‘Entresuelo’ o la mirada familiar de Daniel Gascón

244_GM27408.jpg
Por Carlos Calvo

     “La novela corta es quizá el género narrativo más vulnerable”, afirma el crítico literario Jordi Gracia. “Al cuento lo asaltan mil demonios, al microrrelato le asalta sobre todo uno (la banalidad) y la novela sabe que vive del combate contra todos los demonios que asaltan al cuento (y además el de la banalidad).

    Pero la novela corta lo tiene peor porque carece tanto de ley como de GPS estético”. Y añade: “Se maquina con los instrumentos de navegación de los demás, flirteando con los de unos y otros, tanteando las posibilidades y desechándolas sobre la marcha. A punto de estozarse contra el cuento, salva el escollo y sin desplegarse en el campo abierto de la novela, planta batalla en su propia latitud”.

    Yo no sé si Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) planta batalla al cuento o a la novela, o a las dos a la vez. O a ninguna de las dos disciplinas. A mi modo de ver, el género importa poco, no importa en absoluto. Ficción y no ficción, relato y novela, poema o lo que sea, aspiran, en cualquier caso, a contar la verdad, o a ser, por lo menos, lo suficientemente convincentes como para que el lector, mientras está embarcado, tenga sensación de verdad. Esa sensación de verdad se constata en las diferentes peripecias que suceden en ‘Entresuelo’ (Mondadori, 2013), una singular mirada a su más amplio entorno familiar. Daniel Gascón demuestra su olfato de escritor, sin atender al concpto de novelista o cuentista o poeta. En esta línea, su escritura se acerca a Updike, a Borges, a Chesterton, a Nabokov, a Scott Fitzgerald. Y también a los libros autobiográficos de Brainard, de Perec, de Mréjen, de Ginzburg, de Marcos Giralt Torrente.

    En un libro alejado de una saga al uso, Gascón cuenta la historia de cuatro generaciones de su familia, un homenaje también a sus abuelos, y la vida que ha pasado por ese piso, a través de detalles, de objetos, de posiciones, pequeños hechos que le sirven para contar temas más trascendentes. Describe costumbres, espacios, mentalidades. Y lo hace con una fluida continuidad evolutiva, repleto de episodios entrañables e íntimos, con un ritmo cinematográfico, al modo neorrealista. Y canta al amor. Y se refiere al sexo. Y hurga en el tema del envejecimiento. De lo nuevo a lo viejo. Del nacimiento a la muerte. O al revés.

     El libro se inicia situando geográficamente el edificio donde se encuentra el entresuelo, en la zaragozana avenida Goya 88, donde pasa el escritor cinco años de su vida. Y habla de su abuelo, quien a los pocos meses de nacer contrajo la polio y estuvo a punto de palmarla, y siempre contaba, con la edad, que la cena era una comida absurda, porque uno se acostaba inmediatamente y al levantarse volvía a tener hambre. El primer número de teléfono que había aprendido Daniel Gascón en la vida fue, precisamente, el de esa casa.

     ‘Entresuelo’ es una autobiografía indirecta en la que Daniel Gascón describe lo que ha vivido y lo que conoce a través de conversaciones y documentos familiares. El autor, muchas veces, habla de sí mismo, y hace un listado de las chicas que pasaron por ese entresuelo (“Pero, hombre, ¿cómo vamos a follar en la cama de tus abuelos?”), de las lecturas que le impactaron (‘Abierto toda la noche’, ‘Carreteras secundarias’, ‘Pnin’, ‘Lolita’, ‘Las palmeras salvajes’, ‘Luz de agosto’, ‘Macbeth’, ‘Hamlet’, ‘El libro de Raquel’, ‘Dinero’, ‘Tirano Banderas’, ‘Luces de bohemia’), de sus películas preferidas (‘El quimérico inquilino’, ‘El proceso’, ‘La hora del lobo’, ‘Barry Lyndon’), de los libros que ha escrito (tres volúmenes de cuentos: ‘La edad del pavo’, ‘El fumador pasivo’ y ‘La vida cotidiana’) y de los autores que ha traducido (Saul Bellow, Sherman Alexei, Christopher Hitchens).

