionadas” por el propio Mor y por quiénes se esconden tras este…

     La poesía es la creación de un yo lírico que muchos lectores asumen como proyección subjetiva del autor, pero esto no es así, ese yo es una instancia interpuesta, una voz que puede asumir o no tan solo partes subjetivas que el autor proyecta sobre esa ficción que es el yo del poema. Sin embargo, hay autores capaces de dotar a ese yo lírico de una identidad, una biografía, de darles casi un valor de existentes. Pessoa fue quien entendía que el yo es multitud, que en su alma se asomaban otros yoes, que eran entidades con personalidad propia, con una historia que contar, una proyección de otras posibilidades subjetivas en las que somos uno que deja de ser todos los otros que podríamos haber sido.  Dio vida en su obra a identidades autónomas que vivían fuera de subjetividad, que tenían una biografía: Álvaro de CamposAlberto CaeiroRicardo ReisBernardo Soares, Antonio Mora, y muchos más, superando la centena. Afirmaba en una carta a su editor Adolfo Casais, que estos se asomaban a su alma, con su personalidad autónoma dictaban y creaban su propia poesía, ajenos a él, eran ellos con su propia voz:

   Un día se me ocurrió gastarle una broma al compañero poeta Mario Sa-Carneiro: inventar un poeta bucólico bastante complicado a quien presentaría con algún atisbo de realidad que he olvidado desde entonces. Pasé unos días tratando en vano de visualizar a este poeta. Cuando por fin me di por vencido, era el 8 de marzo de 1914, caminé hacia una cómoda alta, tomé un trozo de papel y comencé a escribir de pie, como hago siempre que puedo. Y escribí treinta y algo poemas de una vez, en una especie de éxtasis que soy incapaz de describir. Fue el día triunfal de mi vida, y nunca podré tener otro igual. Comencé con un título, The Keeper of Sheep, esto fue seguido por la aparición en mí de alguien a quien instantáneamente nombré Alberto Caeiro.

   Antonio Machado también tuvo sus otros yoes o alteridades poéticas, que asumían voces diferentes respecto a la realidad social de su época. Destacó Juan de Mairena. Hubo novelistas que compartieron esta actitud multi-subjetiva. Así en su novela RayuelaJulio Cortázar incluyó a un personaje llamado Morelli, que para muchos fue un heterónimo del escritor. También destacaron los de Félix Grande con su Horacio Martín o Max Aub con Josep Torres Campalans.

    ¿Quién es el yo? ¿No somos tal vez todos nombres que crean una identidad que nos representa externamente cuando realmente anidan en nuestro interior otras caras no mostradas de nuestra identidad subjetiva? Discutía sobre este asunto con Omar Baranas, mientras Nora Lod, una de las voces que conocen a Dolan Mor, espió nuestra conversación sobre la verdad de nuestros nombres, sobre la realidad de nuestra entidad como seres externos que se muestran como un yo construido desde una imagen social, moral, subjetiva, y biográficamente real. Así reprodujo parte de nuestra conversación en el epílogo de Diccionario del tiempo:

    “Me encontraba de visita en casa de mi hermano, el poeta Dolan Mor. Mi hermano vive ahora en un pueblo pequeño a poco más de seis kilómetros de la ciudad de Zaragoza. Muy cerca del bulevar del pueblo entré a un bar que se llama El Sombrerero Loco (nombre, como saben, de un personaje famoso de Lewis Carroll). Cerca de mi mesa dos personas hablaban de filosofía y de literatura. Yo leía, mientras ellos conversaban y bebían cerveza, a Deleuze y Guattari: “¿Por qué hemos conservado nuestros nombres? Por costumbre, sólo por costumbre. Para volvernos irreconocibles a nuestra vez (…). No llegar al extremo en que ya no se dice yo, sino al extremo en el que decir yo no tiene ya importancia alguna. Ya no somos nosotros mismos. Cada quien conocerá a los suyos. Hemos sido ayudados, absorbidos, multiplicados…”. La conversación que oí ese día me pareció curiosa y la reproduzco en este libro como epílogo porque así me lo pidió su autor, Jesús Soria Caro.

