Colchón de púas: «Las artistas y la depilación axilar»

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Por Javier Barreiro

    Hace unos años causaron cierta impresión unas imágenes de Julia Roberts en traje de noche y con las axilas melenudas. Después, otras artistas, como nuestra Penélope, han incidido en idéntica pose. Incluso puede determinarse una tendencia actual hacia ello.

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 ¿Cuándo dejaron las artistas de llevar pelos en el sobaco? Advierto que es más una pregunta que una indagación.

    Aunque desde hace unos lustros predomine, afortunadamente, la tendencia contraria, el pelo en las mujeres ha sido para muchos varones elemento morboso y de atracción[1] y, de hecho, se solía eliminar en las representaciones iconográficas. Recuérdese el escándalo provocado por “El origen del mundo” de Gustave Courbet y téngase en cuenta que ha habido épocas, como las del imperio egipcio y la antigüedad clásica, más proclives que otras a esta práctica. Judíos y árabes también propiciaron históricamente la depilación femenina, por razones higiénicas  y religiosas

   En los inicios del siglo XX muchas cupletistas usaban sobaqueras, especie de medias lunas, útiles para cuando echaban los brazos tras la cabeza en actitud tentadora. Es verdad que muchos varones desdeñaban este apósito. Uno de ellos, Antonio Esplugas, famoso fotógrafo y editor de tarjetas postales en aquel tiempo tan fértil en ellas[2], gustaba de retratarlas en esa posición pero lo normal es que en las reproducciones editadas se difuminase el vello.

    Que la proscripción del pelo axilar no era frecuente se demuestra en observaciones como la de este diálogo de una narración de 1915 desarrollada en el Hotel Palace, entonces receptáculo de espías, putas de alcurnia y la alta sociedad europea huida de la guerra:

-Espérate un rato más, hombre, Ahora va a bailar esa chilena de las axilas depiladas[3].

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    1915 es año fundamental porque quienes se han ocupado de estas cosas sostienen que el primer anuncio ilustrado sobre depilación femenina lo publicó en dicha fecha la revista Harper’s Bazaar durante el mes de mayo. Una modelo sonriente y con los brazos en alto mostraba ostentosamente la axila izquierda. Bajo ella, en inglés: “La moda de verano y el baile moderno se combinan para hacer necesaria la eliminación del objetable vello. X BAZIN, polvo depilatorio”.

    Sin embargo, ya en mayo de 1821 Nuevo diario de Madrid anunciaba: ”Un depilatorio para hacer caer el bello (sic) de la cara y brazos sin dañar el cutis”. El producto debió de tener algún éxito, pues siguió teniendo su lugar en el periódico más de diez años hasta que en junio de 1831 el también madrileñoDiario de Avisos publicaba el anuncio de una “pomada depilatoria de la China para quitar y hacer caer el vello de la cara, brazos, etc. sin daño, escozor ni picazón alguna estando la referida pomada esencialmente aromatizada al equitativo precio de 12 reales el bote” y que, como costumbre ilustrada que era, se despachaba en la librería Amposta de la calle del Príncipe. Estos anuncios seguirán apareciendo con profusión en la prensa española durante los años siguientes, en muchas ocasiones con representación del rostro. Aunque a finales del siglo XIX ya se incluyan anuncios que proponen la depilación eléctrica, para que aparezca representación de las axilas habrá que que esperar hasta los años veinte.

    Precisamente, en una descripción que quiere ser insinuante se escribía en un folletín publicado por un diario en el mismo 1920:

   Un camisolín de seda cruda transparentábale los senos omnímodos, dejando advertir la penumbra indescifrable de las axilas depiladas[4].

   Los “años locos” con su obsesión por mostrar una mayor extensión de piel femenina proyectan la costumbre, incluso al seno del matrimonio, como se muestra en este texto del mismo autor que el citado fragmento de 1915, José Francés:

“De mamá también, la costumbre de agitar los brazos desnudos para mostrar las axilas depiladas[5]…”

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   Clara Bow, junto a su referente, Betty Boop, sería uno de los más representativos iconos de este tiempo desacomplejado. Desde luego, sin pelambrera axilar.

