Ramón Meseguer: Resurrección de la tierra y otros poemas

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Por Jesús Soria Caro

    Alfredo Saldaña en el prólogo a esta edición nos recuerda que la poesía debe ser una potente arma de desestabilización contra las respuestas impuestas, aquellas que anulan nuestra capacidad crítica de desarrollar un sistema de pensamiento libre, ajeno a lo compartido, homogeneizador y silenciador del verdadero yo libre, el no condicionado.

   Nos recuerda que así sucede con la poesía de Ramón Meseguer que implica intervenir en la realidad con la aspiración de transformarla, siendo así un yo poético el que encontramos en estos versos que denuncia cómo el yo verdadero y libre ha sido borrado por esa voz compartida, única, diseñada desde el poder.

   En uno de los poemas iniciales la tierra es campo de raíces de vidas de hombres que pasan a ser viña o fruto de una existencia de lucha. Son hombres pisoteados por el poder:

Hay tantos racimos de hombres pisoteados
que el suelo es un orujo de gargantas
donde se iba el alma a borbotones.
Es un suelo de gargantas destrozadas
de hombres que solo tuvieron un otoño,
que apuntaban magníficos sus vidas
y el pecho al aire como los racimos (Meseguer, 2016: 16).

Versos que nos recuerdan Las uvas de la ira, las de quienes, como se decía al final de la novela de Steinbeck: “estarán en todas las partes”; ya que lucharán por la dignidad del hombre frente a los excesos de la historia, sus juegos de dominación:

Este fermento que sois ahora bajo tierra,
este ácido de corazones, cerebros y gargantas desleídas,
esta pulpa pisoteada y amasada contra el suelo
ha de romper la corteza del pan de la impotencia
y abrirse en la miga de la esperanza (Meseguer, 2016: 18).

    Se denuncia al hombre que en muchos casos ha quedado en el suburbio de la vida, dominado por fuerzas de poder que lo han hecho gregario de los instintos, débil para la fuerza de lo interior, esclavo del sexo, alcohol. Borracho de adiciones e incapaz de luchar para alcanzar una dignidad social e humana, siendo incapaz de tener caridad hace quienes no poseen nada:

Hay una pobreza que se engendra entre blasfemias
y palabras de novela pornográfica
sobre el negro planeta del suburbio
bajo un cielo de hojalata de barracas. [..]
La última barraca de estos hombres es el sexo,
-se han echado una noche de alcohol sobre los ojos-
el sexo del hombre y la mujer
convertido en vivero de infancias miserables,
el sexo de la hembra puesta a precio
entre postigos de chatarra y mamparas de escombro,
el sexo adolescente que descubre
que la vida tiene una esperanza pervertida. […]
Hemos llegado demasiado tarde
y se vengan de nosotros dejándose podrir;
la caridad no tiene sentido para ellos
porque la sal se ha desalado entre nosotros hace tiempo (Meseguer, 2016: 19).

    Estamos en una sociedad en la que se oculta la realidad más difícil como la muerte o la miseria anestesiándonos con el sexo, los anuncios idealizadores de belleza:

Y solo queremos engañarnos a nosotros mismos
tapándonos la inteligencia con dinero,
con el confort, el ritmo de los discos
el sexo convertido en técnica del tacto […]
Y la muerte, esa palabra de mal gusto,
se oculta en un lugar borroso, anestesiado […]
Hemos buscado el sentido de la vida
frotando las raíces genitales
pero cada vez nos aterraba más el alma.
Ya no nos sirven las mentiras (Meseguer, 2016: 23).

    Solo es posible lograr la libertad de esos juegos ocultos de influencia anuladora del yo mediante una “resurrección” del alma, del interior no material. Recuperando el hambre de la vida, la belleza, las intensidades hacia la existencia:

Estamos andando un camino de anestesia
¡y un día va a sonar terriblemente el alma
como tremendo latigazo de esperanza!
y todas las conciencias dormidas con sedantes
despertarán como arañas en la hoguera
adivinando que los gritos insufribles son los nombres
como se les llama a resurrección irremisible (Meseguer, 2016: 24).

   Su poesía es la de quienes viven al margen, poseen la poesía de la vida, la belleza de quien en el abismo de haberlo perdido todo sigue viviendo cuando camina en el desierto social del abandono:

Lloraba porque en ti casi no queda nada humano,
eres una vida acorralada.
Cuando pasas por el suelo
vestido con ropa de desecho
contigo va un hueco humano.
Tú no sabrás nunca que has vivificado un verso
-¿Cómo va a ser posible que te enteres?-
.te han hundido tanto que ignoras tu propia poesía (Meseguer, 2016: 20).