Edgar Valdemar Rojo: El yo no existe, mi querido Omar, es la carne del ser libre que queda atrapada en la piel de lo social. Es el prisionero dentro de la cárcel de sus normas, lo heredado, una biografía llena de condicionamientos y de otros seres que tampoco son ellos sino lo que esa ficción colectiva (esa falsa piel de lo real) ha hecho de nosotros.

Omar Baranas: Lo que dices, Edgar, bajo la aparente realidad se muestra afirmativo, pero al reflejarse en palabras se convierte en una respuesta negativa. Nadie puede negar el centro existencial de uno mismo con sus respectivas variantes o circunstancias que influyen en el desarrollo de nuestro yo o en la manifestación de los múltiples seres invisibles que alojamos como sombras dentro de nosotros. Personajes internos que sacamos a la luz en dependencia del mundo exterior. Digamos que son máscaras que usamos o cambiamos durante el camino, sobre una cuerda que va desde el nacimiento hasta la muerte. El mundo es un teatro, Edgar, como dijo Shakespeare. Sólo que en este universo hasta quien dirige la función se multiplica, convirtiendo lo real y finito en un multiverso infinito y piramidal.

Edgar Valdemar Rojo: Sí, tal vez seamos la creación de nuestras propias ficciones, pero entonces dónde queda el yo verdadero, el que dirige y representa los personajes por él creados. Es tal vez un yo roto en sus múltiples creaciones, se disuelve en todos esos yoes sociales, morales, en las subjetividades que ha inventado para sobrevivir a su biografía, a los cadáveres de su alma que fue enterrada en innumerables situaciones vividas y sufridas que requerían renacer, morir, y aparecer con un nuevo yo. ¿Es el guion de lo que encima nos echaron antes de nacer lo que determina el argumento de la obra, o puede crear sus personajes con total libertad? ¿Somos el verso de un poeta creado por algo superior a sí mismo, sus deseos, los sueños? ¿O tal vez nos imagina un poeta loco superior en el cosmos, o un dios bromista (con humor negro) o tal vez infantil que nos ha abandonado en mitad de la obra porque hay otros mundos que soñar? Puede que se cansase de la trama porque se sabe ficción/realidad que crea otra ficción/realidad en un infinito mise en abyme. Pero hablemos también de la Historia, la que con mayúsculas determina todos los yoes y sus historias perdidas, dominadas por el poder que establece lo que se debe creer, leer, entender e incluso direcciona lo que ese yo falso debe existenciar y lo que las colectividades deben ordenar como Verdad asumida.

Omar Baranas: El tiempo es un misterio reflejado en un círculo que gira mientras el universo se expande, Edgar… Por cierto, “hay un cuadro de Klee (dice Walter Benjamin) en el que se muestra a un ángel que parece a punto de alejarse de algo que le tiene paralizado. Sus ojos miran fijamente, tiene la boca abierta y las alas extendidas. Así es como uno se imagina al Ángel de la Historia. Su rostro está vuelto hacia el pasado. Donde nosotros percibimos una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única que amontona ruina sobre ruina y la arroja a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado, pero desde el Paraíso sopla un huracán que se enreda en sus alas, y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán le empuja irreteniblemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras los escombros se elevan ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso.” (ápud Soria, 2017: 73-76).

