Líbano: Rozando el fondo (I)


Por Agustín Gavín Blasco

    A mediados de Septiembre del año pasado el gobierno libanés decidió implantar una serie de medidas para sujetar una inflación galopante y cumplir las indicaciones del Banco Mundial.


Agustín Gavin
Corresponsal Internacional del Pollo Urbano y Presidente de www.arapaz.org 

    Una de las medidas más impopulares fue la de intentar poner un canon al Whats App, entre otras medidas como gravar impuestos a los combustibles, tabaco etc. La gente se echó a la calle, sobre todo los jóvenes y, dentro de ellos, por primera vez las mujeres sin distinción de credos, cristianas, musulmanas, drusas, etc…, reivindicando al mismo tiempo su espacio social. El gobierno llevaba tiempo siendo cuestionado en la calle por no saber reconducir huelgas salvajes, incendios forestales y sobre todo, las sospechas de una corrupción disimulada con un proceso de dolarización que iba a beneficiar a las grandes empresas exportadoras.

    En Noviembre del 2017, en uno de los viajes que hicimos para repartir ayuda humanitaria en los campamentos de refugiados sirios, que por supuesto allí continúan y cada vez en peores condiciones, se celebró el anual maratón de Beirut.

    En esas fechas el entonces presidente Saad al-Hariri había sido  llamado y luego inmovilizado en un hotel en Riad por el gobierno saudí reteniéndole el teléfono móvil- antiguamente  retenían el pasaporte-, y con la intervención de la diplomacia francesa fue liberado uno días después. No se ha sabido muy bien el motivo, es público que el presidente y su familia tienen negocios en Arabia Saudí, hay quien piensa que podría estar relacionado con los últimos procesos económicos y políticos.

   El Maratón de Beirut tiene una parte seria con corredores amateurs y profesionales al comienzo y otra festiva y lúdica posterior donde participa quien quiere y dura varias horas. Por cierto, en la parte seria en categoría de veteranos ganó Jesús Arroyo, zaragozano de UNESCO, Deporte por la Paz.

    Allí observamos las ganas que tenía la población de sacudirse el pasado por un lado y por otro encarar el futuro con cambios sociales profundos. Gente de todas las edades, coches de niños, sillas de ruedas, carrozas reivindicativas, algunas pancartas pidiendo la vuelta del presidente pseudosecuestrado en Arabia Saudí, recorriendo el centro y algún trozo de la Corniche junto al mediterráneo. Actuaciones musicales en escenarios en diferentes tramos de la carrera de cantantes locales con repertorio europeo actual jalonaban la ciudad,  algunas cerca de edificios destrozados y todavía sin rehabilitar de los últimos conflictos bélicos   y un final apoteósico en la plaza de los Mártires, rodeada de mezquitas y catedrales cristianas de diferentes confesiones. La alegría reivindicativa en la calle no hacía presagiar los últimos acontecimientos que está viviendo la sociedad libanesa, pero sí que se intuía ya un hartazgo del viejo sistema político dominado por las castas confesionales y la búsqueda de un auténtico estado de derecho civil. Las tormentas políticas en el Líbano, cuyas nubes casi siempre han venido de países limítrofes y con oscuros intereses, suelen descargar con furia. Aquel día daba la sensación de que se quisiera prever situaciones violentas desgraciada y periódicamente vividas a lo largo de su historia reciente con sus dos guerras civiles en el siglo pasado.

Desde hace meses los bancos no aceptan trasferencias del extranjero, ni a veces, los propios libaneses pueden retirar sus fondos  mientras la moneda local, la libra libanesa, ha acabado devaluada en un sesenta por ciento y la comunidad internacional ya habla de un  aumento de la pobreza por la carestía de los productos de primera necesidad. El neoliberalismo de su primer ministro Hariri, ya dimitido, con sus obras públicas como estandarte de crecimiento económico, han supuesto más deuda y su intento de que Líbano vuelva a ser un referente financiero en la zona como lo fue durante un corto de tiempo en el siglo pasado ha fracasado.

Todo ello puede derivar en una situación de hambruna entre los más del millón y medio de refugiados provenientes de la vecina Siria que entra en su octavo año de guerra. La instituciones sociales libanesas siempre han estado desbordadas por las oleadas de refugiados y por supuesto no han podido atenderlos durante todos estos años, Hay un refugiado por cada cuatro libaneses y esto ha llevado al florecimiento de la xenofobia por la ruptura del mercado laboral ya que los refugiados tienen que pagar el alquiler del suelo donde están las tiendas, la luz etc…  Por no decir los últimos casos de explotación de refugiadas- la mayoría son mujeres, muchas viudas con hijos- en trabajos agrícolas. Las grandes organizaciones humanitarias internacionales como ACNUR o Cruz Roja se quejan de la falta de presupuestos.

     En el Valle de la Bekaa donde Arapaz atiende varios campos de refugiados el invierno está haciendo estragos con nevadas y temperaturas bajo cero. Apenas se ha podido comprar combustible para las antiguas estufas de leña recicladas para gasoil  de las tiendas de campaña donde el calor se esfuma rápidamente por los plásticos y las telas de arpillera. Algunas organizaciones humanitarias han tenido que llevar el dinero en efectivo escondido con el riesgo que ello supone. Se ha mandado algo a través de agencias como Western Union hasta que se quedaron sin liquidez como consecuencia de que la diáspora libanesa, la principal fuente de ingresos del Líbano, ha utilizado ese sistema para envíos a sus familias. Recientemente se han inyectado fondos en dólares desde el gobierno pero no deja de ser un parche puntual.

    En los últimos días la violencia se ha adueñado de las calles de Beirut y de algunas ciudades más      pequeñas. El sábado 18 de Enero hubo muchos heridos en enfrentamientos entre la policía y manifestantes ya radicalizados en el barrio Downtow donde las tiendas de lujo salpican pasajes y centros comerciales construidos por la empresa Solidere propiedad de la familia del presidente Hariri dimitido en Diciembre.

    La población no está de acuerdo con los nuevos dirigentes elegidos a propuesta del Presidente Michael Aoun y ratificado por el parlamento. Según la Constitución, el Presidente ha de ser cristiano maronita, el primer ministro suní y el portavoz parlamentario chií, con independencia del partido al que pertenezcan. Esto es fundamentalmente lo que ha larvado la crisis actual junto con la crisis económica y la corrupción. 

     Líbano ha vuelto a entrar en un laberinto en el que de momento no se ve la salida y algunos observadores comparan esta revolución en las calles con la primavera árabe del 2010 que luego se convirtió en el invierno de la guerra árabe que todavía continua. Esperemos que se equivoquen.

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