    Hay, junto al deseo de que el hombre sea libre sin la dominación que el poder ejerce sobre él, un deseo de nombrar el dolor ante la posibilidad existencial de que el vivir sea la antesala de la nada, la desaparición total que anule cualquier sentido de nuestro existir:

A veces parece que la vida
es telaraña colgada de la nada
y que a la nada le es indiferente
el estertor de un pájaro en el cepo
o el grito de unos hombres detrás de la alambrada
Parece que los pechos de las chicas
surgen tan en vano como el brote de los árboles
y el afán de eternidad entre los hombres
es la misma inquietud que mueve al ave
a huir del invierno hacia el verano[…]
Y el hombre sigue siendo un llanto que no cesa
y que tiene eco en la misma pared de su garganta.
¿Quién hará callar esa pregunta abierta
que reclama una vida para siempre? (Meseguer, 2016: 25).

    Se querría trascender el tiempo, salir fuera de sus límites, alcanzar una esencia del ser liberado de lo temporal, llegar a un estado de instante de eternidad en que la conciencia de la desaparición se diluya fuera del rápido suceder de lo vital abocado hacia un final que se intuye definitivo:

La vida agradece sentirse mojada por la luz
y fluye enamorada del tiempo como el pájaro del aire,
la vida mientras dura es canción a lo que pasa […]
La vida quiere convertir el tiempo en “siempre”
y nos empuja con fuerza de agua derramada
entre el rumor expectante
de ventana abierta por el viento (Meseguer, 2016: 29).

   La vida alcanza así una conexión con lo más intenso, un estado subjetivo fuera del tiempo. Pero esa sensación también puede ser lograda con la pasión compartida con la mujer amada, esta libera al yo de la cárcel de la nada, todo tiene ya sentido. Se soluciona con una salida a las “calles de fuego”, de los incendios de vida en el amor:

Una vez entrado en la plaza del mundo
se quiere para siempre la hoja verde,
se prende para siempre en la solapa del corazón
la rosa del amor,
y se echa a andar por la vereda del tiempo
seguro de la luz es transparencia
y deseando que la voz, los ojos y los labios
tengan para siempre una palabra, una mirada, una sonrisa (Meseguer, 2016: 33).

    Este dolor existencial no consciente reside en todo lo que queda más allá del pensamiento: la angustia de posibilidades perdidas en el amor, derrotas de nuestra biografía espiritual, la desaparición de seres amados que se han convertido en viento que huye del tiempo y la memoria. Es el nervio de lo invisible que se hace carne y llaga la desesperación no racionalizada, existente, oculta como un significado sin palabra que la pueda nombrar. Es así una realidad introspectiva intraducible a las fronteras del significado que constituye toda dictadura del lenguaje sobre el pensamiento libre mutilado. Es como un pozo, subliminal, profundo, subconsciente, un no lugar donde reside todo aquello que no tiene forma en el logos pero es real en lo informe de nuestro paisaje emocional intransitable para la palabra ciega desde lo racional:

Yo soy un pozo vivo,
si se remueve mi fondo
suena la angustia en mis paredes.
Yo soy un pozo vivo,
si anhelo seguridad
se me estremece la angustia
Yo soy un pozo vivo
si tengo ansia de paz
me envuelve un mareo de preguntas.
Yo soy un pozo vivo,
si quiero llorar por mí
me veo impudorosamente desnudo.
Yo soy un pozo vivo,
y todo está a merced
del subsuelo de mi fondo,
allí no llegan las palabras ni el silencio,
la oscuridad también se queda fuera,
la inteligencia lo palpa impermeable
como los ojos de un ciego (Meseguer, 2016: 50).

   Somos “herida de la nada”, ya que todo lo rodea esa ausencia, circundando esa pausa que es la vida para regresar a sus dominios. La desaparición es el otro lado del filo de la existencia, pero se nos dice de esta que talla tanto la eternidad como el tiempo (lo infinito y lo finito). Se establece una coordinación en el verso que tiene algo de oxímoron ya que lo eterno se iguala a la consumible por el tiempo. Tal vez este eterno que se describe sea la otra cara de algo desconocido que pueda existir más allá del ser y que ante la pregunta de su esencia que desconocemos pueda ser llamado tanto nada como eternidad:

La existencia es herida de la nada;
la existencia es el filo que talló la eternidad y el tiempo.
Somos el filo, filo de nosotros mismos, tajo de la propia
carne,
filo que da a luz, pero filo que separa irremediablemente.
Somos una herida que se arquea en sí misma para siempre
cuando se curte el jalonado filo de una herida (Meseguer, 2016: 59).

     Ramón Meseguer ha compuesto un poemario en el que el hombre es raíz de lucha, cambio social por recuperar la dignidad que el orden dominante ha ido infiltrando de forma subrepticia sin que este perciba dicho juego oculto de influencia anuladora, pero también es poeta que nos recuerda que somos herida del abismo definitivo, final, que la desaparición total es un interrogante que cerca nuestro tránsito por la existencia para regresar a esa ausencia previa de la que procedemos y a la que volveremos, pero quién sabe lo que nos integrará tras nuestra disolución: la nada o la eternidad.

BIBLIOGRAFÍA
Meseguer, Ramón (2016): Resurrección de la tierra y otros poemas, Gara d´Edizions, Zaragoza.

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