     El autor crea su propio yo (autor-personaje, heterónimo nodrizo), otro nombre real de sí mismo que siempre ha dirigido esa orquesta de otras voces que surgen de su creación, esos yoes posibles que recorren otras subjetividades que podría haber llegado a ser. Así, Dolan Mor pasa a ser un sujeto lírico en algunos poemas del libro. Conocido es que creó esta primera identidad poética de la que surgieron los otros heterónimos, es con la que firma sus libros, pero es un yo lírico interpuesto, casi a modo cervantino o pessoano, un compositor que dirige la música infinita de voces que se crean unas a otras casi a modo de caja china. El propio título de uno de los poemas, alude a la muerte del autor: “Dolan Mor escribe un diario desde su tumba”. Es un diario de 9 días de escritura para desaparecer en el octavo. Recuerda en esta correlación simbólica del nueve la novela de José Saramago El año de la muerte de Ricardo Reis, en la que el fantasma de Pessoa se aparecía a Ricardo Reis y le decía que tenía solo 9 meses para desaparecer, para estar con él en Lisboa, ya que su desaparición iba a acontecer con la misma progresión gradual que el nacimiento, 9 meses para nacer y 9 para desaparecer. La correlación de los días sigue la progresión lógica, del 1 al 8 de noviembre, pero los años se saltan de forma aleatoria: 2026, 2050, 2007,2013, 2016, 2025, 2001 y 1999. En este último día y año, el yo poético que es Dolan Mor, desde su tumba, en la que anteriormente ha sido descrito como gusano, pasa a ser el resto orgánico que fagocitó su yo poético, se asoma al agujero del abismo del tiempo, comprendiendo que este casi es como un agujero negro, donde el tiempo y el espacio se solapan y se quiebran los límites espacio-temporales, así se funde, como en estas oquedades estelares, con la totalidad del cosmos:

al final dejo caer mi espíritu

hacia las sustancias

del firmamento

desarmo las prendas

de mi cuerpo,

me desnudo despacio,

pieza de muerto tras pieza,

como si deshojara

en mi mente un crisantemo. (Mor, 2018: 58-59).

     “Plagio a Samoilovich” es metapoesía que tematiza la creación del heterónimo o la suplantación paródica de otro poeta. El sujeto poético siente que desde el otro lado hay una mano que punta con punta de su escritura dirige y es la voz que dicta lo que consuma su pluma. Es algo similar al rapto que Fernando Pessoa sintió cuando hizo su primera aparición Alberto Caeiro, su voz ocupó su ser y todo fue como si otro ocupase su yo y escribiera desde la libertad del pensamiento, desde otra alteridad que desplazaba la conciencia del escritor, siendo otra identidad quien aparecía en su lugar:

Lo que escribo ahora en este poema

alguien lo escribe desde dentro del papel.

La sombra de mi mano derecha

es el reflejo de su mano izquierda.

La punta de su lápiz contra la punta del mío.

Me gustaría saber qué piensa esa persona

que vive detrás de esta hoja. […]

Me gustaría saber cómo es que suenan sus versos

.si este poema no es un texto suyo.

Por qué sus estrofas corren al revés que las mías (Mor, 2018: 35).

            En “Manicomio lesbiano” se hace presente el heterónimo de una mujer enamorada de su doctora. El juego de saber quiénes hemos dejado de ser al constituir el yo que excluye todas las otras posibilidades que no se fueron, lleva al autor a imaginar esta posibilidad otra de su yo. En uno de los poemas se alcanza una imagen que tiene una fuerza evocadora que recuera Un perro andaluz de Luis Buñuel, sin embargo, hay diferencias: en lugar del piano aparece el violín, las hormigas están presentes como en el cine del calandino, el peso atado de un ser, en este caso no es el de un burro sino el de un humano. Hay una conexión paródica con el surrealismo de dicha película:

    Las palabras (como hormigas) caminan por encima de la hoja e invaden la pantalla de mi ordenador. Al final me atan, con enormes cuerdas, a un violín. (Mor, 2018 :47).

    “El ensayo” es un texto que reproduce el proceso de muerte del autor, no se consuma esta, la deja para otro día. Hay algo que recuerda “Continuidad en los parques” de Cortázar, pero desde la parodia. No muere asesinado el lector, pero el autor que parecía que se dirigía a la muerte, al final la deja para otro día. Realmente no iba a morir; era tan solo la forma de escribir un ensayo sobre su muerte:

Algunas veces (cuando Dolan escribe

encerrado en su pequeña biblioteca)

dibuja con el lápiz un sarcófago

sobre el desierto blanco de la hoja.

Pone sobre el papel las tablas

de pino abiertas, las clava, y se acuesta

en silencio dentro de la caja de muerto.

Pero se asoma su esposa a la biblioteca

y le llama. “Puedo pasar” –le dice

parada tras el cristal nevado de la puerta.

Entonces Dolan sale de la caja de muerto

y se sienta en la silla de escribir.