    ‘Entresuelo’ es, en el fondo, un libro sobre la memoria, que es discontinua y fragmentada, y el autor, muchas veces,  utiliza la sugerencia para que el lector pueda participar y vincular su propia experiencia. Gascón juega con las formas, con el tiempo, con diferentes puntos de vista, y se basa en las conversaciones que ha oído en casa, en sus propios recuerdos y en entrevistas a miembros de su familia. También utiliza textos de Antón Castro, su padre, y de Aloma Rodríguez, su hermana. Y aunque todos los recuerdos son inventados, su memoria se remonta a conversaciones cruzadas entre varias personas mientras alguna mujer de su familia sesteaba en el sofá, a las almendras que partía a base de pisotones, al gusto por los helados italianos y el disgusto al terminar de engullirlos, y en ver a sus tías desnudas y ser testigo de sus frecuentes concursos para ver cuál de las dos tenía el culo más gordo. O a la fascinacion por el chiste de los dos locos: “¿Qué llevo en la mano?”. “Un tranvía”. “No vale, que lo has visto”.

     La memoria de Daniel Gascón también se remonta a las camisas arrugadas de su padre (y que el cierzo las planchaba), a la máquina de escribir Olivetti que su padre utilizaba en la casa de la calle de los Estudios, al artículo de Roberto Miranda sobre ese “tigre enjaulado en la delicadeza”, al capítulo de una enciclopedia de fauna que hablaba de la vida secreta de los tigres, a la historia de un tipo que estaba cagando cuando una rata subió por el váter y le mordió el culo, al verano turolense en el que fumó por primera vez, al mismo verano que su hermana tuvo un accidente y estuvo a punto de palmarla, al proyecto de un tebeo del oeste del que llegó a hacer veinte páginas y dejó por participar en la carrera de los pollos, al primer trabajo permanente de médica de su madre, al miedo de su abuelo a que su mujer se quedase viuda, a las ventajas, en fin, de vivir en un entresuelo por si hay que sacar a las putas por la ventana…

     Daniel Gascón hace referencia a libros de su padre, que le inculcó el vicio de la lectura, y recupera un melancólico poema suyo a la inventada mujer amada titulado ‘Pabostría’, que me conmueve cada vez que lo leo, pues en ese inmueble de esa calle varada en el tiempo tenía el estudio de pintura el padre del que esto escribe, en el entresuelo, donde terminó sus días, solo, abandonado, en el olvido. Todo y nada.

 

                                                               Anoche volví a Pabostría,

                                                              la calle evocadora, varada en un siglo indeciso,

                                                             en los tiempos oscuros del pasado.

 

                                                            Allí estaba el espeso portal

                                                           que encontré hace treinta años,

                                                          cuando perseguía las sombras

                                                         y un alivio de amor en la madrugada.

      El libro está bien resumido en su contraportada: “A finales de 2006, Daniel Gascón se fue a vivir al piso de sus abuelos, un entresuelo en un ensanche zargozano, y cuenta la historia de su familia a través de esa casa: la llegada a la ciudad de una pareja de recién casados desde un pueblo de Teruel, una serie de trabajos que incluyen una buena dosis de picaresca, la vida en un piso que acoge a otros matrimonios y a parientes de paso por la ciudad, el cambio paulatino de una mentalidad cerrada, rural y religiosa a una visión abierta, urbana y laica”.

      No es un gran libro (al menos, de escenas realistas), pero sí una buena novela corta con la que me he divertido mucho, que es de lo que se trataba. El propio Daniel Gascón lo dice en las líneas que me dedica, con dibujos y todo (un edificio, una nube, un semáforo, un camino, un rostro): “Espero que te diviertan estas historias del recuerdo y los chistes, del amor y la risa y la familia”. Sí, historias del recuerdo familiar como “invitación a averiguar las complicaciones del presente, casi siempre peligrosamente infartado de pasado”, por decirlo otra vez con ‘gracia’.

Artículos relacionados :