Flock en el Teatro del Mercado


Por Javier López Clemente

El 28 de noviembre se estrenó Flock en el Teatro del Mercado de Zaragoza. 

     La apuesta es clara desde antes de comenzar la función, cuando me encontré con la tarima sobre la que se dibujaba, o al menos eso fue lo primero que pensé, el plano de la vida, ese plano salvador que nos ayuda a encontrar la salida, la dirección adecuada o el camino más corto. Pero muy pronto me di cuenta que en realidad era el laberinto por el que transita la vida de los personajes, es un ámbito vacío para seres humanos que a veces parecen fantasmas: El hospital, la casa, el parque, otra casa mucho más oscura y el lugar donde se revelan los secretos. Y sobrevolando desde el escenario a la platea, un vendaval de palabras, preguntas y monosílabos que aterrizan orgánicos en abrazos, golpes y besos que a veces son falsos, otras verdaderos y casi siempre peligrosos: Abrazos que avisan drama. Golpes que matan. Besos que te hacen crecer.

    Flock no tiene escenografía y tal vez por eso es mucho más relevante la función de las palabras incorporadas al gesto, al volumen y al peso de los actores que desvelan, a pequeños sorbos o como un jarrón de agua fría, el carácter de sus personajes, los miedos que los gobierna, sus comportamientos, que tal vez son los nuestros y así, de forma gradual, paso a paso, entre la pulcritud de una iluminación tan eficaz como somera, crece la densidad dramática, tensa, pausada, mientras la música incidental es el prólogo del cortante filo que te deja sin respiración.

    Flock no es la historia familiar de nuestros vecinos, de ese nido junto a nuestro nido del que desconocemos casi todo que no sea un buenos días en el ascensor. Flock es un disparo a nuestra propia biografía, a la forma en la que tejemos lazos emocionales o físicos, es un canto a ese día que abrimos la puerta de casa sin adivinar que por la misma corriente de aire se puede ir el amor y entrar el odio.

    Flock es una función de actores, de estar ahí, en el hilo del que pende cada uno de los estereotipos que tan bien conocemos y que, tal vez por eso, son tan difícil de dibujar. Pero los actores cumplen con creces: La inocencia del chico enamorado. La rabia juvenil de quien se quiere vengar. La tensa calma de quien vive en un fracaso sin querer verlo. Sufrir en el sucedáneo  del amor, sufrir en la pena y siempre sufrir.

     La desesperación a veces enmascarada de quien sabe que la maldad nunca se ha ido, que siempre ha estado ahí y que tarde o temprano volverá a regar de sangre la tarima donde el laberinto de la vida se hace teatro.

El blog del autor: http://lacurvaturadelacornea.blogspot.com/

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