Con la pregunta de su esposa

resucita, desarma el sarcófago,

desclava sus tablas de pino,

esconde todo el material en su cabeza,

y le dice a su esposa que entre con el té

de las cinco, mientras deja para otro día

más propicio su ensayo de la muerte. (Mor, 2018: 86).

 

     Interesante autobiografía del yo poético es el siguiente poema (a la manera de la novela de formación o aprendizaje) con un planteamiento similar a la novela anglosajona y la tradición hispánica (El Lazarillo). También aquí sucede con el yo lírico que narra su formación de una biografía introspectiva, ya que desconocemos el autor o la voz del yo (no se nos dice quién lo firma) que es la confesora de sus andanzas. Esta voz anónima no se identifica en el título inicial, a diferencia de como se hace en los otros “plagios” y juegos de identidad paródicos. Se nos anuncia que todo el daño que le hicieron fabricó un traje de seda de su identidad, fabricaron la medida del traje interior de su alma:

Debo a mis enemigos más que a mis amigos

Por ellos me mojé bajo la lluvia

y escribí cada verso cuando en noches

una soga de niebla ató mis manos

Me arrastré hacia un teclado en un

zapato y navegué en el bote de sus críticas

Les debo haber salido de mi infancia

y también no lo niego de mi tumba […]

Todo el mal que me hicieron me sirvió

como un traje de seda a mi medida

Sin ellos nunca habría sido yo. (Mor, 2018: 23).

     En el poema “La ventana” el yo poético es la voz de una mujer, a Dólar Mor le ha gustado jugar en su obra a imaginar a través de sus yoes poéticos todas las vidas que hubiera podido habitar de ser otro. Aquí, a través de una manta, ve la proyección de su vida pasada. Es como una pantalla sobre la que proyectar el dolor de la vida en la intrahistoria del grupo familiar, constituido por personajes y una trama conjunta, guiones preestablecidos, directores y actores, la vida, El gran teatro del mundo, donde todos somos una persona(je)s en la representación de nuestra obra en lo familiar:

Abro la ventana: veo pasar mi vida como en una película

que alguien proyecta sobre una sábana de invisibles hilos

(más bien parece un mapa o una tela en medio del jardín)

A la derecha de la escena veo a mi abuelo muerto

con su sombrero de pájaros negros y encima de sus alas

se sienta a merendar música en la radio. A la izquierda

estoy yo más pequeña incluso que una flor de mujer

o que una mariposa desnuda dibujada sin labios y con trenzas

Levanto mis zapatos bajo el polvo del cine y los dejo caer

a un cielo anaranjado que funciona en la película

como si fuera un crepúsculo o un río lejano de nieblas

pero sin orillas en el horizonte ni agua en la mirada de todos

En el centro de la tela mi hermano y mis padres conversan

de lo duro que resulta a veces el pan que devoran

esos personajes que parece las hormigas del tiempo. (Mor, 2018: 24).

      El Cuervo es la metáfora metaliteraria de lo que constituye la poesía, la isotopía explícita en algunos poemas y la literatura que sobrevuela el alma del yo lírico, al que come las entrañas, cual mito de Prometo o “Buitre” de Unamuno, para que desde la destrucción-deconstrucción de la tradición literaria le vuelvan a crecer, eso sí, desde la suplantación que es homenaje paródico, casi intertextual, de otras voces líricas a las que se toma como referente. Frente a esos otros autores que recurrieron al cuervo, el suyo es una parodia del de los grandes poetas, no hizo nada especial ni despertó su inspiración, era tan solo un vacío, la ausencia de voz que generaba creación. Huyó sin dejarle nada:

Ningún cuervo voló hasta la rama de mi ventana.

Y, por supuesto, al no haber nada allí afuera

no era el cuervo de Ted Hughes, ni el cuervo de Galway,

ni el cuervo de Frost, Pasternak, o Edgar Allan Poe.

Ni uno de los cuervos de Homero, vestido de sangre

después de la batalla. Era solo un espacio vacío

en el lugar donde otros poetas tuvieron su cuervo.