     Altamente significativo es este fragmento de Jardiel Poncela, un verdadero moderno que sigue ausente de la historia literaria, en boca de una de sus heroínas, representante de esa modernidad anticastiza:

-Comprendo que puedas interesar a las demás mujeres…; pero a mí… ¡A mí, es imposible! ¡Imposible!… Soy un producto exasperado. Soy una destilación de mujer. ¿Has conocido alguna criatura como yo, con los músculos endurecidos por el deporte, los nervios agotados por el exceso de fluidos y sensaciones, el cerebro hiperestesiado por los viajes y las ideas, el estómago deshecho por el cóctel y el whisky, el rostro exprimido por el masajista y los deleites de millares de alcobas, los senos rectificados por el cirujano, la matriz desviada por el malthusianismo, al alma dispersa por el análisis, las axilas depiladas por la electrolisis, el olfato estragado por el benzol, el subconsciente violado por Freud, los cabellos torturados por “Marcel”, el cuerpo amasado por “Cheruit” y el aura quimificada por Guerlain[6].

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     Que la práctica, sin embargo, debía de ser excepcional entre el ejército de gitanas, que bailaba en bodegas y cafetines lo muestran textos como este de Paul Morand (1933):

   A la hora del aperitivo voy a uno de esos colmados donde, en otro tiempo, había aprendido a imprimir a las palabras españolas una dulzura andaluza. Pero ¡cuántos cambios advierto! Las gitanillas se han transformado. Antaño, cuanto más gruesas estaban, los españoles, como verdaderos orientales, más las aplaudían. Su éxito estaba en relación con su peso. A partir de los cien kilos, la sala vibraba de deseo y de gozo. Hoy encuentro a esas gitanas casi delgadas y con los sobacos depilados[7].

    Sobre esta época y costumbre también es altamente representativo un artículo de José Luis Salgado, enviado especial a un congreso de escritores celebrado en Sevilla durante 1935.

…bandas de congresistas, con su insignia en la solapa, recorren de madrugada las calles de Sevilla a la caza de algún indicio flamenco. Es una pesquisa dramática y muy pocas veces con éxito. En Barcelona (…) la cosa tiene, desde luego, menos dificultades que aquí. Pero es que a Triana le ha matado la calefacción central…

    Sí: se va lo castizo. Se va, por lo menos, en estas tierras. Cuando Musset preguntaba si habían visto en Barcelona “una andalousse en teint bruni”, no iba muy descaminado, la verdad. Esta noche, en el Olympia, he visto bailar sevillanas a una gitanilla con las axilas depiladas, y me ha parecido –Dora la Cordobesita*  se hubiera dejado matar antes de llegar a esa herejía-, me ha parecido, decía, que ahí empieza nada menos que el derrumbamiento inevitable de lo “cañí”. Si también van a entrar los cuadros flamencos por la hidroterapia, esto está lo que se dice perdido…[8]

   Todo el artículo no tiene desperdicio pero, para nuestro interés, lo fundamental es la singularidad que señala su autor de ver una gitana bailando con las axilas depiladas.

   Tras la guerra, la modernidad retrocede. Es significativo un fragmento de El Jarama, de Sánchez Ferlosio, la novela más influyente de la década de los cincuenta, que utiliza como referencia erótica esta peculiaridad de la única chica relativamente moderna que figura entre los excursionistas:

-Yo siempre tengo prisa de que se pase el tiempo –dijo Mely-. Lo que gusta es variar. Me aburro cuando una cosa viene durando demasiado –se echaba con las manos por detrás de la nuca.

   Tenía las axilas depiladas[9].

   Efectivamente, las junturas depiladas eran todavía una rareza en la España de los años cincuenta.

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Eva Duarte de Perón, en sus inicios

                                                                             NOTAS

[1] Uno de los casos más notables es el gusto de Henry Miller por las pendejeras hasta el ombligo que aparecen en las frecuentas escenas sexuales de sus “Trópicos” y en su trilogía, Nexus, Sexus, Plexus. Cerca de mi calle, en el centro de Zaragoza, un bien visible graffiti, que nadie ha borrado en años, proclama: “¡Coños y sobacos sin depilar!”.

[2] Juan Perucho, “La fotografía popular” La Vanguardia Española, 2-III-1969.

[3] José Francés. “Nieves y nubes”, La Esfera, 6-II-1915.

[4] Manuel A. Bedoya, “La feria de los venenos”, La Libertad, 29-VII-1920.

[5] José Francés, “Moncho y la mamá de Moncho”, La Esfera, 29-I-1927.

[6] Enrique Jardiel Poncela, Pero… ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?, Madrid, 1931.

[7] Paul Morand, “Primavera en Tánger”, Algo, 3-VI-1933.

[8] José Luis Salado, “Dos estafas de Gauthier: la gitanilla depilada y los congresistas con impermeable”, La Voz, 9-V-1935.

[9] Rafael Sánchez Ferlosio, El Jarama, Barcelona, Destino, 1955.

*V. https://javierbarreiro.wordpress.com/2015/02/17/dora-la-cordobesita/

El blog del autor: https://javierbarreiro.wordpress.com

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