Esa ausencia de cuervo en mi vida (como mi propia ausencia)

jamás encajó ni en la sociedad ni en parte alguna,

ni hizo nada digno de mención en este poema. (Mor, 2018: 31).

    En el siguiente poema Filomena pregunta a Roland Barthes en el debate se asume una reflexión poética sobre el tiempo, el significado y la capacidad de atrapar el devenir y el sentido de la finitud:

      ¿Sobre qué rama estoy posada con mi mente? ¿Existen esos pájaros que pastan a mi lado o son solo reflejo de mi imaginación? Si escribo en esta rama, ¿es el símbolo escrito un signo del discurso, o es solo un mal acuerdo, una señal, un grito, para no errar la línea si (en)cuervo el pensamiento? La memoria, los sueños, incluso la armonía, ¿son las aves del tiempo? Pero este mal concepto, ese tigre, el tiempo, ¿qué dios lo diseñó? ¿Habita en realidad este animal, el tiempo? ¿o es un círculo, aguja, en la selva, el espacio, que el universo gira con forma y dimensión? Sin embargo, al hablar en el poema queda, en el viento ahora escrito, otro concepto erróneo: el espacio y su red. Si no existe tampoco la rama donde escribo, ¿entonces qué es la muerte del poema y su fin? ¿Dónde pulir la imagen? (Mor, 2018: 32).

  
     Las voces son a veces las del propio lenguaje que habla por sí mismo, así sucede con el poema referido a Heráclito titulado “Después de Heráclito” que es la del propio pensamiento occidental, la filosofía habla sin que exista la voz que lo guie, es lo posterior a cualquier creencia en la verdad desde la Razón y el cogito ergo sum, la evolución de lo que quedó después de Heráclito o Descartes. Es la puesta en crisis de cualquier sistema de pensamiento o lenguaje que intenten construir una Verdad definitiva:

     Incluso lo que ves te parece irreal y no por pensar más o menos que una estatúa existes en el mundo… Descartes como todos era hipócrita y miente. Pero al menos jugamos al disfraz en el patio de los enamorados mientras llega, con su eterno vestido lleno de agujeros a través de los siglos y con una flor en el pico, la señorita Muerte. Se sienta en la butaca, prende el ordenador, le responde al No-Dios un correo sobre el bosón de Higgs, esas bellas partículas del futuro divino que nunca han existido a no ser en los libros de los lectores ya muertos. (Mor, 2018: 72).

     El lenguaje, su construcción necesaria de un sistema que organice nuestro diseño de la verdad, es una arquitectura de ideas que construye edificios del vacío, todo es sustancia de la nada, nacer, vivir es tan irreal como la muerte, esa esfera secreta que rodea todas las respuestas, mientras en el laberinto del lenguaje nos perdemos en los pasillos confusos de las ideas:

     El juego del lenguaje es solo un laberinto, su meta es confundirnos en la esfera que oculta la fórmula secreta del espacio y del tiempo (Mor, 2018: 73).

     Entre tanta polifonía de voces u otros sujetos líricos aparece en la sección final la ausencia de voz. No se reconoce al yo lírico, sin ser heterónimo pasa a ser poeta poema como afirmaba Gil de Biedma, a fusionarse con la poesía, ser esta la que hable a través de él, que es como afirmaba Holdërlin, el médium de un orden superior de belleza. Esa voz auto-ironiza sobre la tendencia de cierta poesía de banalizar los contenidos, de ser tan vacía como la realidad posmoderna en la que somos sombras virtuales, imágenes que si Platón las observara desde la cueva posmoderna y el fuego de la globalización, vería su proyección como una mancha robada a la luz en la que no queda nada del ideal que debe constituir la creación lírica:

Ahora la poesía no menciona los sauces a orillas

de la alberca, ni escribe cisne o dalia al pie de un cuadernillo.

Solo habla de Mc Donalds, drogas, viajes a Europa,

la práctica promiscua del sexo en los hoteles.

No está bien ser poeta si no fumas cannabis,

si no besas a un perro en su esfera de muerte.[…]

Lo importante es decir palabras en inglés e ignorar

que Lezama vivió dentro de un mulo asmático y rapsoda.

También que lleves gafas en medio de la noche,

o que hagas como yo que me pongo una gorra

hasta para ducharme en los meses de invierno.

Un sello en el mercado, los enigmas del marketing

en cada laberinto que construyen tus dedos

mientras subes un día al tren, al ascensor que te lleve

a ese suave destino que es el arte (Mor, 2018: 81).

 

     Disolver el yo como verdad que rige el poema y la identidad limitada del ser ha sido uno de los ejercicios de libertad centrales del poemario, pero también hay interesantes poemas que implican un proceso de disolución del propio lenguaje, encerrado en una cárcel de pensamiento. Así “Cetril” es un poema en diversas secciones, “CETRI”, “CETR”, “CET”, “CE”,”C”, siendo un proceso de disolución lógica de este en la que se libera de su  racionalidad inherente. Si este domina al que lo usa (dirige al hablante y no al revés), se efectúan así los juegos de lenguaje que ya detectó Wittgenstein. Lo que sugiere es una verdad que se debe buscar más allá de las formas de los significados encerrados en la lógica limitadora. Hay algo en este juego de caída y destrucción que recuerda Altazor de Huidobro. Se ansía en este poema y en otros como “Gramártika“ el lenguaje de lo otro que se buscaba en Altazor, la voz de lo imposible, de lo que es libertad de forma y pensamiento más allá de los códigos racionales que matan otros posibles significados:

 

Ululayu

               lulayu

                           layu yu

Ululayu

              Ulayu

                          Ayu yu

Lunatando

Sesnorida e infimento

Ululayo ululamento

Plegasuena

Cantasorio ululaciente

[…]

Lalalí

            io ia

iiio

ai a i ai a iiii o ia (Huidobro, 1988:138).

 

     “C” asume una mayor ruptura lógica que todas las “secciones anteriores”, cada letra que se suprime en el título del poema siguiente es una mayor radicalización en esa libertad poética frente al lenguaje y sus dictámenes lógicos, también lo es tal vez respecto a la realidad:

 

sErefleja en ele spejo elhilo del poema

desded salón i las 2

tumbadas enCima del sofá

pensamos en S. Freud. […]

La emanación de los silencios

sueba las columnas de la mente

avienense i colocan

la musalina que se abre i

deja ver el jardín de la carne.

Mas el aceite de tu piel medice

que me aleje de la cerradura

en blanca armonía

pues las ventanas cantan

al hierro de los versos

como un hondo piano

bajo las estrellas

i los olores de la hembra

duplican la voz en el texto.

Pero la noche en un paño

dialoga con tus hilos mis hilos

galodia emperatriz sin llaveros

i duermes por fin a mi sombra. (Mor, 2018: 40-41).

      El autor que cree ser el real es tal vez otra invención, heterónimo que es a su vez una versión paródica de quien podría haber sido y no fue. Como afirmaba Pessoa, maestro de las multitudes en lo identitario: “Puedo imaginar todo porque nada soy. Si fuese algo no podría imaginar. El ayudante de tenedor puede imaginarse emperador romano; el rey de Inglaterra no puede porque a este le está vedado ser, en sueños un rey distinto al que es. Su realidad no le deja sentir” (Pessoa,2014: 102)”. Todos esos otros yoes son las notas de la música de las subjetividades que suenan desde la libertad y sus posibilidades perdidas. En su orquesta infinita tan solo queda escuchar, desde el silencio de la identidad que se cree real, la voz de esas otredades, persona(je)s que habitan también en nosotros, porque como afirmaba Pessoa somos multitud. El autor se cree real, coloniza esas otras identidades perdidas y debería sufrir el ataque de su Augusto Pérez, para comprender su afirmación de que tal vez tanto el “autor” como el lector tampoco somos reales…

 

 

BIBLIOGRAFÍA:

Huidobro, Vicente: (1998): Altazor, Madrid, Cátedra.

Mor, Dolan (2018): Antología de Spoon Raven, Barcelona, Candaya.

Pessoa, Fernando (2014): El libro del desasosiego, Madrid, Funambulista.

Soria Caro, Jesús (2017): Diccionario del tiempo, Toledo, Lastura.

 

Artículos relacionados :